Entre los consultores electorales se ha vuelto común recurrir a la frase del estratega de Bill Clinton en su campaña de 1992, “It´s the economy, stupid” (es la economía, estúpido), una forma un tanto exasperada para mostrar que el desempeño de la economía define al ganador de la elección. Algunos han sacralizado y vuelto dogma la tesis, aplicable en buena medida al electorado norteamericano, no tanto al mexicano cuyo imaginario trasciende al individualismo posesivo.
No se requieren estudios de opinión para identificar la importancia de la economía para las elecciones de 2024. El presidente, en su legítimo derecho, presentó un presupuesto a la medida de su estrategia sucesoria. Como es común en él, se trasladan al futuro los problemas derivados de una frívola política de gasto, pero más que eso, se garantiza la estabilidad macroeconómica. La inflación a la baja, crecimiento moderado, tipo de cambio estable, empleo y exportaciones al alza, continuidad de las obras emblemáticas y de los programas sociales clientelares. Si la elección la decidiera la economía el triunfo de Claudia Sheinbaum y los suyos sería arrollador; pero no es tan sencillo.
Las elecciones, en su complejidad suelen resolverse a partir de un símbolo, un tema y un sentimiento mayoritarios. El triunfo amplio de AMLO en 2024 no atiende a la economía, tampoco a una mayor equidad social, sino al rechazo al orden de cosas resultado de la percepción de una corrupción desbordada. Peña Nieto la confirmó y la hizo extensiva al PAN en una campaña de Estado contra su candidato presidencial. El símbolo fue López Obrador, el sentimiento de descontento y el tema la corrupción. En sentido estricto, el triunfo lo dieron las clases medias urbanas, persuadidas por un candidato sin partido y con un movimiento enfocado en terminar con la corrupción, no la pobreza.
La mayor debilidad del régimen no es su fracaso por la persistente venalidad. Las buenas cifras de aceptación de López Obrador son porque ha convencido que él no es como los de antes, que es una persona austera y que no ha podido cambiar las cosas por el peso del pasado; además, la oposición produce y confirma la recordación sobre el pasado corrupto, en buena parte la dirigencia del PRI.
Efectivamente, aunque es desproporcionado e inexacto, para muchos el PRI es sinónimo de corrupción. En ese mismo sentido Morena se ha vuelto el proyecto político asociado a la inseguridad y, para no pocos, de la connivencia con el crimen organizado y su expresión violenta y sangrienta. El tema de salud con todas sus implicaciones criminales se ve en otra perspectiva, particularmente porque se superó la pandemia y el ciclo mortal concluyó con la vacunación, que fue vista como una acción exitosa del presidente y su equipo. Los hospitales públicos están muy mal, el abasto de medicinas es un desastre, el INSABI un fracaso y al menos 30 millones de mexicanos al margen de la seguridad social. Pero eso ratifica el enojo de las minorías decididas a votar contra el régimen, no suma tanto como la inseguridad, que sí corta parejo.
Xóchitl Gálvez acierta en hacer del tema un posicionamiento central a través del apoyo y la empatía con la lucha de las madres buscadoras. Se requiere más, pero es una fórmula eficaz, auténtica y sumamente emotiva y conmovedora; falta la propuesta de cambio institucional. Por su parte, Claudia Sheinbaum se vacuna al presentar como su candidato de la ciudad de México a un joven policía percibido como un funcionario eficaz en la contención del crimen, quien además fue objeto de un atentado por el crimen organizado. Omar García Harfuch le sirve a Claudia para acreditar autoridad, también para decir que con ella las cosas mejorarán con un mando civil y a través de las policías locales, distinto de AMLO.
La inseguridad es la mayor debilidad del régimen. Claudia podrá ganar puntos con García Harfuch, pero la política de seguridad pública es un desastre, nacional y localmente. Con la excepción de Guanajuato, lo peor en materia delictiva se presenta donde gobierna Morena, mientras que lo mejor está en las entidades gobernadas por la oposición, como Coahuila, Yucatán y Querétaro. El argumento debe presentarse con claridad y convicción: el origen del crimen es la impunidad, abatirla es la llave para superar la inseguridad y la corrupción e incompetencia de gobernantes.