IRREVERENTE

Les platico: Al Templo Mayor frente al Zócalo me torcieron el brazo para ir, pero fui.

Al de Cantera me citó uno de los jóvenes funcionarios de Samuel y ahí estuve puntual, donde pude conocer al personaje que se dice fue el artífice de los logros de imagen del gobernador de Jalisco, Enrique Alfaro.

Y al de Cristal fui yo quien buscó -y consiguió- la cita con un secretario de primer nivel en el gobierno de Luis Donaldo Colosio Riojas.

Y el reporte que les tengo en este “plácido domingo” se sintetiza en el título de este artículo.

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¿Quieren algunos detalles? Bueno, gracias por su insistencia. ¡Arre!

Viendo la dinámica que se cargan los inquilinos de estos tres “palacios” con sus colaboradores, me acordé de éste diálogo que ocurre cuando un tipo va al psiquiatra y le dice:

“Doctor, mi hermano está loco. Cree que es una gallina”

A lo que el facultativo responde: “Intérnelo”.

Y a su vez el paciente le replica: “Lo haría, pero necesito los huevos”.

Las relaciones palaciegas de la 4T, de Samuel y de Luis Donado, entre los de adentro y los de afuera, suenan medio irracionales, locas, kafkianas, alucinadas, estrambóticas y absurdas.

Muchos lo saben, pero ahí están… porque necesitan los huevos.

Esta es la única explicación que encuentro para que de pronto reciba información muy comprometedora de colaboradores casi de sueldo mínimo del gabinete republicano, del fosfo y del de Luis Donaldo respecto a sus jefes, y de éstos relativa a sus “estorbantes”.

Perdón por la conjugación de “estorbo”, pero en muchos casos, ayudantes ya está probado que no lo son, y si no, pregúntenme por el sub sub sub sub de salud López-Gatell, que ha investido de una fuerza intergaláctica y por ende sobrenatural al mandamás de la nación, respecto del COVID-19.

Que nadie se sienta seguro en los puestos que ocupan

Y así por el estilo están muchos otros.

No necesité pasar demasiado tiempo en el Palacio Nacional, en el de Cantera y en el de Cristal, para darme cuenta de que los obuses interescuadras están a la orden del día y a mí se me hace que AMLO, Samuel y Luis Donaldo, están bien consciente de eso.

No solo lo toleran, sino que lo alientan, como una forma un tanto maquiavélica de medir la “pureza”, fortaleza, aguante, concha y -por añadidura- el futuro de sus colaboradores.

Qué manera tan sui generis de gobernar la de éstos personajes.

De una u otra forma, a dos más que a los otro, les ha llovido tupido en su milpita; ni quien lo dude, “ayudados” o no por la ineficiencia de colaboradores y también -por qué no decirlo- de sus adversarios en el bando de los neoliberales, monarquistas, traidores a la patria, apátridas, fifís, anti revolucionarios, cacas y demás epítetos que brotan del tropical léxico del que despacha en el Templo Mayor frente al Zócalo.

Cada vez que los veo enfrascados en sus propias ideas, en la designación de sus colaboradores, me convenzo más de la urgente necesidad que tienen de rodearse de gente que los cuestionen en cortito, que los desafíen.

Y me pregunto: ¿No se habrán dado cuenta los hoy afortunados dentro de los gobiernos señalados, que a sus jefes les cae de la chingada que los adulen y les sigan la corriente?

¿No se han percatado que -a unos, más que a otros- les re patea que pudiendo corregirlos o encauzarlos, les sigan la corriente?

¿No se han fijado que no los ayudan así, sino que los joden?

A lo mejor sí, pero… necesitan los huevos…

En mi paseo por los tres palacios pude ver al presidente, al gobernador y al alcalde, desde donde sus ujieres los observan sin darse a notar, agazapados detrás de cortinas, mamparas, salas de juntas, muebles, biombos o paredes falsas, hagan de cuenta como si fueran parte de la escenografía.

Incluso, algunos de sus colaboradores -que no son los que charolean carteras de ministros, secretarios o subs- tienen lugares estratégicos en cada oficina, en cada sala de juntas, en cada salón palaciego, desde donde no se pierden los movimientos de sus jefes, los “precisos”, como les llaman. Ellos los ven y los meros meros a ellos no.

Traspuntes

A esos colaboradores les llamo traspuntes, que son los ayudantes del teatro que se encargan de tenerle listo el cambio de vestuario a los protagonistas de la obra; los que mueven y acomodan los implementos y objetos de la pieza en cada cambio de escena; los que coordinan las tramoyas, los que acomodan los atriles para que los músicos se luzcan; los que meten y sacan el piano; son los esenciales que arman la escenografía y a veces no aparecen en los programas ni en los créditos de la función, porque sus jefes acaparan la atención.

Los traspuntes se visten de negro para que si -por algún descuido de los productores o del director- aparecen de pronto en escena con el telón arriba, no se noten, precisamente porque andan vestidos de negro.

Gerardo Maldonado

Viéndolos en acción en los tres palacios, me acordé de mi admirado Gerardo Maldonado, que hizo de Difusión Cultural del ITESM lo que es hoy, un referente internacional en la detección y proyección de talentos musicales, culturales y teatrales, de los que se han nutrido los mejores escenarios de México y del mundo.

Maldonado tenía una legión de traspuntes para cada función de sus “Concierto Ensamble” -que hoy debe andar por el número 590 o por el estilo, jeje- de sus “Revistas Musicales”, de sus “Raíces”, de sus “Compresencias”, sus “Réquiems”, y de todo lo cultural y artístico del Tec de Monterrey, que hoy sigue vivo gracias al tino de su discípulo más connotado, Hugo Garza Leal, quien será director de Cultura del Municipio de Monterrey, tal como lo anuncié en el siguiente artículo de hace varios días.

Maldonado tenía como costumbre -al final de cada función- llamar a escena a todos, sí a todos los traspuntes que habían hecho posible que el público disfrutara del espectáculo y que los protagonistas tuvieran todo a la mano para ejecutar sus papeles.

Y sucedía entonces que con el mismo fervor con que el público aplaudía a los protagonistas, lo hacía también con los traspuntes, que todos vestidos de negro -mujeres y hombres- agradecían con las mismas caravanas que lo hacían los actores, los músicos, los artistas.

Bueno, pues todo esto se me vino a la cabeza cuando los “traspuntes” que la hicieron de guías en mis travesías por los tres palacios, me despidieron con una amabilidad que rayaba en la sumisión.

Y al verlos “vestidos con trajes de tal sumisión”, les dije a mis tres guías: “¿No es éste un mundo de locos en el que te mueves?”, y me respondieron los tres con un lacónico y melancólico: “Sí, pero necesito el trabajo”, que traducido al español significa: “es que necesito los huevos”.

Y fue ahí donde pensé en la anécdota con que inicié éste artículo: Mi hermano cree que es una gallina, pero no puedo internarlo porque… necesito los huevos.

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Plácido Garza en Twitter: @PlacidoGarza