La prensa internacional ha reproducido la crisis que tiene lugar en la frontera bielorrusa-polaca provocada por el arribo de miles de inmigrantes iraquíes, sirios y afganos provenientes de Minsk. Como es bien conocido, los regímenes autocráticos de Aleksandr Lukashenko y Vladimir Putin, de Bielorrusia y Rusia, respectivamente, buscan utilizar la inmigración como un arma política contra la Unión Europea y sus aliados con el propósito de desestabilizar a los gobiernos occidentales, y con ello, alcanzar la reducción o eliminación de las sanciones económicas impuestas en su contra.

Esta crisis se ha traducido en fallecimientos de hombres, mujeres y niños, quienes han tenido que resistir largas noches invernales a la espera de la apertura de las fronteras de Europa. Al día de hoy, los gobiernos europeos no han sido capaces de poner fin a esta calamitosa situación humanitaria que aflige a los migrantes económicos que se encuentran en las fronteras orientales de la Unión Europea.

A esta tragedia se ha sumado el pasado miércoles la muerte de al menos 31 migrantes que buscaban cruzar el Canal de la Mancha, desde Francia, hacia las costas inglesas. Este evento ha provocado un nuevo distanciamiento entre los gobiernos británico y francés, pues Londres acusa a Emmanuel Macron de omitir acciones que detengan el flujo migratorio ilegal hacia las islas. El jefe del Estado francés, por su parte, aseguró que “el Canal de la Mancha no devendría un cementerio de migrantes”.

Ante esta crisis migratoria y humanitaria, México no puede permanecer en silencio, pues la inmigración ilegal precedente de América Central en camino de los Estados Unidos representa un desafío que no debe ser desdeñado. Históricamente, miles de migrantes latinoamericanos que se han aventurado hacia el vecino del norte han sido víctimas de vejaciones tanto del Departamento de Seguridad Interna como de los gobiernos estatales y de los propios habitantes de las ciudades fronterizas.

El gobierno federal mexicano, tanto por presiones de Washington como derivado de un sentido humanitario, debe restringir el arribo de los migrantes hacia la frontera estadounidense, pues del Estado mexicano depende que familias migrantes no sean condenadas a sufrir las inclemencias del tiempo, y, desde luego, el tratamiento que reciben por parte de los estadounidenses.

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En suma, la emergencia migratoria que atestigua el mundo en distintas regiones del planeta (especialmente acuciante en Polonia, Lituania y en el Canal de la Mancha) no debe ser ajena a las prioridades del Estado mexicano. En tanto que miembro del Consejo de Seguridad y como presidente pro tempore del mismo órgano, el presidente AMLO y los funcionarios responsables de la dirección de la política exterior del país deberán echar mano de sus mejores bazas diplomáticas para que México se consolide como un actor de primer orden que contribuya a la solución de la tragedia migratoria. La crisis migratoria sí tiene un rostro humano.

José Miguel Calderón en Twitter: @JosMiguelCalde4