No es cierto que la distancia entre el amor y el odio sea de 68.7 centímetros, la medida promedio de un paso de una persona adulta —lo leí en autobild.es—.

Lo que podría ser verdad, según la ciencia, es que el amor y el odio comparten la misma zona cerebral; al menos tal fue la conclusión, en 2008, de cierto estudio de investigadores de uno de los más prestigiados institutos de enseñanza avanzada del mundo, University College London.

Hoy he leído en la prensa dos artículos sobre mujeres ejemplares y bellísimas. A una la odia el autor; a la otra, la ama quien realizó la entrevista. Son las dos caras de la moneda conocida como San Valentín, un personaje probablemente de ficción del que nos acordamos cada 14 de febrero, quizá desde el año 494 cuando papa Gelasio I inventó la festividad que hoy celebramos.

Michael Peel, editor de ciencia del Financial Times, publicó este 14 de febrero una entrevista con la inmunóloga Yasmine Belkaid, admirable mujer en la actualidad directora del Instituto Pasteur de Francia. “La ciencia está en peligro”, dice Belkaid, debido a los ataques de Donald Trump a los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos, donde ella colaboró durante 30 años.

Es una entrevista importante porque subraya el hecho de que la ciencia depende bastante de la política para avanzar. No es del todo cierto el mito neoliberal acerca de que el conocimiento solo lo generan instituciones privadas. Sin el apoyo del Estado no serían viables investigaciones que no prometan, de inmediato, grandes utilidades monetarias.

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El gobierno de Andrés Manuel López Obrador será recordado por sus grandes transformaciones, pero como toda obra humana tuvo fallas. El más triste de los errores del expresidente histórico se relacionó con la ciencia: su administración declaró que iba a acabar con la ciencia neoliberal —una pretensión absurda— y lo único que hizo fue perseguir a lo tonto, con propósitos de encarcelamiento, a algunas de las pocas personas que con seriedad se dedican a la ciencia en México. Pasará a la historia de la infamia la exdirectora del Conacyt María Elena Álvarez-Buylla Roces —el Conacyt, por cierto, terminó con una h en medio del nombre; h por la palabra humanidades, que se le agregó al Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología me parece que en un exceso de cursilería, que es el peor defecto de la izquierda—.

Por fortuna, la presidenta Claudia Sheinbaum cumplió su compromiso de hacer un gobierno de continuidad con cambio, y creó la Secretaría de Ciencia, que encabeza una científica seria, Rosaura Ruiz, quien se ha mantenido lejos de fanatismos ideológicos que solo sirven para obstaculizar el proceso de generación de conocimiento objetivo.

En Reforma leí este 14 de febrero sobre el odio de un periodista de extrema derecha contra una mujer, la candidata de izquierda a la presidencia de Ecuador, Luisa González. Increíble el catálogo de estupideces ideológicas que escribió el estadounidense Andrés Oppenheimer. Cuando la comentocracia conservadora de Estados Unidos con influencia en América Latina se expresa de esa manera de alguien que participa en un proceso democrático, significa que los poderes fácticos globales harán todo lo que puedan para sabotearlo.