Para quienes aún consideran que México no es un país democrático y que la concentración de poder en el Presidente de la República es exorbitante, van algunos botones que revelan la prevalencia de equilibrios formales y reales entre poderes.
El presidente ha presentado iniciativas de reforma legislativa clave, tales como la de seguridad, consulta ciudadana, revocación del mandato o reforma eléctrica, y ha encontrado impugnaciones, presiones y críticas internas y externas para modificarlas.
Mientras tanto, aquellas que han sido aprobadas y no impugnadas, por ejemplo, paridad en todo, afrodescendientes, delitos graves o derechos sociales, también han venido enfrentando contextos complejos en su implementación, ya sea dentro de los propios poderes públicos o del lado de la sociedad, ya por motivos sociopolíticos, la.pandemia o la adversidad económica.
El presidente y su partido pretendieron ganar la mayoría calificada en la Cámara de Diputados en 2021, y se quedó 50 escaños por debajo de los dos tercios de las 500 curules, lo que le ha obligado a recias negociaciones con sus adversarios y hasta con sus aliados.
El presidente y su partido pudieron ampliar su poder territorial y demográfico --no en la Ciudad de México-- a través de gubernaturas, congresos y municipios en los estados de la república, pero no puede --al.menos no todavía-- controlar el desafío del poderoso México violento.
El presidente --según su propio dicho-- se levanta más temprano que ningún presidente previo, trabaja mucho más y coordina la estrategia de seguridad, pero, aún así, los retos se resisten a la acción gubernamental.
Más todavía, apenas registra una ligera baja de salud, mostrada con inédita transparencia, y se ve obligado a rituales adicionales del poder para mantener la conducción ante múltiples interpretaciones.
Los órganos autónomos de garantía de los derechos y los poderes de control --la Corte y el Tribunal Electoral, y otras instancias supranacionales-- se suman a ese contexto tan sofisticado de balances institucionales y políticos que hemos construido.
En esta democracia, que debe entenderse en su propio contexto histórico de largo y de corto plazo, nadie concentra ni podrá asumir un poder absoluto.
Por si algo llegara a faltar en esa configuración, la ciudadanía --el.poder de la mayoría popular--- ha demostrado ya en tres ocasiones: 2000, 2012 y 2018, que si se abusa del gobierno en su perjuicio, se cometen errores graves o se le abandona, marcha a las urnas para castigar, alternar y corregir el rumbo.
Pues bien. A partir de este sexenio, del próximo 10 de abril de este año 2022, el poder ciudadano también podrá optar por revocar el mandato al presidente que se lo merezca.
Entonces, ¿hay o no equilibrios formales y reales? ¿Hay o no democracia?