Las elecciones deben ser analizadas y entendidas en su contexto.
En el contexto conviven formas de ver y actuar en el mundo y una serie de factores concurrentes, tanto antiguos como más o menos recientes, a los que se suman buenas y malas prácticas e innovaciones de las más obvias o creativas a las más disruptivas. De todo hay en la viña del señor.
Entre nosotros concurre la persistente e intensa pulsión por creer que el hombre fuerte que conquista el poder lo hará todo, aunque también intuimos que no lo puede hacer, a la postre –no le hace, algo hará– sino la mitad o menos de lo que se propuso, en el entendido de que optar por una solución alterna: el cogobierno, la coalición o el parlamentarismo nos complica, desespera y atasca porque “la grilla” y el divisionismo predominan.
A aquel imaginario predominante le corresponde la tentación del hombre fuerte de continuar y completar su obra personal, directa o indirectamente, hasta que sus adversarios con el apoyo de sus seguidores le arman una revolución y lo destierran (Santa Anna, Lerdo o Porfirio Diaz), lo liquidan (Carranza y Obregón), o bien, le asignan temprano o tarde un exilio forzado (Calles, Echeverría, Salinas, Zedillo, Calderón) y más o menos dorado (Peña Nieto), según cumplan acuerdos.
Salvo que el exlíder se haya dejado guiar o juegue un papel intrascendente (De la Madrid), se le puede tolerar dentro del país o hasta le damos una chamba decorosa.
Entre nosotros, desde lo que entendemos como ciudadanos de la “polaca”, la conquista del poder político lo es todo y la hazaña empresarial casi nada, aunque esto sea muchísimo, pues el presidente, si lo sabe hacer, terminará mandando (casos hay muchos, pero hoy tenemos a la vista una nueva edición con Salinas Pliego, a diferencia de Slim).
A su vez, el empresariado relevante, no todo, algunos, juegan el mismo juego, pues si puede directa o indirectamente tratara de vencer al hombre fuerte, al presidente en turno olvidando que el poder político delegado por el pueblo –a la mexicana– le hizo magnate o concesionario –no propietario– de los medios de producción que le resolvieron la vida por dos o tres generaciones, como no a la inmensa mayoría de los millones de sus connacionales, pues ni se lo merecían por “nacos”.
Entre nosotros, el sistema y el proceso electoral es algo muy complicado, costoso y engorroso, lo que la mayoría ve como una oportunidad de obtener beneficios y una minoría autónoma y más educada aprecia como una garantía de libertad para decidir quien gobierna, si le conviene., y si no, usa a una fuerza social emergente –aunque también clientelizada– para vengarse de quienes los hicieron menos, expoliaron o desprotegieron.
En la acera política, cuando estamos ahí, creemos que el sistema lo hicimos nosotros para facilitarnos y no impedirnos el acceso y ejercicio del poder, de manera que usarlo en nuestro beneficio y para nuestros fines, que siempre son los legítimos, es lógico. El que no lo haga es pendejo.
Entre nosotros, presionar, trampear o cooptar al árbitro y al juez es de lo más natural. Lo hacemos todos y aprendemos desde la escuela o el club. Si no lo hago yo el otro lo hará y nos gana. Mejor precaverse. Ahí luego vemos que pasa y, en una de esas, si empato, en realidad gano porque pierdo, todo depende.
Pero, eso sí: si gano, gano. Haiga sido como haiga sido. Háganle como quieran. Y es que, cuando habíamos creído que se respetaría el resultado, nos truquearon las condiciones de la contienda, de manera que no se quejen, “canaimas”, si les hacemos lo mismo.
Entre nosotros, ya aprendimos que el proceso electoral no empieza cuando debe empezar, sino cuando queremos y nos conviene que empiece, pues si arrancamos antes llegamos primero y si obstaculizamos y dividimos a los otros sacamos ventaja.
O que, ¿ya no se acuerdan de cómo lo hicieron Fox, Calderón o Peña? Todos iniciaron antes. Cada uno innovó las estrategias y técnicas, algunas hasta importadas por el propio López Obrador, que desde la auténtica oposición al esquema PRI-PAN, aprendió que había que iniciar antier para ganar pasado mañana. Todo conforme a derecho, si no, me joden mientras puedan.
Entre nosotros, en fin, no hay encuesta que valga. Las vendemos y las compramos sin que el árbitro diga nada. Así siempre ha sido. Sin que el juez sancione o su sentencia asuste. Ya la tenemos calculada. Pues qué bien. A toda máquina. Cada quien a engañarse y a esconder la realidad. Total: ganaremos. Y si perdemos, algo sacaremos y seguirá la rueda girando.
Como dijo Porfirio Muñoz Ledo, recordado por nuestro buen amigo, Arturo Núñez: arriba hablamos todos.
Agrego, sin saber: abajo no estoy seguro.
En conclusión ¿cómo suponer o pedir que los líderes se comporten con corrección, integridad o decoro? De ahí que vean como le hacen los INEs y TEPJFs o los de la Corte. Si no se ponen vivos, los quitamos.
Para que no olviden quién manda aquí. No sean ingenuos. El Estado constitucional es de quien lo trabaja.
¿Y las instituciones?
No nos pongamos serios.
¿Quién tira la primera piedra?