Jorge Romero es el nuevo dirigente nacional del PAN. Su elección dista mucho de lo que podríamos considerar una renovación; es más justo definir su triunfo como la continuidad en el poder de un grupo que se ha apoderado de lo que queda del partido político más antiguo de México.
Una votación del 80% a su favor no expresa ni liderazgo ni entusiasmo, sino que constata el control burocrático que ejercen Marko Cortés y su grupo sobre la estructura panista. El mismo grupo político que perdió en 2018 y que fue arrasado en 2024.
Jorge Romero es diputado federal y, en la anterior legislatura, fue el coordinador del PAN en la Cámara de Diputados, cargo en el cual tuvo un desempeño aceptable. Sin embargo, los muertos en el clóset de Romero se ubican algunos años más atrás, durante su encargo como diputado de la CDMX.
Jorge Romero, junto con Leonel Luna —quien murió trágicamente en un accidente automovilístico— y Mauricio Toledo —caído en desgracia en Chile y acusado en México de corrupción y enriquecimiento ilícito—, formaron el trío que utilizó el sismo de 2017 para supuestos beneficios económicos y políticos.
La propia presidenta Claudia Sheinbaum ha señalado en varias ocasiones que el nuevo dirigente panista es parte del “cártel inmobiliario” que desde hace años opera en la alcaldía Benito Juárez, una de las zonas de mayor plusvalía de la capital.
El reto que tiene enfrente la nueva dirección panista es enorme. Primero, no desaparecer; después, intentar disminuir en lo que sea la mayoría de Morena y sus aliados. Una circunstancia complicada, ya que en estos momentos parece poco menos que imposible ganarle a Morena y sus aliados un municipio o algún estado en los próximos dos años y, por supuesto, arrebatarles la mayoría en alguna de las cámaras en 2027. No parece que Jorge Romero y su equipo sean los hombres adecuados para este trabajo.
En términos generales, en 2024, el PAN obtuvo el 20% de la votación nacional. Un porcentaje nada despreciable para un partido de oposición; sin embargo, repito lo que ya se sabe: el peor enemigo de los panistas no fue Andrés Manuel López Obrador en 2018 ni Claudia Sheinbaum en 2024, sino su propia dirigencia partidaria. Los panistas merecen y necesitan mejores dirigentes.
Paradójicamente, quien más necesita partidos de oposición organizados y consolidados es Claudia Sheinbaum. Si bien el tema de la legitimidad y la legalidad quedó resuelto el 2 de junio con su contundente triunfo, sus mayorías en el Congreso de la Unión y en la correlación de fuerzas en las entidades federativas, el expediente de la pluralidad es necesario para equilibrio, al menos en el aspecto discursivo.
Claudia necesita un adversario real, pero confiable, al cual vencer por medio de las normas del juego democrático. Felipe Calderón y Genaro García Luna, así como las participaciones especiales de Ernesto Zedillo y Claudio X. González, sirvieron perfectamente a este propósito.
Jorge Romero solicitó diálogo con la presidenta, quien de inmediato le cerró las puertas en las narices y lo canalizó con la Secretaría de Gobernación. Desde la perspectiva del poder, Claudia Sheinbaum no necesita para nada al PAN. A los panistas y priístas que deseaba ya los integró a su proyecto, dándoles cargos y responsabilidades.
Sin embargo, una pregunta me ronda la cabeza: ¿hasta dónde puede estirar la liga la presidenta con la oposición partidaria para que siga en el juego electoral y pacífico? No lo sabemos. Eso pienso yo. ¿Usted qué opina? La política es de bronce.