En 1984 ,el gobierno estadounidense, por medio de su agencia anti drogas, la DEA, enviaba a México a uno de sus mejores hombres, el agente Enrique Camarena, para infiltrarse en un cártel mexicano y así obtener información. El caso es que el “Kiki” Camarera logró ganarse la confianza del entonces poderosísimo Cártel de Guadalajara, consiguiendo ubicar la plantación más grande del mundo en toda la historia de marihuana, en una propiedad al sureste de Chihuahua conocida cómo Rancho El Búfalo. En ese predio estaban casi listas para su cosecha y posterior exportacion y venta más de seis mil hectáreas de terreno, con un total de unas diez mil personas empleadas directamente a su cuidado; huelga decir que ese gigantesco plantío fue destruido, costándole poco después la vida al ya citado agente infiltrado, con tormentos y torturas indescriptibles, que tardaron varios días, antes de ultimarlo.
Bien, ¿que tan consciente estará el pueblo y el gobierno de los Estados Unidos de lo estéril de su muerte? Porque hoy, precisamente la droga en ese entonces ilícita (1984) se vende cuál si fueran dulces, de forma completamente legal y normalizada, en “dispensarios” regados por todo el país. Basta una receta que diga cualquier “padecimiento” o lugar común como “estress” para que se les despachen dosis de la planta, con literalmente cientos de variedades, por la cual fue martirizado el agente Camarena.
O sea, los Estados Unidos prefirieron pasar de combatir a sangre y fuego a acaparar ese negocio, así, sin mayor recato y mucho menos respeto a la vida del patriota Camarena. ¿Qué diría él de haber sabido que lo que combatía y por lo que ofrendaria su vida y la orfandad de su familia sería en unos años, no sólo legal, sino hasta aplaudible por parte de su gobierno y conciudadanos? ¿Cómo se sentirá esa familia de burlada y vejada? Así pues se las gasta el gobierno de nuestro “lindo” vecinito del norte.
De la cuestión de la venta de armamento de altos calibres, también cómo si de chocolatinas se tratase pudiéramos hablar largo y tendido, armas con las cuales, por cierto, México se encuentra en una virtual guerra civil, máxime desde que un presidente tuvo la ocurrencia de meterse al negocio y así romper con los fragiles equibrios y entendimientos de décadas en dicha industria al margen de la ley. Otro asunto es las demás drogas, y la ya hasta ingenua pregunta: ¿en Estados Unidos, las drogas se distribuyen solas? Porque es en los últimos eslabones del proceso comercial de ese mercado ilegal donde más valor agregado se obtiene, y por todo lo anterior, resulta ya una ofensa a nuestro país, toda exigencia de combate a los cárteles mexicanos a nuestro gobierno, cuándo no existe una verdadera corresponsanilidad por parte de los gobiernos de los Estados Unidos de América en ese sentido.