Se ha discutido esta semana la posibilidad de que el presidente Donald Trump, una vez instalado en la Casa Blanca, envíe una operación militar para combatir a los cárteles de la droga en México, y muy en particular, a desarticular el cártel de Sinaloa, en tanto que uno de los principales productores de fentanilo.
La idea se ha escuchado al menos dos veces en Estados Unidos. La primera fue en el marco de uno de los debates de las primarias republicanas, cuando el gobernador Ron DeSantis lo sugirió como una política de seguridad para detener el tránsito de la droga desde México.
La segunda vez fue en voz del propio Donald Trump en una entrevista concedida a CNN al lado del próximo vicepresidente JD Vance.
Enseguida enuncio las razones por las que Trump sí que estaría, a mi juicio, dispuesto de ordenar el despliegue de tal operación:
- Trump no tiene respeto por el derecho internacional ni acataría cualquier resolución condenatoria por parte de la Asamblea General de Naciones Unidas.
- Estados Unidos vetaría cualquier resolución del Consejo de Seguridad.
- Las potencias occidentales guardarían silencio pues su prioridad no es la defensa de la integridad del suelo mexicano, sino negociar que Estados Unidos no retire su participación de la OTAN ante la ofensiva rusa sobre Ucrania.
- México no forma parte de una alianza militar que fuese activada ante brutal violación de la soberanía nacional.
- El acto enviaría un mensaje de fortaleza de Trump al mundo, lo que robustecería el narcisismo del presidente. A nivel interno, ganaría el apoyo político de su partido, y si se quiere, de los demócratas, pues se trataría de una defensa de los estadounidenses.
Sería, en suma, un acto atroz que sacudiría a la opinión pública internacional ante semejante acción de violación de la soberanía nacional de un país tercero. Sin embargo, es Donald Trump, un individuo con claros indicios de inestabilidad mental y con menos contenciones hacia su segundo mandato.