“El dinero no es más que una herramienta; su valor radica en lo que puede comprar.”

David Ricardo

El anuncio del incremento del salario mínimo de 12 por ciento para 2025, estuvo plagado de excelentes noticias que tienen que ver con el abatimiento de la pobreza y el mejoramiento de las condiciones de vida de la clase trabajadora por dos vías: 1) la mayor capacidad adquisitiva del salario; y 2) la confirmación de una baja tasa de desempleo, que en noviembre de 2025 se situó en 2.5%; es decir, se está hablando de una economía que funciona casi con pleno empleo.

La estrategia salarial ha sido exitosa también porque no se ha traducido en una mayor inflación, lo que se confirma al revisar la evolución del subíndice servicios del Banco de México; de modo que mayores salarios no han significado menos empleos, ni tampoco más inflación. Sin duda, esa es la gran aportación de nuestro modelo de desarrollo económico al mundo, sobre todo a los países emergentes y pobres, en donde los salarios suelen ser raquíticos y la masa salarial se mantiene en niveles inadecuados dentro del ingreso nacional total. Ese camino México lo tiene que seguir recorriendo: mayores salarios deben repercutir en una menor pobreza laboral; y en forma agregada, deben generar un mejor balance en el ingreso nacional.

Se estima que 4.1 millones de mexicanos han salido de la pobreza por el efecto del incremento en los salarios; pero aún se dista de contar con una masa salarial que permita ampliar como se requiere el consumo hacia cierto tipo de bienes duraderos o, incluso, hacia bienes suntuarios, aun cuando se prevé que para el cuarto trimestre de 2024 las remuneraciones salariales superen el 30% observado en el mismo periodo de 2023.

Participación de las remuneraciones de los asalariados en el PIB trimestral.

El incremento de 12 por ciento, asimismo, catapulta a los salarios promedio: el salario base de cotización promedio de los puestos de trabajo afiliados al IMSS alcanzó en noviembre de 2024 un monto de 584.1 pesos; lo que implica un crecimiento real de 25% con respecto a 2018. Esto es, se está consolidando una estructura de remuneraciones salariales que nos separa cada vez más de las líneas mínimas de bienestar y nos hace concebir que podemos avanzar hacia mejores estratos de desarrollo en términos de ingreso.

Para el Banco Mundial (BM), México es un país con ingreso medio alto. Dicho organismo toma como referencia el ingreso nacional bruto (INB) per cápita, cambiado sus intervalos de clasificación en julio de cada año. Conforme al umbral más reciente, un país con ingreso medio alto es aquel que sitúa su INB per cápita entre 4 mil 516 y 14 mil 005 dólares. El de México, de 12 mil 100 dólares en 2023 – según el propio BM - se sitúa a 1 mil 905 dólares del límite superior del rango. Es interesante observar que nuestro INB per cápita supere por más de 3 mil dólares al de Brasil y sea inferior en más de 600 dólares al de Argentina.

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La meta sería, entonces, alcanzar la prosperidad, lo que significa empíricamente romper con la “trampa” de ser un país con ingresos medios. Se dejó de ser un país de ingresos bajos desde hace más de tres décadas, sin embargo, no se ha podido avanzar hacia el estrato de ingreso alto. De escalar, las bases de la prosperidad tendrían que sostenerse para no caer en retrocesos, como el de Argentina que pasó de ser un país de ingreso alto a uno de ingreso medio.

El criterio metodológico del BM no deja de ser interesante, sin embargo, sólo da un parámetro del grado de prosperidad. Análisis comparativos indican que no existe necesariamente una relación proporcional entre el INB per cápita y los niveles de pobreza de la población; además de que pueden distanciarse bruscamente de un año a otro.

El INB per cápita puede no coincidir con lo que efectivamente está padeciendo la sociedad de un país. El caso más connotado es el de Argentina, que en menos de un año amplió su pobreza, hasta abarcar a 50% de su población. En México existe una mejor correspondencia entre indicadores: somos un país de ingresos medios desde hace 35 años, no obstante, los datos del CONEVAL indican que durante los últimos cuatro años la pobreza laboral se ha reducido en más de 10 puntos porcentuales, hasta situarse en un índice inferior a 36%.

