Evidentemente nuestra reflexión es política e ideológica no jurídica, y asume que, en dicho terreno, no existe unanimidad teórico conceptual al respecto.
Responder al terrorismo civil con terrorismo de Estado en un escenario de conflicto determinado, concreta y materializa la máxima de que los extremos ideológicos se tocan, se retroalimentan, se nutren, se necesitan (comúnmente se les denominan “ultras”). El mejor enemigo para un gobierno dispuesto a usar reiteradamente el terrorismo de Estado es una organización político-militar que usa también el terrorismo como arma política para el logro de sus objetivos políticos. Y viceversa.
En ambos casos, dicha praxis se retroalimenta por ideologías que asumen contenidos en términos de medios, instrumentos e ideas, que se legitiman o pretenden legitimarse mediante formas de lucha que reniegan de la institucionalidad preexistente para encauzar la lucha por el poder y que apuestan por los actos de alto impacto, para desgastar, desorientar, confundir desorganizar a los enemigos y explotar sus vulnerabilidades o crear otras nuevas acelerando así el proceso de transformación buscado. Cuando esas instituciones existen y funcionan. Cuando no, ello es tierra fértil para la emergencia de formas violentas de acción desde la sociedad civil: atentados, explosivos contra símbolos propios del enemigo a vencer.
De ninguna manera es lo mismo que el derecho a la legítima defensa, incluso por medios armados, de un pueblo, una sociedad o grupos sociales inermes frente a la violencia generalizada o brutal del poder, instituido u organizado, como principio político central. El pueblo mexicano se levantó en armas contra un gobierno que tenía más de 30 años en el poder y que excluía a la casi totalidad de los gobernados de las decisiones, además de sumirlos en la miseria, y que fue capaz de acuñar una frase terrorífica como principio de gobierno: “mátalos en caliente”, cuando otro principio fallaba: “ese gallo quiere maíz”. Y que incluso, fue capaz de mandar cortar la lengua a un senador (Belisario Domínguez) que criticaba y denunciaba ácida y puntualmente los crímenes del gobierno.
El terrorismo es una ideología extremista, se practica desde un gobierno o desde una organización civil. Pero de ninguna manera es lo mismo que el radicalismo. La ideología extremista se conforma a partir de un conjunto de ideas que se vuelven un cuerpo doctrinario en cuyo centro está la imperiosa necesidad, no de coexistir con los adversarios o enemigos, reconociendo su existencia, sino de destruirlos, con suprimirlos como parte de la realidad política que se desea transformar, y ello mediante la acción violenta directa en su máxima expresión que es el crimen, individual o colectivo, considerando que ello es la mejor forma de triunfar sobre los que se oponen a la causa propia, y hacerlo de inmediato, sin esperar nada más que la organización de los propios actos terroristas en contra de quien sea necesario. Es una forma de ejercer el dominio sobre otros mediante la violencia directa.
La mayoría de los gobiernos de raíz autoritaria, antidemocrática, alterna el uso de acciones de violencia directa colectiva o actos de terrorismo de Estado, con apaciguamiento de los conflictos por medio de concesiones y negociaciones, cooptaciones y otros medios. Son Estados o gobiernos cíclicamente terroristas en sus expresiones políticas represivas. La mayor manifestación de ello es cuando esta forma de afrontar la conflictividad social se convierte en una práctica sistemática a través de los agentes organizados institucionalmente del Estado.
Por ello, un gobierno claramente autoritario desencadena en cualquier momento el abandono de la acción institucional y normativa de orden constitucional por la acción violenta directa contra sus opositores. La diferencia entre represión violenta y terrorismo de Estado es que en la primera puede circunstancialmente o selectivamente, llegarse al asesinato de los gobernados, pero en la segunda la finalidad es exterminarlos mediante el asesinato, individual expansivo o colectivo y otras formas de exterminio (tortura hasta la muerte, desaparición forzada, fusilamientos o ejecuciones extrajudiciales, mutilaciones).
El terrorismo en suma es la aniquilación y/o exclusión de la realidad social del adversario o enemigo mediante su eliminación física. Por ello su expresión más acabada es el genocidio, que es la máxima expresión de supresión de los derechos humanos en una sociedad, causando el temor extremo de la población. Las “guerras sucias” en nuestro continente y en México son episodios de terrorismo de Estado, no solamente de represión política a una ideología radical de cambio social.
