En días pasados, el presidente de la República Andrés Manuel López Obrador, tuvo la desfachatez de usar la frase “miseria humana” para referirse a usuarios de redes sociales que afirmaron -de forma irresponsable también hay que decirlo-, que su primera esposa, Rocío Beltrán, habría sido prima de un famoso narcotraficante. El asunto es que si bien se entiende el malestar del tabasqueño, también es cierto que acciones en las que ha incurrido el propio mandatario, con mayor razón se podrían calificar como “miseria humana”.
De entrada, la frase se escucha peyorativa, insultante, humillante.
“Miseria humana”; es un término que se emplea para referirse a una persona o personas que manifiestan una clara falta de valores, de afectos e incluso de caridad hacia los demás.
Miseria, además, es la condición de aquel que es miserable: ruin, mezquino o abyecto.
Andrés Manuel usó la frase para arremeter contra quienes sin elementos aseguraron que su difunta esposa fue prima del extinto narcotraficante Arturo Beltrán Leyva, “El Jefe de Jefes”, solo por llevar el mismo apellido.
“Para que vean la miseria humana”, dijo Andrés previo a leer un mensaje del usuario @barrio_voz que publicó el pasado 31 de octubre.
“¿Puede haber más miseria humana que esto? Pues así son los conservadores”, fustigó el presidente López Obrador en conferencia de prensa, al tiempo que lamentó el nivel tan bajo de sus adversarios.
Luego entonces, quizá sea propicio reconocer acciones verdaderas de mezquindad, de ruindad.
Se me ocurren algunos ejemplos para demostrar que sí existe mayor miseria humana que la que el presidente tan severamente critica, por ejemplo:
Destruir el sistema de salud. El gobierno de López Obrador decidió cambiar de golpe y sin transición adecuada la manera de organizar los hospitales públicos del país. Desapareció el Seguro Popular y dio paso al Instituto de Salud para el Bienestar. El resultado fue un desabasto de medicamentos y un repunte en las muertes por falta de atención médica. Alrededor de 2 mil niños perdieron la vida tras habérseles retirado sus tratamientos de quimioterapias.
En el contexto de la pandemia la miseria humana también se hizo presente; de hecho los resultados han sido aún más fatídicos para nuestra nación. México está evaluado como uno de los peores países del mundo en la gestión del COVID-19, prácticamente en cualquier métrica (muertes, número de pruebas, índice de positividad, mortalidad en hospitales públicos, fallecimientos de personal médico). Es cierto, ningún país estaba preparado para afrontar una peste como la que se registró, sin embargo, la displicencia y negligencia de las autoridades de Salud en México bajo la orden del presidente tabasqueño generó mayor muerte y daños. De acuerdo con cifras oficiales las muertes a causa de COVID-19 superan las 326 mil, aunque según palabras del propio zar del combate a la pandemia, Hugo López-Gatell, la cifra podría multiplicarse por ocho para acercarse a la realidad.
Según el presidente, “íbamos muy bien” hasta que llegó la pandemia. Lo cierto es que la caída estaba en marcha antes de la irrupción del coronavirus. Sin embargo, cuando el virus llegó a México, el gobierno se negó a implementar un gran programa de apoyo para aliviar a los más vulnerables frente al paro económico que trajo la crisis sanitaria; dejó morir solos a miles de negocios de medianos y pequeños empresarios.
La miseria humana del actual régimen canceló los servicios de guarderías, las escuelas de tiempo completo, los fideicomisos que significaban apoyos fundamentales para clínicas de diversas especialidades médicas como el cáncer.
La miseria humana se manifiesta al mantener una estrategia de seguridad fallida que protege a los delincuentes y que se basa en “abrazos no balazos”. Es tener los índices más altos de homicidios en toda la historia contemporánea y no hacer nada para combatir la violencia.
Es apapachar a los carteles del crimen organizado y liberar delincuentes.
Miseria humana es ordenar una inundación a los más pobres; es incrementar asimismo en más de cuatro millones la cantidad de personas que transitaron a engrosar las filas de ese sector de la población.
Es dilapidar miles de millones de pesos de las arcas públicas de los mexicanos para satisfacer caprichos propios; destruir una magnífica obra como habría sido el nuevo aeropuerto de la Ciudad de México para edificar una inservible terminal aérea; destruir una selva para construir un tren; invertir cifras estratosféricas en mantener empresas que no son rentables como Pemex y la CFE, y edificar una refinería que no refina.
La corrupción es un acto de miseria humana y quien la solapa peca de lo mismo.
Lo que no deja de sorprender es el cinismo del presidente para “ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio”, como reza el refrán, siendo que su gobierno ha propiciado más muerte y destrucción en este país que nunca antes en la historia reciente.
Sabemos que López usa las frases frente a los datos. Ante la desgracia, la verborrea. Y que prefiere hablar hasta tres horas diarias en su conferencia de prensa matutina que aterrizar las acciones de gobierno. Pero su mal gobierno y el malestar e inconformidad de la gente se hace más patente cada día. De manera que quizá Andrés Manuel debería pensar mejor sus palabras antes que éstas se le estrellen en su propia humanidad.
Y por cierto, para los que se preguntan de qué momento dispone el presidente para revisar y estar pendiente de las publicaciones de usuarios comunes y corrientes en las redes sociales, hay que recordar que recientemente los documentos filtrados del hackeo a la SEDENA, nos hicieron saber que el horario laboral del presidente de la nación termina todos los días a las 9 de la mañana en cuanto culmina su conferencia Mañanera.
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