Arturo Zaldívar es un personaje que no necesita presentación. Se trata de un abogado brillante cuya reputación como jurista había sido ensalzada durante sus primeros años.
El lector seguramente recordará que llegó a la Suprema Corte de la mano del presidente Felipe Calderón. De igual manera, apoyado por los votos favorables de sus colegas ministros, Zaldívar impulsó una serie de interpretaciones de corte progresista que hicieron avanzar en buena medida los derechos de las minorías en México. Se celebra.
Si uno revisa sus votos particulares, así como sus entrevistas y declaraciones, previo a su vergonzosa metamorfosis, tanto en el seno de la Corte como en entrevistas concedidas a medios de comunicación, se escucha a un Zaldívar brillante, preclaro, honesto y digno de ostentar uno de los más prestigiosos cargos de Estado.
Sin embargo, su impecable trayectoria académica se vio rápidamente trastocada por sus ambiciones políticas. Convertido en un alfil del régimen obradorista, el expresidente AMLO encontró en el ministro a un elemento dispuesto a “dialogar” con el jefe del Estado.
A raíz de ello, Zaldívar devino en un propagandista del obradorismo, mancillando su brillante pasado con miserables deseos de encumbrarse en un régimen que amenaza con perpetuarse en el poder.
Con motivo de la reforma judicial y de la “insaculación” que tuvo lugar en el Senado el sábado pasado, Zaldívar defendió en el espacio de Ciro Gómez Leyva las “razones de Estado” y el “interés público” ante el cese injustificado, miserable y ruin de cientos de jueces en el país. No se trata de “historias particulares”, espetó el ministro en retiro. Reprobable, por donde se le mire.
¿Cómo puede un abogado que se jacta de creer en la ley justificar las violaciones de derechos adquiridos ante la acción del Estado? ¿No recuerda acaso el impresentable ministro en retiro que la ley persigue el objetivo de defender los derechos de los ciudadanos ante las arbitrariedades de la autoridad? ¿No le queda a Zaldívar un gramo de integridad en tanto que abogado y exministro de la Corte?
Si bien es verdad que la integridad personal de Zaldívar les importa a muy pocos, y su cuestionable transformación quedaría condenada al olvido si fuese un ciudadano común, se trata de un expresidente de la Suprema Corte.
Erigido en un vulgar propagandista del régimen, y ahora dignificado con la responsabilidad de conducir los destinos de la reforma judicial, Zaldívar es un traidor a la abogacía, así como una vergüenza para la historia de la Corte.
El nombre de Arturo Zaldívar quedará inscrito con letras de fango en la historia de México.