El Partido Revolucionario Institucional, para la mala fortuna de sus integrantes y puñado de simpatizantes, no representa nada ni a nadie. Si bien en su momento de mayor gloria histórica fue la agrupación que dominó la política mexicana, hoy se encuentra condenado a la ignominia, y si se quiere, a su eventual desaparición.

El declive priista inició desde el surgimiento de otros políticos que, de alguna manera u otra, buscaban arrebatarle algo de la ideología que le daba cuerpo. Sobrevivió exitosamente a la creación del Frente Democrático y del PRD, cuando miles de simpatizantes que repudiaban el giro hacia la derecha encabezado por los priistas de los años ochenta y noventa.

A partir de aquel momento, y a pesar de lo que muchos habrían imaginado, el PRI fue capaz de ganar en dos ocasiones la presidencia: Ernesto Zedillo en 1994 y Enrique Peña Nieto en 2012.

Sin embargo, el fortalecimiento de los otros partidos y el desprestigio gradual sufrido por el PRI como consecuencia de los escándalos de corrupción y de la propia forma de gobernar aceleraron la pérdida de su propia identidad, y aun mas, la erosión de la confianza de los mexicanos.

La fundación de Morena representó el fin del PRI. El movimiento de López Obrador, que buscaba reproducir el discurso priísta de antaño (programas sociales, el combate contra la pobreza, entre otros) hizo mella en el electorado mexicano.

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Los cuadros priistas –unos buenos, otros malos y otros pésimos– en su instinto político de supervivencia, abandonaron a su antiguo partido, y se sumaron a un movimiento que auguraba los más apetitosos botines políticos. Los votantes les siguieron.

Las elecciones del 2 de junio, sumado a los actos recientes cometidos por Alejandro Moreno, confirmaron los hechos.

El partido lo ha perdido todo; desde su identidad revolucionaria de origen hasta cualquier atisbo de neoliberalismo de los noventa. Hoy está preso entre el partido hegemónico, mismo que le robó el discurso y el dominio territorial, y el PAN, partido que si bien ha sufrido grandes derrotas, es el primero de oposición.

Hoy el PRI está condenado a ser un partido residual, tal como lo fueron los que durante décadas sufrieron la hegemonía priista.