El último gran muralista mexicano nació en Tlaxcala
Lo conocí en su casa en el año 2000 y me sorprendió su vena conservadora. Su segundo apellido es casi impronunciable: Desiderio Hernández Xochitiotzin. A pesar de su fama, que trascendió hasta Europa, vivía en una casa de adobe, humilde y sin pretensiones.
Desde su camastro me mostró un lienzo sin terminar: dos guerreros tlaxcaltecas en guardia, a punto de liarse en una guerra noble pero sin cuartel. Me ofreció hospedarme en un hostal cercano y regresar por la tela dos días después. Por lo pronto, me invitó a visitar sus murales del Palacio de Gobierno. Un trazo geométrico, colorido y proporcionado. Técnica impecable. Pero la figura de un Juárez con rostro diabólico y faz desfigurada me hizo apartar los ojos: evité ver a un muralista que negaba el liberalismo.
Su estilo, sin embargo, me llamó fuertemente mi atención.
Me recordó un fresco en la ciudad de Reynosa, Tamaulipas. En la Zona Rosa, justo encima de la vinatería de una esquina, se alza un mural que describe con imágenes, el devenir histórico de la frontera tamaulipeca. Años después regresé a Reynosa y me topé con el fresco acribillado a balazos. Los huecos de las municiones y el olvido de los dueños, destinaron este maravilloso mural a la perdición.
Don Desiderio me interrumpió: ese mural, pintado en el otro extremo del país, justo en la aduana fronteriza con Hidalgo, Texas, era obra suya. Me quedé mudo. No era posible tanta causalidad. Los reynosenses tenían una pieza valiosa al alcance de su pueblo y la dejaban morir, con su viejo muro encalado, cayéndose a pedazos, víctima de los nuevos tiempos de la metralla y el narcotráfico.
“Su mural está en zona de guerra, don Desiderio”, le dije, no tanto para alarmarlo, como para que intercediera con las autoridades de Tamaulipas. Fue inútil. Una dolencia renal lo dejó postrado los siguientes siete años. No le acepté el lienzo de los dos tlaxcaltecas peleando. Luego me arrepentí. Murió en 2007.
El mural suyo en la Zona Rosa de Reynosa fue finalmente restaurado, aunque allá, por desgracia, para las autoridades locales, el arte es lo de menos. De lo que se trata es de sobrevivir.
MOTENEHUATZIN H. XOCHITIOTZIN ORTEGA