La reciente polémica entre el gobierno de México y el periódico The New York Times (NYT) por un reportaje sobre el papel del país en el tráfico de fentanilo ha puesto sobre la mesa una tensión latente: la lucha por controlar la narrativa en un contexto de crisis global. En el reportaje del NYT se sugiere que el gobierno mexicano no ha hecho lo suficiente para contener la producción y el tráfico de esta droga sintética, que ha causado una epidemia de sobredosis en Estados Unidos. La respuesta de las autoridades mexicanas no se hizo esperar, calificando la información de tendenciosa e injusta. Pero ¿qué revela este enfrentamiento más allá de las acusaciones y desmentidos?
El gobierno mexicano ha argumentado que el reportaje minimiza los esfuerzos que realiza para combatir el narcotráfico, mientras que NYT ha defendido su trabajo, afirmando que su misión es sacar la verdad a la luz. Esta tensión no es nueva, pero adquiere especial relevancia en un momento en que la relación entre México y Estados Unidos se ve marcada por el impacto del fentanilo. Según cifras oficiales, esta droga es responsable de decenas de miles de muertes al año en Estados Unidos, lo que ha llevado a Washington a presionar a México para que intensifique sus acciones.
El debate no solo gira en torno a los hechos, sino también a la percepción de cómo se comunican. Por un lado, el gobierno mexicano parece sentirse atacado por lo que considera un tratamiento injusto por parte de un medio extranjero. Por el otro, NYT insiste en que la transparencia y el escrutinio son esenciales, particularmente en temas de alto impacto como el narcotráfico. Esta dicotomía evidencia una lucha más profunda entre la comunicación gubernamental y la independencia periodística.
El fentanilo es una droga que no se produce en México, al menos no en su origen. Los precursores químicos llegan principalmente de Asia, y los cárteles mexicanos los transforman y trafican hacia Estados Unidos. Las autoridades mexicanas han realizado decomisos significativos y aseguran que están cooperando con su contraparte estadounidense. Sin embargo, los resultados son limitados frente a la magnitud del problema. Esto deja al descubierto un entramado complejo: México no solo enfrenta la presión externa, sino también sus propios retos estructurales, como la corrupción y la debilidad institucional, que dificultan un combate efectivo al crimen organizado.
La respuesta de las autoridades refleja también un patrón: desacreditar a quienes critican las acciones del gobierno. Si bien la libertad de expresión incluye el derecho a refutar, también es cierto que este tipo de descalificaciones pueden minar la confianza en los medios y alimentar un clima de polarización. El periodismo crítico es una herramienta indispensable en las democracias modernas, y el NYT, con su historia de exposiciones trascendentales, juega un papel importante en la fiscalización del poder.
La cuestión de fondo no es si el reportaje del NYT es “justo” o no, sino qué se hace con la información que pone en la mesa. La negación o descalificación no resuelve el problema del fentanilo, ni mucho menos la percepción de que México podría estar haciendo más. Este debate debería ser una oportunidad para que el gobierno mexicano refuerce su comunicación sobre las acciones concretas que realiza, al tiempo que reconozca las áreas donde existen rezagos. Por su parte, los medios internacionales también deben actuar con rigor, contexto y sensibilidad para evitar reducir una crisis multifacética a un señalamiento unilateral.
La crisis del fentanilo es un tema que requiere soluciones compartidas y un enfoque binacional. En lugar de intercambiar acusaciones, tanto México como Estados Unidos deben enfocarse en construir una estrategia conjunta que ataque las causas de raíz, desde el control de precursores químicos hasta la reducción de la demanda. El periódico y el gobierno cumplen funciones diferentes pero complementarias: el primero debe informar con profundidad y el segundo, responder con hechos y resultados tangibles.
En un mundo donde las narrativas compiten por la atención de las audiencias, el reto está en priorizar las soluciones sobre los conflictos discursivos. El verdadero enemigo no es ni el NYT ni el gobierno de México, sino el flagelo del narcotráfico y sus consecuencias devastadoras. Perder de vista esto no solo perpetúa la crisis, sino que también nos aleja de la posibilidad de resolverla.