La metamorfosis de la Revolución Mexicana como fenómeno ideológico no puede entenderse sin la insistencia de múltiples y distintos intelectuales mexicanos que se empeñaron durante décadas en ficcionalizar esta guerra civil para apologizar a sus protagonistas, para narrarla en un tono melodramático y maniqueo para efecto de hacerla más comprensible; pero, sobre todo, para poder hacer de este suceso una herramienta propagandística de un régimen que se perpetuó en el poder durante casi todo el siglo XX en México.

Desde un enfoque histórico se puede dividir la época revolucionaria en múltiples ciclos: el levantamiento armando, renuncia de Díaz y el asesinato de Madero; la disolución ideológica del movimiento y el comienzo de la barbarie; el Congreso Constituyente de 1917; el enfrentamiento de los caudillos y el asenso al poder de los sonorenses; la Guerra Cristera; el cardenismo; la institucionalización de la Revolución; la democratización de la Revolución; el fin de la Revolución con el nacimiento del lopezobradorismo.

Las últimas dos etapas o fases antes referidas no pueden entenderse sin el Partido de la Revolución Democrática. Su fundación fue parte de la constante evolución social y política de la realidad revolucionaria en el país. Luego de que el priismo hubiese devenido un anacronismo ajado en lo que se refiere a su falta de apertura a la democracia; y que los priistas hayan traicionado la esencia soberana y nacionalista de la Revolución durante las últimas dos décadas del siglo XX, a este fenómeno cultural le tocaba actualizarse, modernizarse, adaptarse a las exigencias de un pueblo que volvía a cansarse de la tiranía partidista del tricolor. Así que surgió el PRD.

Pero el perredismo fue víctima de una paradoja trascendental y existencialista, pues su origen fue para democratizar la Revolución Mexicana. No obstante, su realidad se soportó siempre en dos caudillos y en un cacicazgo: Cárdenas y López Obrador; y la corriente Nueva Izquierda, también conocida como los Chuchos.

Que irónicamente la revolución democratizada no haya podido perdurar mediante una vida genuinamente democrática, fue el preludio inevitable a un colofón fatal. Hoy se antoja complicado que el partido del Sol Azteca no desaparezca tras los próximos comicios federales.

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Luego, a diferencia del proceso de partidización que sufrió la Revolución con la creación del Partido Nacional Revolucionario con Plutarco Elías Calles, quien optó por no encarnar esta fase, sino sentar las bases para una eventual institucionalización, las fases de la Revolución Mexicana concluyen con la encarnación de un movimiento político con proyectos hegemónicos y de sustitución o relevo político y cultural de la época revolucionaria: el lopezobradorismo.

Con el lopezobradorismo y su partido político concluye la Revolución Mexicana como fenómeno. Por tratarse de un sistema de gobierno y político conservador, reaccionario, con tintes religiosos y enemigo de la cultura, la inteligencia y del intelecto. Las únicas cualidades que hereda el obradorato de la época histórica revolucionaria es su propensión al autoritarismo y su naturaleza antidemocrática.

Esto no quiere decir que el PRD no exista. Hoy el PRD existe. No puede descartársele. Víctima de la ingratitud y de la ambición desmedida de sus parricidas, este partido político actualmente es el único que ofrece al electorado mexicano una alternativa de izquierda liberal, moderna y democrática.

Por eso resulta imprescindible que sus protagonistas dejen de hacer el ridículo ante la ciudadanía anteponiendo sus intereses personales por encima de los de nuestra democracia. Si el perredismo agonizó por sus caudillos, que no muera por la mezquindad de sus líderes. Queda una última batalla por librar. La lucha contra el autoritarismo en 2024. Que no se pierda esta oportunidad histórica de combatir, junto a todas las fuerzas políticas democráticas, al conato de proceso hegemonizador de la demagogia militar y el populismo filisteo del obradorismo.