La desaparición del PRD ha gustado a algunos y entristecido a otros tantos. Su salida de la vida política mexicana ha marcado un hito en la historia del país.

El partido de personajes destacados como Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Lado y sí, de Andrés Manuel López Obrador, ha pasado al olvido, a la vez que la dizque nueva izquierda mexicana, más lopezobradorista que de izquierdas, desprecia en el discurso el legado del Partido de la Revolución Democrática.

Un repaso a la historia del PRD no está de más. Como recordará el lector, este partido surge en los primeros años de la década de los noventa en el contexto del repudio ante el supuesto fraude cometido ante Cuauhtémoc Cárdenas en 1988, y sobre todo, como respuesta al viraje hacia la derecha del PRI en el marco del consenso de Washington y del surgimiento del neoliberalismo.

Nacido como una escisión del PRI, los líderes del PRD, encabezados por Cárdenas y Muñoz Ledo, reivindicaban los auténticos valores de la Revolución Mexicana, tales como la justicia social, el reparto agrario, la propiedad del subsuelo, entre otros.

Se buscaba, pues, el rescate de los ideales del PRI - o PNR- del cardenismo, alejándose, a la vez , del nuevo PRI que pretendía adaptarse al contexto internacional caracterizado por el impulso de políticas “de derecha” como la desregulación de la economía, la privatización de los servicios públicos y el retiro del Estado de sectores prioritarios.

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En este contexto se debe reconocer en sentido histórico el valor de los fundadores del PRD, pues el nacimiento de un partido de izquierdas en las postrimerías del siglo XX fue un acto de enorme valentía, especialmente en el contexto de la desaparición de la Unión Soviética, del auge del reaganismo y del nuevo orden mundial marcado por la hegemonía estadounidense.

Tras años de lucha, el PRD fue capaz de abrirse espacios en la vida política mexicana alcanzando el gobierno del Distrito Federal en 1997 en la figura del ingeniero Cárdenas.

Más tarde, a pesar de los sucesivos fracasos electorales en las elecciones presidenciales, con Cárdenas y AMLO a la cabeza, el partido amarillo se convirtió merecidamente en la agrupación de la izquierda por antonomasia, uniendo en su base tanto a ex priistas que añoraban el pasado cardenista, como a mexicanos de todo espectro político que pugnaban en favor del desarrollo de una social democracia que plantase cara frente al neoliberalismo de los gobiernos del PRI y del PAN.

El PRD abrazó el lopezobradorismo, o mejor dicho, esta corriente se apoderó de las bases del partido, tanto que le postuló al tabasqueño en cuatro ocasiones: al gobierno de Tabasco en 1994, al Distrito Federal en 2000 y dos veces a la presidencia de la República.

Sin embargo, el surgimiento de Morena, y en particular, el imán de AMLO, provocó la desbandada de sus filas, engrosando a la vez un partido que, lejos de buscar constituirse en una institución, pretendía centrar su existencia alrededor de un personaje carismático que le permitiese ganar elecciones. Ello provocaría, a la postre, la defunción del PRD.

Con la desaparición del PRD ha muerto también la historia de las auténticas luchas democráticas. Ahora, en la antesala de un nuevo régimen de partido hegemónico (algunos apuntan que este hecho es una realidad desde ahora) México adolece de la ausencia de una genuina propuesta de socialdemocracia. No hay oposición, no hay izquierdas ni derechas. No hay más que lopezobradorismo.