No debe hacerse a un lado la metodología del BM: estructuralmente, el ingreso nacional debe crecer a un mayor ritmo que el crecimiento de la población. Cualitativamente significa que estamos siendo más productivos para generar riqueza o ingresos. El problema es que en términos de distribución del ingreso esto no resulta suficiente. La política económica debe garantizar que esta mejora continua se traduzca en beneficio para las grandes mayorías; esto es, ningún indicador macroeconómico con una evolución positiva tendría un sentido cualitativo si no hubiese mejoría en la calidad de vida de las clases asalariadas y otras de bajos ingresos. Es factible que se incrementen significativamente las ganancias a partir del incremento del ingreso de los estratos de menores ingresos; lo que no debe pasar es que exista una mayor concentración de la riqueza acompañada con un deterioro en el ingreso o en la capacidad adquisitiva de amplias clases sociales.

David Ricardo centró el análisis del salario a partir de su referencia relativa con la canasta de bienes que posibilita la supervivencia y la reproducción de la clase trabajadora. Mejorar esta relación coadyuva a que se esté ante un contexto económico que se sustenta en la prosperidad de las mayorías. Justo esta es la visión del gobierno de Claudia Sheinbaum, que resulta sobresaliente en dos sentidos:

  • Deja en claro que se está avanzando en el objetivo de ampliar los salarios en torno a la canasta básica (alimentaria y no alimentaria). Históricamente se está transitando de un salario deprimente (por no decir de miseria) a un salario digno.
  • Impone una meta sustantiva: la de contar en forma gradual con un salario mínimo equivalente a 2.5 veces la canasta básica en 2030; tal como lo requiere una economía en un entorno sustentable.

Por su importancia, conviene reproducir la gráfica que presentó la presidenta Claudia Sheinbaum, que mide las veces que representa el salario mínimo en la canasta básica durante un considerable periodo histórico, así como el propósito de elevar gradualmente este cociente en forma significativa en los próximos seis años:

Veces el salario mínimo en relación con la canasta básica, Presidencia de la República

La orientación de la política económica asume así un carácter virtuoso. Primero, se retribuye de una mejor forma al trabajo, reconociéndolo como la fuente de toda riqueza; esto es, la generación de valor se potencia si se estimula el desempeño humano. Segundo, se enfatiza el valor esencial del trabajo como motor de la economía; es decir, no se podría elevar la productividad ni ampliar el consumo y el mercado, si los salarios sólo sirvieran para garantizar el sustento alimentario de los trabajadores y de sus familias; tal como sucedió de 1992 a 2018, desde el gobierno de Salinas de Gortari hasta el de Peña Nieto. Sin dejar de señalar que el salario real venía ya en picada desde la década anterior,

No me deja de sorprender que en las mesas de debate televisivas se siga hablando de la libertad de una manera abstracta, casi ficticia. Como si la libertad no tuviera nada que ver con el ingreso real de las personas. Se sigue cuestionando a la masa de votantes por no haber pensado en los contrapesos políticos. Se quiere ignorar que la inmensa mayoría votó justamente para mantener una plataforma política que le garantizara niveles de bienestar crecientes, que es la base real para vivir con mayor libertad.

¿Cómo votar por los contrapesos que concentraron el ingreso y ampliaron las libertades de sólo unos cuantos? O no será cierto que la libertad de los individuos que conforman una sociedad se potencia cuando existe una mayor capacidad para elegir mejores satisfactores materiales y espirituales; o cuando se puede optar por un mejor futuro, más allá de que exista una inducción del Estado.

Esta nueva etapa en la historia de México –recordó un gran amigo – se acerca a lo que decía el insigne maestro keynesiano Antonio Sacristán Colás: el crecimiento del salario real, además de ser el principal propósito de la política económica, debería servir para medir la evolución de una economía. Sin esto no sería posible pensar siquiera en la transformación del país.