A la administración del presidente Andrés Manuel López Obrador no le alcanza para salir bien librado en el tema de la violencia, heredada por el gobierno de Felipe del Sagrado Corazón de Jesús Calderón Hinojosa (que no por el del presidente Peña Nieto), ya que claramente la política de “abrazos, no balazos; becarios, no sicarios”, ha sido insuficiente y lo que le sigue con la finalidad de pacificar a este país, poseído por el mismísimo demonio, si es que tal ente existe.

Pero, ¿hay alguien que pueda dar una alternativa con miras a frenar una espiral de violencia, ya no del narco, sino por una lógica de “toma de plazas” (regiones del país) por parte del crimen organizado? Esto último consecuencia directa de la atomización de las organizaciones criminales y la diversificación de sus actividades ilícitas, que no tienen otro origen que en la guerra inútil, fratricida, carente de estrategia y siquiera diagnóstico (se comenzó justo a los diez días de empezado el gobierno conocido tristemente cómo el espuriato), y que rompió los equilibrios existentes, por décadas, en la industria de la producción y mayormente trasiego de drogas ilícitas rumbo al país vecino del norte.

Prácticamente todo el gabinete de seguridad del calderonato está preso por vínculos con el crimen organizado. Desde Ramón Pequeño hasta Genaro García Luna, pasando por el señor Cárdenas Palomino, premiado este último por ser “policía ejemplar”, de manos del mismísimo Calderón. Pero esto nunca será suficiente para dejar a la ciudadanía mexicana bien en claro y de una vez por todas explicado el origen del infierno sin fin.

Ahora tocó a dos pastores jesuitas en una zona tarahumara en Chihuahua (estado gobernado por Acción Nacional), y ojalá no sea ese deleznable crimen, utilizado por la oposición, fundamentalmente por el PAN, cuyos lazos con el alto clero católico no son nada nuevo (las fotos de la pareja presidencial Fox-Sahagún besando la mano a Marcial Maciel es icónica) cómo arma política propagandística en contra del presidente Andrés Manuel.

Confío en que esto último no ocurra, que prevalezca la indignación si, y que todos los mexicanos de bien hagamos votos porque, dentro de no mucho tiempo, el señor Calderón sea procesado penalmente, en México o en Estados Unidos, país donde sería lo ideal esto ocurriera, dado que si sucede en México, el enorme poder corruptor de la familia Calderón Zavala y el nivel de podredumbre en el sistema de procuración y administración de Justicia, lo natural sería que más temprano que tarde fuera puesto en libertad, y aún en prisión, gozar de privilegios que a un personaje tan dañino y siniestro para el país, que serían ofensivos para las víctimas de la obscena guerra contra el narco iniciada en el fatídico año 2006, que lo hemos sido y somos, directa o indirectamente, prácticamente todos los mexicanos.

Una vez logrado esto, la tarea a realizar será aún inmensa, la brutal demanda de drogas por parte de los Estados Unidos y la venta de armas de lo más mortíferas en prácticamente cada esquina, hacen de este reto uno mucho mayor al que enfrentó en su momento el régimen posrevolucionario, el de pacificar a un país envuelto en una circunstancia de luto, dolor y horror obicuos en nuestro México.