Samuel García le ganó a la naranja mecánica. Para quien no lo sepa, la naranja mecánica es el título de una de las mejores película de Stanley Kubrick. Significa una naranja que a diferencia de las orgánicas (que crecen de forma natural y espontánea) son objetos endurecidos. Algo que responde a una estructura rígida, disciplinaria.

Samuel es como esas naranjas orgánicas, de las llamadas ombligonas de Linares. Los candidatos opositores en cambio, son naranjas mecánicas. ¿Por qué? Muy simple.

La forma de hacer campaña de una naranja orgánica es opuesta al de las naranjas mecánicas.

Las primeras: se orientan por intuición, audacia, jugando al impertinente.

Las segundas: se orientan por formatos, protocolos, estructuras, movilizadores a sueldo, promotores del voto, líderes vecinales, despensas, seccionales, pensamiento anquilosado.

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Por ejemplo, las naranjas mecánicas se preocupan en cada campaña por llenar mítines con acarreados. Sus cierres tienen que ser masivos porque según esto son “ensayos” para la movilización masiva del día D. Mostrar músculo (órale).

Si su cierre está desangelado, malo el cuento. Van a perder gacho la elección. La naranja mecánica cree que su victoria depende de sus estructuras. Y repite como mantra el último día de campaña: “ahora sí, todo se lo dejo a mi estructura”.

La naranja mecánica contrata electoreros, porque según él, son los únicos eficaces. No importa que pidan honorarios caros, ellos les darán el gane. La naranja mecánica recurre a consultores de redes sociales que no juntan en sus cuentas personales ni 10 likes, pero tienen la fórmula mágica para volver viral a la naranja mecánica.

Eso sí, un video para redes de la naranja mecánica ocupa story board, guionistas fregones, camarógrafos profesionales, iluminación impecable, aprobación del war room, etcétera. Mientras la naranja mecánica saca uno de estos videos tan cuidaditos, tan ostentosos, la naranja orgánica ya sacó 20 videos grabados con un celular, y con el mismo número de likes, multiplicados por 20.

Los sectores, los sindicatos, los burócratas, el magisterio, son el ejército de zombies de la naranja mecánica. Ellos le darán el gane. Los spots sofisticados, de producción lujosa, diseñados por productores gurús son la herramienta para captar la atención de centennials y milennials que ni siquiera aguantan el videoclip completo.

La naranja mecánica es la vieja política y la prueba de que esta forma de hacer campaña anticipa la derrota en las urnas es que no volverá a utilizarse en la próxima elección. Se los apuesto.

Ahora bien, ¿cuándo la naranja orgánica se transforma casi sin darse cuenta en naranja mecánica?

Al momento de gobernar. Si no se pone lista y para las antenas, la naranja orgánica creerá que basta con gobernar como si hiciera campaña permanente para tener éxito en su gestión. Ahí meterá la pata.

Gobernar responde a otros códigos, a otras fórmulas y distintas habilidades que no tienen nada qué ver con procesos electorales. El gran error de las naranjas mecánicas consiste en perder feamente la elección. El gran error de las naranjas orgánicas consiste en pudrirse a la hora de gobernar.