Y de repente el tío Pepe se nos enfermó.

A sus 69 años es el más joven de los hermanos de la familia de mi madre, los demás ya no existen en este plano terrenal.

El tío Pepe siempre ha gozado de estupenda salud. A su edad atendía hasta hace un par de meses sus pequeñas empresas, viajaba, bebía vino y cerveza y poco nos contaba lo que hacía con su vida personal, que a decir verdad, poco nos importaba a todos y todas las integrantes de la familia.

Siempre ha sido un hombre terco, culto, solitario que jamás se casó ni tuvo hijos. Don José simplemente vivió su vida.

Pero un día se quejó de un fuerte dolor estomacal que lo terminó llevando al hospital. Oclusión intestinal, peritonitis y una serie de complicaciones lo mantuvieron en la clínica por dos semanas, donde mis primas, hermanas y sobrinas se turnaban para su atención. Ellas, sí, las mujeres, fueron las encargadas de su atención, pues los varones no tenían jamás tiempo debido “a su trabajo”.

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Los pretextos los conocemos de sobra y son los mismos que a lo largo de los años han servido para encajonar las labores “típicas” y recurrentes de los hombres y las mujeres, ya que son éstas las que siempre terminan asumiendo el rol de “cuidadoras”, “enfermeras” y todólogas, mientras los hombres, siempre ocupados en el trabajo y preocupados por preservar su papel autoimpuesto de “proveedor”, no pueden ocuparse en atender los enfermos.

La enfermedad del tío desató una batalla campal en la familia, ya que unos en vivo y otros en los famosos grupos de WhatsApp denominados “familia” (el de nosotros lo bauticé como “la fauna”, para ser más original) nos ofendimos y nos retamos a muerte como cuando teníamos seis años de edad.

Me parecía terrible e inhumano que mis hermanas, una de ellas con un problema de salud crónica y otra teniendo que dejar de asistir a su empleo cuidaron al tío, mientras mis hermanos, primos y sobrinos ponían mil excusas para no quedarse una noche en el hospital y pese a que por consenso se decidió contratar a una enfermera o enfermero para su atención, por ser adulto mayor (aunque él a sus 69 años dice que tiene la edad perfecta para el “Kamasutra”) tenía sí o sí que quedarse alguien de la familia como responsable, en caso de ocurrir una emergencia.

El trabajo de cuidados y la desigualdad de géneros

Esta historia con seguridad le suena familiar. Casi todos hemos vivido una experiencia como la que aquí relato, donde por algún contratiempo en la salud de algún ser querido se requiere que alguien esté al pendiente de sus cuidados. Y ese “alguien” casi siempre, o de plano siempre, es una mujer.

El trabajo de cuidados se lee en Wikipedia, es en ocasiones asimilable al trabajo reproductivo, es una especialidad o categoría de trabajo para el cuidado de las personas.

No solo hablamos de los cuidados que se requieren cuando un familiar está enfermo, debemos extender el término a los cuidados de los bebés, niños, personas con alguna discapacidad, ancianos, etc.

En la sociedad patriarcal, de la cual no terminamos de dejar de pertenecer, es la mujer mayoritariamente quien se ocupa de la atención de los hijos, esposo y labores domésticas, aun cuando tenga un empleo fuera del hogar.

Supervisión del Plan de Salud IMSS – Bienestar San Luis Potosí en el Hospital General IMSS - Bienestar de Soledad de Graciano Sánchez

Aunque hay que reconocer que cada vez más varones se involucran en las labores del hogar la mayor parte la realizan las mujeres, lo que nos demuestra que la desigualdad tanto en oportunidades laborales como económicas entre ambos sexos sigue siendo enorme.

Las cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía, (INEGI) que exponen el resultado de la Encuesta Nacional para el Sistema de Cuidados son claras: mientras las mujeres dedican en promedio, 37.9 horas a labores domésticas (que incluyen por supuesto las de cuidado) los hombres, dedican 25.6 horas.

Y si queremos seguir con los números, el INEGI nos muestra también que ese trabajo de cuidados y doméstico, si fuera remunerado en forma justa, representaría el equivalente al 24.3% del Producto Interno Bruto (PIB) nacional. Nada más y nada menos.

Estos datos son interesantes para reconocer el aporte que las mujeres representan para el desarrollo del país, no solo en el ámbito laboral (que es mucho y significativo) sino en el doméstico.

Ahora que es tiempo de mujeres y que pronto tendremos la primera presidenta en México, sería interesante que se tomara en cuenta estas desigualdades y hasta injusticias que viven millones de mujeres que dedican su vida al cuidado de sus hijos, esposos, padres o parientes, a quienes alimentan, lavan y planchan la ropa y dedican parte de su descanso para tener en orden la casa.

Una revisión a fondo de las políticas públicas para permitir que ese trabajo no remunerado sea reconocido y valorado en su justa dimensión no vendría nada mal. Del mismo modo es pertinente replantear la forma en que los permisos laborales por maternidad y paternidad e incluso por cuidados especiales a algún miembro de la familia sean otorgados por igual para hombres y mujeres. Quizá así los varones se involucren más y permitan el desarrollo de sus parejas en el ámbito laboral.

Es sugerencia.

Posdata...

El tío Pepe se recupera satisfactoriamente y ha contratado un enfermero para que lo ayude en su convalecencia.

El decidió que fuera varón, nadie lo impuso.

Mientras escribo escucho a Carlos Gardel con su famosa canción

“Si arrastré por este mundo/ La vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser. Bajo el ala del sombrero, cuántas veces embozada/ Una lágrima asomada yo no pude contener”.

No es que me guste el tango, no, pero a él sí y acabo de cortar una videollamada con él para saber de su estado y la estaba escuchando.

Hoy hubiera sido el cumpleaños de Gardel”, me dijo y ambos sonreímos.

Tenemos tío para rato, seguro que sí.