Por ello, esencialmente, se ejerce al interior de una sociedad nacional, pero puede existir el “terrorismo internacional”, igualmente, practicado, tanto por organizaciones civiles como por Estados nacionales actuando en el ámbito regional o internacional, es decir con impacto en las relaciones entre instituciones, organizaciones y Estados diferenciados nacionalmente. En realidad, hay distintos “tipos de terrorismo”, pero en todos ellos encontramos presentes los rasgos, características y aspectos que antes hemos comentado con la finalidad de imponer pasividad u obediencia, o erradicar la oposición ante los actos ilegales, arbitrarios, de gobierno. Es la expresión mayor de la capacidad coercitiva de fuerza de un Estado.
El nazismo y el fascismo, el falangismo, las dictaduras sudamericanas al frente de Estados contrainsurgentes que engendraron las “guerras sucias” son ejemplos históricos recientes, tanto de ideologías extremistas como de gobiernos practicantes del terrorismo de Estado en su forma más auténtica. El caso mexicano tiene otras características históricas, pero también recurrió a las prácticas extremas y se llegaron a producir episodios de “guerras sucias” y de genocidio, propios del terrorismo de Estado, en el contexto de un régimen de despotismo político y de la deriva ideológica del autoritarismo mexicano en un entorno de la guerra fría.
En el terrorismo, dentro de las dos grandes dimensiones que hemos comentado (civil y de Estado), y en sus diversas variantes (distintos tipos de terrorismo) no existe lo que pudiéramos llamar un “modelo de terrorismo”, este construye sus propios símbolos, imágenes y mitos que pasan a ser parte central de su cuerpo de ideas, de su doctrina política, en paralelo a sus condicionantes sociales, políticas, históricas, y como hemos visto más recientemente, incluso, religiosas, con lo cual se adopta una proyección con una gran carga de subjetividad en lo relativo al componente ético inherente a toda religión, el cual asume particularidades propias e interpretativas de cada organización civil o gobierno en turno.
Por ello las prácticas de violencia directa son distintas en el caso de la organización separatista vasca en España que las del catolicismo irlandés, del yihadismo de Al Qaeda, o que el de Hamás o el de Hezbolha. Cada organización o gobiernos practicantes, desarrollan su propio simbolismo, sus propias imágenes y sus propios mitos, interpretaciones político-religiosas e incluso históricas sobre el conflicto en el que intervienen. En algunas praxis terroristas se implica la desaparición física de los ejecutantes del acto (la inmolación, como en el caso de la yihad islámica), en otros no (en el caso del catolicismo irlandés o de la causa vasca).
En las dictaduras sudamericanas y aún centroamericanas, protagonistas de las “guerras sucias” la homologación ideológica se las proporcionó su adhesión a la doctrina contrainsurgente y la doctrina antisubversiva que fueron las bases de la Doctrina de Seguridad Nacional sustentadas en el anticomunismo y en una visión de la “seguridad hemisférica”, entendidas y llevadas hasta sus últimas consecuencias. Entonces, la ideología terrorista conectada a una teoría o doctrina política, o bien religiosa (llevada al extremismo, a sus términos absolutos), es muy relevante en la praxis del terrorismo civil o de Estado.
Los medios, instrumentos, técnicas, cuerpos normativos de excepción, políticas de exterminio, fueron muy similares, incluso hubo una amplia colaboración entre sí. Pero el peso gravitacional fundamental en esta experiencia era la ideología anticomunista llevada al extremo de la desaparición física del adversario, cuya sistematicidad la convirtió en una política de terrorismo de Estado.
En el terrorismo de Estado practicado en Israel, cíclicamente también, tiene que ver como consignan los más diversos analistas internacionales, con una interpretación que se vuelve predominante, de tipo religiosa-dogmática (fanática, dicen algunos) del conflicto de nacionalidades y territorios con los palestinos, la idea “del pueblo elegido”, una idea de exclusión del otro como precondición para la existencia propia. Esta idea llegó a estar también en las organizaciones palestinas originales (como la OLP), pero fue desechada. Hoy la ha retomado Hamás (“el Estado de Israel existirá hasta que sea destruido por el Islam”), lo que conforma otra interpretación religiosa criticada y combatida, incluso por organizaciones islámicas. El tema es muy amplio. Aquí algunas reflexiones.