La libertad de Julian Assange, el frustrado golpe de Estado en Bolivia y hasta la apabullante victoria de Claudia Sheinbaum en México dejan como lección que la unidad popular es el potente motor que puede remediar problemas y mover los hilos conductores en los cambios necesarios que mejoren y reivindiquen a una sociedad.

No son indiferentes las injusticias en las sociedades modernas, cada vez más politizadas y conscientes de la defensa de los derechos y de las libertades. Ya no pasan desapercibidas las estructuras y élites de poder tanto políticos como económicos que impactan en la práctica democrática.

En el caso de Julian Assange, se gestó un movimiento social que en los 14 años que el fundador de WikiLeaks estuvo en confinamiento ejerció presión para que se dejara de perseguirlo, en aras de la transparencia y la verdad, así como la libertad de expresión en el ejercicio periodístico.

Si bien se asumió como un hacker consumado y se declaró culpable de obtener y difundir documentos militares clasificados de Estados Unidos, la sociedad le reconoció que haya revelado decisiones políticas de gobiernos de todo el mundo que pretendían mantener en secreto pese a ser de interés público.

Si no hubiera sido por la divulgación que hizo el australiano de cables reservados, los pueblos no se hubieran enterado, por ejemplo, de las atrocidades militares estadounidenses en las guerras de Afganistán e Irak.

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O en el caso de México: Por cables de WikiLeaks se supo que el 14 de junio de 2006 (15 días antes de los comicios presidenciales), el consejero del INE Arturo Sánchez Gutiérrez anticipó en la embajada de EU que la elección la ganaría Felipe Calderón por 3 puntos o menos, y que aunque Andrés Manuel López Obrador emprendería una manifestación popular, los partidos ya tenían el acuerdo de aceptar los resultados (según lo recuerda Fabrizio Mejía, en SinEmbargo), ejecutándose así una prueba más del fraude electoral.

Así, miles de cables diplomáticos de gran relevancia que estaban en cautiverio salieron a la luz, rompiendo un cerco mediático y marcando la pauta en las nuevas formas de hacer periodismo, así como en dinámica de verdad que debe prevalecer en la relación Estado-sociedad.

Los medios corporativos que se beneficiaron con la divulgación de la información clasificada callaron ante la persecución de Assange, no así las organizaciones civiles (y algunos jefes de Estado como el presidente AMLO) que emprendieron una lucha contra el silenciamiento de las voces críticas, cuya batalla perseverante logró por fin la liberación del fundador de WikiLeaks, el pasado 25 de junio de este año.

El poder que tiene la unidad popular también se demostró en Bolivia, donde después de plantar cara al general Juan José Zúñiga, quien junto con un grupo militares intentó ocupar el miércoles la sede del Gobierno de Bolivia en La Paz, el presidente Luis Arce llamó al pueblo boliviano a movilizarse para “aplacar los apetitos inconstitucionales”.

Fue así que miles de personas salieron a las calles para defender a la democracia y al grito de “¡Lucho, no estás solo, carajo!”, o “¡fusil, metralla, el pueblo no se calla!”, las masas se reunieron en la Plaza Murillo, en tanto que el presidente nombró una nueva cúpula militar, que ordenó la retirada de los soldados.

En imágenes en redes sociales se observa que aunque los militares lanzaron gases lacrimógenos para dispersar a los manifestantes, centenares de personas lograron replegar a los insurrectos, mientras tanto, la Central Obrera Boliviana (COB), el sindicato de trabajadores, llamó a una huelga general y convocó a los trabajadores a movilizarse.

Finalmente, fracasó la movilización militar que intentaba dar el golpe de Estado y Juan José Zúñiga fue destituido y arrestado tras una orden de la Fiscalía General, que le acusó de terrorismo y alzamiento armado.

Luis Arce reconoció la participación del pueblo boliviano con el siguiente mensaje en X: “Saludamos y expresamos nuestro más sincero agradecimiento a nuestras organizaciones sociales y a todo el pueblo boliviano, que salieron a las calles y se expresaron a través de distintos medios de comunicación, manifestando su rechazo a la intentona golpista… ¡La democracia siempre vencerá! ¡Muchas gracias, pueblo boliviano!”

La sociedad en México también ha demostrado que tiene en sus manos el poder para decidir la dirección de su destino. Un arrollador triunfo tuvo la izquierda el pasado 2 de junio y acabó con las especulaciones sobre una polarización en el país. No hay división; hay una mayoría que ha manifestado en las urnas que quiere continuar con un proyecto que inició López Obrador.

La oposición pasó de infundir miedo con temas de violencia en las campañas electorales, a tratar ahora de confundir a la gente con la consigna de que se equivocó en su voto; culpando al pueblo de su derrota, en lugar de sincerarse y admitir que no tuvo propuestas sólidas y que nunca construyó un viable proyecto de nación, como ya lo he dicho antes.

Aquí hay que resaltar que cuando los mexicanos eligieron, lo hicieron pensando en el bienestar individual y de grupo, por lo que es hasta ofensivo reclamarle a 36 millones de mexicanos por la derrota de grupos de poder, la cual comenzó a tejerse desde que subestimaron la inteligencia del pueblo al hacerle creer que solo con campañas negras y guerra sucia, le convencería de volver a lo que no solo no funcionó sino que arrastró al país a la desigualdad y a la violencia, hasta que la voluntad popular tuvo que intervenir para cambiar el rumbo.

La sociedad decidió el cambio hace 6 años y la continuidad hace casi un mes, dando la oportunidad de que México transite hoy por momentos inéditos en la política, ahora bajo el escrutinio y hasta la participación de la sociedad que ya probó lo que es involucrarse en la conducción del país y no dudará en hacer las transformaciones necesarias y sin temor a “equivocarse”.

La deuda pendiente con Palestina

He dado un pequeño repaso de lo que puede lograr el consenso social si es persistente y resiliente. En este sentido, es importante que se siga haciendo conciencia de la situación de terror que sufre el pueblo palestino.

Desde que Israel tomó en sus manos la desarticulación del poderoso grupo terrorista Hamas, instaló una violencia generalizada y sin precedentes en Palestina, donde han muerto unas 36 mil 470 personas en Gaza desde que inició la incursión israelí en dicho territorio.

Israel, que está cerrado al diálogo y a la negociación, no cesa en sus ataques, los cuales iniciaron desde el 7 de octubre de 2023 y no solo se está yendo contra los terroristas, ahora sus blancos son civiles inocentes, refugios, escuelas y hospitales.

En tanto, tan solo a inicios de abril, se reportó la muerte de 7 trabajadores humanitarios de la ONG “World Central Kitchen” en ataques aéreos israelíes en el centro de Gaza.

El hecho fue condenado por los funcionarios humanitarios de la ONU, que externaron su preocupación de que ya “no quede ningún espacio seguro en Gaza”, mostrando la magnitud de la catástrofe humanitaria que vive el territorio palestino.

Si bien las movilizaciones continúan en diferentes partes del mundo en exigencia de que termine el genocidio palestino, es imprescindible que ellas no se detengan pues solo la acción colectiva puede detener la represión y dejar plasmado el hartazgo por la injusticia que se sigue cometiendo sobre Palestina.

La demanda es detener el exterminio y reconocer a Palestina como Estado. Es un reto grande el de los movimientos sociales en el mundo, pero no imposible... La lucha sigue.