Nuestra hipótesis es la siguiente: la investigación iniciada por el gobierno de EU a través de la DEA durante la campaña de AMLO de 2006, fue una investigación política a un opositor de izquierda aliado -en el originario PRD- con cardenistas, socialistas y comunistas, con el objetivo de “buscar y encontrar” lo que más lo dañaría: no una rudimentaria campaña “anticomunista” que asustara al electorado mexicano, sino una “eventual culpabilidad criminal” que lo estigmatizara por el uso de recursos de procedencia ilícita, y que lo pusiera en la mira del corrupto sistema judicial mexicano. No tuvieron que proseguir, porque el fraude electoral de 2006 “haiga sido como haiga sido” hizo innecesario este “trabajo de investigación”. Hoy mediante filtración intencionada, el “periodismo” carroñero lo trata de poner como centro de las discusiones políticas. Conocen muy bien este tipo de fabricaciones y se hacen tontos por conveniencia. Son además, intelectualmente deshonestos.
La reedición de una investigación fallida desde el gobierno de los EU utilizando a su brazo ejecutor la DEA en contra de Andrés Manuel López Obrador, el opositor de 2006, el jefe de gobierno exitoso en la Ciudad de México, el retador de las estructuras del presidencialismo despótico del régimen de la corrupción y el autoritarismo, el que combatía con toda su fuerza acumulada el recambio hacia la derecha de perfil clerical-conservador del PAN en el año 2000, heredera del neoliberalismo que enterró las veleidades de una clase política y de un grupo en el poder que hacía tiempo había enterrado las banderas de la gran rebelión de 1910, de ese inmenso movimiento social que cimbró a la América Latina y a la sociedad estadounidense, debido a la entronización del modelo económico-social y político vanagloriado por Margaret Tatcher y Ronald Reagan, el de la revolución conservadora, del regreso al libre mercado, al libre comercio y a la libre empresa, en México de la mano de la dupla De la Madrid-Salinas, éste último, a quien Luis Donaldo Colosio llamó “el reformador del ideario de la revolución mexicana”.
AMLO un líder político que cuestionó y debilitó el deseo estadounidense de un régimen bipartidista en México que permitiera alternar en el poder dos tendencias de derecha, una más conservadora que la otra, y quien impulsaba un discurso, un programa ideológico-político y una praxis que incorporaría a México a la corriente latinoamericana de los cambios hacia la izquierda al otro lado de la frontera sur de EU, lo que desconcertaba y preocupaba al entonces gobierno de George W. Bush, uno de los gobiernos más reaccionarios de los EU en la época contemporánea.
Se trataba del líder que había sido Presidente Nacional -también exitoso- de una fuerza política, el original Partido de la Revolución Democrática que había aglutinado con Cuauhtémoc Cárdenas al frente, a los viejos y recientes comunistas y socialistas mexicanos, junto a la corriente del nacionalismo revolucionario o “cardenismo”, de cuño antimperialista conocido y reconocido así en todo el continente. Quien armó una protesta airada cuando el presidente Ernesto Zedillo ofrecía en una gira por Europa opciones de inversión privada extranjera en el petróleo mexicano. No olvidemos en esta línea de razonamiento político, la premura de George W. Bush en reconocer el “triunfo” de Felipe Calderón.
A ese líder, a esa personalidad política del cambio a la izquierda en México, es a la que el gobierno de EU decide investigar a través de la DEA, con el objetivo de encontrar algo o si es posible trampear a alguno de sus colaboradores para derrumbar su campaña, que dada la popularidad adquirida y las encuestas durante prácticamente toda la campaña, anunciaban el triunfo del candidato AMLO.
Era muy complejo recurrir a un “anti izquierdismo mexicano” desde Washington, pero si podía aprovecharse el poderoso fenómeno criminal mediante una poderosa también agencia de inteligencia y operación policial, con la inmensidad de recursos que posee, para intentar “descubrir algo importante” es dicha campaña. Lo han hecho en otros países y en los propios EU con el Partido de las Panteras Negras cuando actuaron para destruirlo. No estoy mencionando algo extraño sino muy conocido por los estudiosos de estos temas.
Lo que más podía dañar a AMLO en la campaña de 2006 no era una descarada propaganda anti izquierdista, sino un estigma criminal, que además lo pusiera en la mira del “pulcro” (sic) sistema de justicia mexicano. Lástima, no encontraron nada y tuvieron que cerrar la investigación, pero sobre todo, porque el cochinero de la elección en México de 2006 lo pusieron las autoridades políticas y electorales del gobierno de Fox. No necesitaron seguir adelante. El fraude se consumó “haiga sido como haiga sido”. Con ello era suficiente.
No obstante la brillantísima sra. A. Hernández sostiene en una entrevista ante Julio Astillero que la investigación a pesar de que contenía distintos elementos de verdad se cerró porque prescribió en términos legales al pasar más de cinco años. ¿Y porque no abrieron otra distinta para proseguir con el fenomenal descubrimiento?. Tal vez porque llegaría años más tarde ella como paladina de la investigación criminal contra AMLO para arrojar su luz preclara sobre nosotros los mortales.
Pero resulta que los muy sesudos periodistas afines y leales a la oposición de derecha en México y anima-adversos al gobierno de AMLO actualmente, cachan la filtración sobre los vestigios de una investigación política (que no criminal) y haciendo alarde de la carroña que les caracteriza deciden traerla a la coyuntura actual, unos “porque siempre tuvieron sospechas” al respecto, otros porque “tienen las pruebas necesarias pero no pueden revelarlas aún”, y así “las mañas se juntan con las patrañas” y nos dan como resultado periodistas investigadores que superan por mucho a Eliot Ness y Sherlock Holmes, y la fantasía del mismísimo Stephen Edwin King. Nada menos.
Esos “periodistas” carroñeros conocen perfectamente bien cómo operan los servicios de inteligencia de EU, cómo han criminalizado personajes políticos opositores de izquierda dentro de los gobiernos que les son servilmente aliados, cómo fabrican lo que quieren y cómo proceden una vez que todo está hecho. Y resulta que de repente – a pesar de todo ello- a esos periodistas que tienen mucho de mercenarios, les merece una inmensa credibilidad una filtración sacada de la basura para que la carroña se haga cargo de elevarla a la categoría de suma verdad, o por lo menos, de sembrar dudas sobre el primer mandatario de México.
La sra. A. Hernández le dijo a Julio Astillero que ella tiene las pruebas necesarias, que son mucho más de lo que cualquier mortal se puede imaginar, que “sus investigaciones terminadas pronto se darán a conocer”, mientras tanto que el mundo entero quede pendiente de lo que la “diva del periodismo mexicano” revelará. Ella, nadie más, debido a su talento sobrenatural, tiene las pruebas que hundirán al presidente mexicano. El periodismo carroñero al servicio de un enfermizo egocentrismo y de un exacerbado protagonismo a cualquier costo.