Cuando el electorado estadounidense eligió (más por voto de castigo contra la pésima administración de Biden que por otra cosa) a Donald Trump para su segundo periodo no consecutivo cómo presidente, votaron para “hacer a Estados Unidos grande otra vez” y para aliviar la severa crisis de aumento en los costos de vida en dicho país.

Pobres ilusos. Mientras la inflación sigue explotando en nuestro vecino y la docena de huevo de gallina llega, en algunos casos, a los 10 dólares (¡20 pesos por cada uno!), Trump pasa el tiempo con una mueca constante de enojo, firmando órdenes ejecutivas a diestra y siniestra, mientras que Elon Musk, nacido sudafricano y con orígenes canadienses, aplica la “motosierra” de Milei en lo que queda de la estructura gubernamental de los Estados Unidos.

En los últimos días, Elon Musk ha actuado cómo un vicepresidente de facto (¿alguien se acuerda de J.D. Vance en estos momentos?). Entre sus acciones, además del saludo nazi-fascista que tuvo la ocurrencia de hacer en un par de ocasiones, el oligarca y autoproclamado “primer amigo” (“First Buddy”) y principal financiador de la campaña del presidente Trump, se encuentra el meter mano al sistema de pagos del Departamento del Tesoro de EU, así como de otras dependencias de la estructura burocrática de dicho país, encendiendo las alarmas entre los ciudadanos con pensamiento crítico que aún quedan en la distópica sociedad estadounidense actual.

¿Quién votó para elegir a Musk? Absolutamente nadie. Sin embargo, en otra muestra la degradación de la sociedad y la política estadounidense, un oligarca enriquecido en base al proteccionismo y a los subsidios del gobierno, tiene patente de corso, junto con su runfla de achichincles adolescentes, para meter mano en las arcas del gobierno norteameriyanqui. La que les espera.