El Zócalo es el instrumento más socorrido en los gobiernos priistas para demostrar su poder de partido hegemónico, que estaban por encima de cualquier otra corriente política y que el “pueblo bueno” estaba de acuerdo con su forma de gobernar.
Lo que pasaba en realidad era que el Zócalo se llenaba por contingentes de los tres sectores del PRI, el Obrero, con la CTM, el campesino, con la CNC y el Popular que agrupaba organizaciones clientelares como taxistas y la burocracia gubernamental. Para llevarlos la estrategia era obligarlos por orden superior del jefe o por dádivas, desde el “lunch”, el pago de viáticos o espectáculos montados por el gobierno en turno.
Cuando la oposición entró a la disputa por el Zócalo, se hacían conteos para ver quién lo llenaba más, una suerte de indicador de popularidad que establecía la fuerza política de quien convocaba, pero lo cierto es que, en muy pocas ocasiones, los contingentes que acuden a protestar, aclamar, marchar u ovacionar, han estado libres de los famosos “acarreados”.
Aunque constantemente se habla de la popularidad del presidente Andrés Manuel López Obrador que, si bien se ha mantenido alta, según la encuesta de Reforma es menor a la que alcanzó uno de los presidentes más fríos, pero quizá más eficaces de la historia de México, Ernesto Zedillo, quien a la mitad de su sexenio tenía una “popularidad” del 60 por ciento, los otros registros más altos en los primeros tres años de sus gobiernos son los de Vicente Fox y AMLO, con un 58 por ciento. Otras encuestas, como la de SDPNoticias y la de El Financiero, dan números más altos al presidente.
La Plaza de la Constitución
La concentración a la que convocó el compañero presidente el día de ayer fue muy parecida a los eventos que organizaba el PRI hegemónico y autoritario, el Zócalo se llenó con acarreados y con su base clientelar.
En pocas ocasiones el Zócalo se ha llenado por marchas o demandas que realmente surgen de la sociedad y no del gobernante en turno o de los opositores que “echan su resto” para llenarlo y demostrar que tienen mucho “jale”.
Vale la pena recordar dos de las grandes marchas que han dejado huella con un Zócalo repleto, como ningún político, partido o presidente pudo lograrlo.
El primer evento que marcó la connotación simbólica del Zócalo fue la “Marcha del Silencio” en 1968. La tarde del 13 de septiembre de 1968 alrededor de 300 mil estudiantes y profesores marcharon en absoluto silencio, con la boca cubierta. La manifestación dio inicio en el Museo Nacional de Antropología y finalizó en el Zócalo. Una impactante demostración de la capacidad de organización y convocatoria del Consejo Nacional de Huelga (CNH) cuyo propósito fue mostrar a la sociedad que los estudiantes no eran un montón de “revoltosos” que buscaban generar inestabilidad en el país.
La otra gran marcha que abarrotó el Zócalo fue la llamada “Marcha Blanca” contra la inseguridad celebrada en 2004, donde más de 300 mil personas vestidas de blanco y bajo el lema de “Ya Basta” salieron a las calles de la capital mexicana para exigir a las autoridades seguridad, medidas contra el crimen y castigos más severos. Según consignaron los medios locales se desarrolló en silencio y en ella los manifestantes enarbolaron pancartas con consignas como “Ni uno más” y “Pena capital a los secuestradores”.
Pero, la concentración en la Plaza de la Constitución del día de ayer fue patéticamente parecida a las que encabezaron en su momento, Luis Echeverría y José López Portillo. Por ejemplo, en una de las peores crisis económicas y sociales que vivimos, con la devaluación de la moneda y la crisis donde el país prácticamente se encontraba en quiebra y al borde de declararse en insolvencia de pagos, el primero de septiembre de 1981, López Portillo lloró como un perro.
¡Al Zócalo! Todos a la concentración de apoyo popular a las medidas revolucionarias del presidente López Portillo. ¡Viva la nacionalización de la Banca! ¡Viva el control general de cambios! ¡Viva México!
Ayer la convocatoria de AMLO y Morena fue muy similar:
Estuvo amenizada por el espectáculo musical que ofreció el gobierno de la República, bandas, mariachi y reguetón; hubo acarreo masivo promovido por los gobernadores de Morena, que dieron transporte gratuito para llevar a sus bases al Zócalo y los delegados y alcaldes de ese partido dieron transporte y viáticos a gente a su cargo, como los servidores de la nación, tal como se vio en Veracruz cuando el delegado de Morena, Esteban Ramírez, pidió a los alcaldes que “agarren tantito de los ahorros” para facilitarles su llegada al Zócalo.
Otras marchas fueron: el desafuero, 88, EZLN y Sicilia
Como en 1981, las arengas estudiadas y lanzadas desde Palacio Nacional fueron la repetición de los argumentos del presidente en sus mañaneras en contra de los empresarios y clase media y de apoyo a la reforma eléctrica. No faltaron los cuestionamientos al INE y a los periodistas ni los cánticos en favor de AMLO.
No fue una muestra de fortaleza, por el contrario, se puede considerar una demostración de debilidad. Las encuestas de popularidad lo colocan al presidente López Obrador al nivel de dos de los expresidentes que más odia y su demostración de fuerza quedó en el puro acarreo populista y clientelar. Esta vez, el símbolo del Zócalo representó más bien la megalomanía, la polarización y el fracaso.