Quizás esta sea la última elección en la que contienda un candidato presidencial abanderado por el Partido de la Revolución Democrática. El destino que le depara al Sol Azteca se antoja patético. Pero injusto también. Porque si bien el perredismo ha sido víctima y victimario en su contexto; no obstante, también es un hecho que muchos perredistas, padeciendo de una amnesia selectiva, han lanzado su última piedra de ingratitud para terminar por demoler a este partido.

Me pareció insultante que, en el segundo debate presidencial, la aspirante opositora se manifestó como la candidata del PRI y del PAN, olvidando mencionar al PRD; cuando incluso fue candidata al Senado para esta legislatura en la lista de representación proporcional por dicho partido.

Además, a Xóchitl Gálvez, le hubiera venido a bien espetarle a la candidata oficialista, Claudia Sheinbaum, que tanto ésta como el presidente de la república, Andrés Manuel López Obrador, militaron en el Partido de la Revolución Democrática.

Sheinbaum y López Obrador le deben todo lo que son al PRD. La incipiente democracia que tenemos no podría entenderse sin la emersión del Sol Azteca a la vida pública nacional.

Morena no sería nada sin los perredistas que fundaron este movimiento.

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Es una lástima que el PRD se extinguirá sin que la ciudadanía hubiera saldado la deuda que habrá de quedarse pendiente a perpetuidad. Y es que les debemos la pluralidad política e ideológica en México; les debemos la conciencia social; les debemos la lucha de clases genuina; les debemos libertades antes inexistentes; y les debemos la reivindicación de una utopía que jamás llegó por el caudillismo que siempre fue su talón de Aquiles.

El final del perredismo es una paradoja histórica y política. El partido surge de la apelación a la necesidad de democratizar la Revolución Mexicana y su legado. Sin embargo, a falta de la disciplina y la solidez institucional del priismo, el PRD surgió caóticamente de cacicazgos que sirvieron siempre como cimientos. Y que acabaron por sepultar al partido. Es decir, terminaron por servir de tumba.

Era irónico que al 2018, el Partido de la Revolución Democrática, únicamente postuló en treinta años a tres candidatos: Cuauhtémoc Cárdenas, Andrés Manuel López Obrador y a Ricardo Anaya.

Por otro lado, en ese contraste de liberalidad cuasi anárquica en su parte orgánica, frente al orden y rigor del PRI, el perredismo se devoró a sí mismo en una suerte de antropofagia partidista.

No por nada el priismo ha prevalecido. Y Morena sufrirá el mismo destino que el Sol Azteca.

Ni Cuauhtémoc ni Andrés ni Ortega ni Zambrano aprendieron la esencia del PRI: su institucionalización.

Primero Calles, que se negó a encarnar a la revolución que culminaba; y luego Cárdenas, que fortaleció esa institución, fueron los artífices de la trascendencia del Partido Revolucionario Institucional.

Andrés Manuel es una antítesis a Cárdenas. Un oxímoron de Calles. Por ser notoriamente menos capaz y mucho menos visionario, pero también por ser más ambicioso, megalómano y vulgar. AMLO se encargó en encarnar su movimiento. En ello sentenció de muerte a Morena. Porque la carne es finita. Porque López Obrador es finito. Y cuando no esté, su partido se devorará desde las entrañas, tal y como sucedió con el PRD.

AMLO se burla de la historia fingiéndose juarista o cardenista. Nada más ajeno a la realidad. Juárez repudiaría a López Obrador. Mientras que el primero defendió a ultranza, a muerte, incluso, las libertades; y fusiló a quienes atentaron contra la democracia en las Américas; el segundo, el tabasqueño, ha instaurado un régimen antidemocrático, despótico, autoritario, reaccionario y conservador.

¿Qué pensaría Cárdenas de un hombre que traicionó a la revolución que lo encumbró? Porque lo de Andrés Manuel no puede entenderse de otra forma más que como traición al movimiento, al partido, a los colores que lo hicieron el líder social, dirigente nacional, jefe de gobierno y todo el antecedente que le sirvió de plataforma para saciar su insaciable sed de poder: la presidencia.

Hoy tampoco los candidatos opositores parecen entender lo mucho que le deben al PRD. En su pragmatismo político y miopía política, se muestran indiferentes a la bandera que menos votos les otorgará. Qué pena. Pero por eso también son de una clase de humano inferior: políticos, al fin y al cabo.

Ojalá algún día la historia le reconozca al Partido de la Revolución Democrática sus aportaciones al pueblo de México; mas, sobre todo, a su sociedad.

Hoy este partido es el que le da congruencia al discurso opositor del gobierno de coalición; es el que dota de pluralidad al abanico de propuestas de la oposición; es el que le brinda argumentos genuinamente de izquierda a los candidatos de las oposiciones frente a los populistas del oficialismo.

Lamentablemente, ningún candidato parece entenderlo.

Yo por mi parte, seguiré votando por el amarillo y el negro, hasta que este partido, que sí ha materializado conquistas ideológicas que han traído consigo bríos para generar mayor equidad y conceder libertades a todos los mexicanos, deje de existir.

X: @HECavazosA