Somos testigos de un auténtico choque de trenes en el seno mismo del oficialismo, el pleito público Monreal - Adán Augusto quizás sea una falta de liderazgo en el ya hoy partido hegemónico en el poder, los hay quienes piensan así, o también quienes piensan todo lo contrario (entre los que me incluyo), que se trata de una jugada de la nueva presidenta, que reconfigura ya tanto a su propio grupo de poder cómo su estilo personal de gobernar, y la jugada de la que somos testigos sea una con el fin de poner un límite al cacicazgo Monreal en la política mexicana, cuya sede o hacienda familiar es el estado de Zacatecas, dónde el y sus hermanos y parientes se vienen, ya de décadas, repartiendo tanto la gubernatura como presidencias municipales, diputaciones locales y federales y escaños en el Senado y aún cargos de elección popular fuera de dicha entidad federativa.

No sería una práctica lejana a las tradiciones políticas mexicanas y sus reglas no escritas, ejemplos en la historia los hay, y por excelencia en los más de 70 años de priato revolucionario, y ejemplos los podemos encontrar y no pocos, baste recordar uno: el de la expropiación del mega rancho ‘EL GARGALEOTE’ al cacique revolucionario y personaje cínico en su picaresca, Gonzalo N. Santos en el estado de San Luis Potosí. El entonces presidente, José López Portillo le puso así un límite, enviando a su vez un poderoso mensaje de doble destinatario: a la clase política mexicana en general y también a la opinión pública, respecto a que en su gobierno no se tolerarían abusos; mensajes de este tipo, que, así sean más de forma que de fondo, siempre han sido de una efectividad digamos que casi indispensable para nuestro sistema político, qué luego de un periodo de dos décadas, se perdió, pero que desde 2018 ha regresado, en tanto para bien que como para mal, según sea el cristal con que se mire.