Orfandad. Creo que esa es la sensación de todos los ciudadanos que votamos por Xóchitl Gálvez. Un día contábamos con su presencia, su arrojo y valentía y al otro día estaba felicitando por teléfono a Claudia Sheinbaum por su triunfo (lo cual fue lo  correcto) y de pronto desapareció. Ya no la vimos ni la escuchamos más en varios días. Hasta hace poco, cuando salió de nuevo a la luz para demandar al presidente López Obrador por violencia política de género, lo cual es muy justo porque efectivamente varias veces Xóchitl fue violentada por el presidente con comentarios misóginos y machistas acerca de su persona.

Quisiera poder meterme en la cabeza y alma de Xóchitl Gálvez para saber cómo se sintió un día después de las elecciones. Imagino el tremendo compromiso y responsabilidad que sentía sobre sus espaldas, millones de mexicanos confiaron en ella y lo dieron todo por ella, y sin duda sostengo que Xóchitl es un buen ser humano, doy fe de ello, así que la presión debió de haber sido mucha, pero ella desapareció, dejándonos a todos en una completa orfandad.

Y por supuesto ahí vinieron los alegres comentarios de los obradoristas, las burlas y los memes: nos definían como una oposición débil y volátil. Sin sustancia ni sustento. Y pues sí, me da coraje reconocerlo pero no pasamos de ser esa oposición que se organizó para marchar pero que no se organiza para nada más.

Una oposición en donde unos cuantos que se disfrazan de sociedad civil quieren y amar ser vistos por cámaras y reflectores.

Una oposición que terminó en muchas ocasiones siendo peor de agresivos que los bots morenistas.

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¿Y Xóchitl? Atrincherada sin poder decir ni hacer  nada.

Muchas personas que votaron por ella quisieron crear la narrativa de qué Xóchitl sí era una heroína porque desde el Senado pelearía por nosotros.

No dudo que lo haga, pero yo solo veo que regresa a tomar el puesto que tenía de manera cómoda y segura.

Andamos tan mal como oposición que hasta suena ahora el nombre de Carlos Loret de Mola como probable líder de la misma.

Y yo admiro mucho a Carlos Loret de Mola. Me parece súper talentoso en lo que hace, pero tampoco podemos enloquecer pensando que podría ser el líder que la sociedad civil necesita me parece un poco irreal.

Pero pues es que sí, nadie más queda. El famoso Claudio X. González no fue más (creo yo) que un personaje que creó y alimentó López Obrador como para buscar villanos en su narrativa. Obviamente nadie de la oposición lo quería cerca.

Un desdibujado Santiago Creel tampoco es opción. Si desde el día uno como vocero de Xóchitl se le vio con una apatía, menos pensarlo e imaginarlo ahora como un líder.

Nadie queda.

Yo no le creo a estos “ciudadanos” que se disfrazan de sociedad civil y que son los mismos de siempre, las mismas caras, el mismo argumento. No creo en su representatividad. Creo más bien en su anhelo de protagonismo, unos completos rock star.

¿Y qué podemos hacer? Nada. Confiar en que vengan tiempos buenos, confiar que Claudia Sheinbaum tome distancia de López Obrador por su propio bien y el de toda una nación.

Confiar en la justicia divina también para que las cosas que tengan que caer caigan por su propio peso.

Sí, estamos huérfanos porque los mismos partidos opositores se tambalean. El PAN ha dejado de ser el PAN, el PRI sigue siendo el PRI y el PRD es solo un satélite más.

Sí, todos los mexicanos el 3 de junio nos sentimos como zombies, perdidos en la nada, desamparados y huérfanos.

Ya no se le oía ni se le veía a Xóchitl y la marea rosa se agitaba y se movía pero sin dirección. Y sin guía.

Sigo sintiendo este especie de abandono.

No sé si en algún momento de sus discursos políticos  la presidenta Claudia sí podrá hacer un llamado a la unidad.

Lo veo lejano pero quiero aún creer.

Es cuanto