Arturo Zaldívar Lelo De Larrea, y Olga Sánchez Cordero, fueron, hasta antes de 2018, personalidades ilustres, respetables, honorables, distinguidas, referenciales y eminencias en el mundo de la impartición de justicia en este país. De ahí que no se entienda que en la cima del éxito en su desempeño profesional, hayan tomado la perniciosa determinación de echar por la borda toda una vida de honor y justicia para internarse en un partido político disfrazado de movimiento de regeneración nacional, codearse con los más impresentables personajes del mundo de la política, enfundarse en un chaleco guinda y cargar con el descrédito de todo lo que Morena y la Cuarta Transformación representan junto con el actual régimen.
Como lo manifesté en una colaboración anterior, ciertamente, la reputación de Arturo Zaldívar Lelo De Larrea, desde hace tiempo venía en picada. Y el prestigio que le quedaba terminó por irse al caño cuando renunció a la ministratura para irse a la campaña de la candidata a la presidencia de la república por Morena, Claudia Sheinbaum.
No obstante, cuando se pensaba que no podía caer más bajo, ha sido el propio presidente Andrés Manuel López Obrador, quien vino a colocarle la estocada final esta semana, tras expresar diversas afirmaciones que exhiben al anterior presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, como un “mandadero” del poder ejecutivo.
En su conferencia mañanera del pasado miércoles, Andrés Manuel López Obrador admitió, ni más ni menos, que el ministro presidente de la SCJN le ayudaba al gobierno a influir en las decisiones de jueces para evitar que criminales salieran de prisión.
De inmediato, Arturo Zaldívar, negó las afirmaciones de AMLO y acusó que la manera en que el presidente lo dijo no fue correcta.
Pero más allá de los dichos de ambos, lo cierto es que las actuaciones de Zaldívar como presidente de la Corte estuvieron a la vista de todos, y hubo quienes advirtieron con toda oportunidad lo que ocurría en el máximo tribunal de justicia del país, me refiero a Juan Jesús Garza Onofre y Javier Martín Reyes, Investigadores de tiempo completo en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (IIJ-UNAM), quienes a través de un artículo publicado en Wilson Center el 13 de diciembre de 2022, ya vislumbraban un futuro en el que el Ministro dejaría la toga para transformarse en político de tiempo completo. Aquí les comparto algunos textos de esta publicación que no tiene desperdicio:
“Arturo Zaldívar; un político con toga”
“No es lo mismo el ministro Zaldívar que el presidente Zaldívar. Sus acciones y silencios son evidencia de su sumisión y complicidad con el poder en turno, y su personalismo sugiere que estamos frente a un personaje más interesado en su futuro político que en velar por la independencia judicial. Durante su presidencia hemos sido testigos de la paulatina transformación de un buen ministro a un mal ministro presidente o quizá simplemente presenciamos la revelación de las verdaderas ambiciones de un político con toga.
Su llegada a la presidencia en enero de 2019 ocurrió en el contexto del apabullante triunfo de López Obrador y Morena, su partido. Al presentarse a sí mismo como uno de los escasos personajes en la judicatura que llevaron una buena relación con figuras clave del obradorismo, Zaldívar supo aprovechar la coyuntura no solo para reivindicar su ruptura con actores políticos del pasado –como el ex presidente Felipe Calderón, quien lo propuso como ministro en 2009– sino también para transformarse a sí mismo en su segundo intento por alcanzar la presidencia. Si en 2014, en el auge del Pacto por México, se presentó como un adalid de las reformas estructurales y del crecimiento económico, en 2018, después del triunfo de López Obrador, Zaldívar se confesó como creyente de la austeridad y los derechos económicos, sociales y culturales”.
“Sin embargo, ese supuesto diálogo independiente no sería otra cosa que un eufemismo para tomar decisiones complacientes con el gobierno obradorista. Sus posiciones y votos hablan por sí solos y dejan constancia de la profunda discrepancia entre sus dichos y los hechos. Los ejemplos son tan variados como bochornosos: desde su patético papel al salvar la consulta popular para juzgar a los expresidentes, pasando por la manipulación de la votación en la impugnación de la Ley de la Industria Eléctrica, hasta los más recientes en materia de prisión preventiva oficiosa, donde una inusual pureza interpretativa de Zaldívar permitió que no se terminara una figura que viola derechos humanos. No cabe la menor duda: Zaldívar se equivoca si cree que el pan y el circo de TikTok bastan para pasar a la historia como el ministro presidente que finalmente transformó la justicia en México.
Y es que esa, precisamente, es una de las principales críticas que es posible hacer a su mandato: la combinación de sus ánimos personalistas y sus discursos populistas en aras de ostentarse como el único ungido capaz de poder llevar una buena relación política con López Obrador. Menospreciando la institucionalidad y colegialidad, Zaldívar olvidó por completo la opinión y el lugar de sus pares, intentando que la voz del ministro presidente fuera la de la Suprema Corte”.
“Quizá el punto más relevante de este balance no es otro que el inconstitucional intento por ampliar su mandato en la presidencia de la Suprema Corte, uno de los episodios más polémicos y que más legitimidad le ha costado a la judicatura en épocas recientes. Jugando con posiciones ambiguas y cambiantes, Zaldívar se hizo el desentendido de lo que podía ser una manifiesta violación a la Constitución para perpetuarse en su cargo. El fracaso judicial de dicho fiasco puso en evidencia a un personaje que desde los primeros meses de su nombramiento como ministro presidente decidió tirar por la borda su prestigio como jurista en aras de convertirse en un mero político oportunista cuyas convicciones flaquean frente a sus ambiciones.
Muy a su pesar, Zaldívar no será recordado como el gran reformador de la judicatura, sino como el gran agente de la intervención obradorista”.
De Olga María del Carmen Sánchez Cordero Dávila, la prestigiosa ministra que solía lucir impecable, que imponía con su presencia como si su trayectoria completa, sus distinciones y reconocimientos los trajera consigo a cada paso, solo queda una mujer que cambió sus muy caros atuendos por blusas bordadas con flores mientras busca una curul.
Así las cosas, queda preguntarse, qué poder puede tener el presidente Andrés Manuel López Obrador, quien como si fuese un encantador de serpientes, ha logrado que dos personajes que solían gozar de prestigio, respeto y honorabilidad, como Olga Sánchez Cordero y Arturo Zaldívar, decidieran perder su buen nombre por aventurarse a incursionar como políticos de Morena, partido que por cierto este jueves catapultó a la señora como candidata a diputada federal. De Arturo Zaldívar, hay que decir que ya no le quedaba mucha honra y esta semana el presidente terminó por despojarlo de la poca que le quedaba.
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