Ese día fue miércoles.
Ese día, por la mañana, fuimos a la escuela primaria. Recuerdo que iba en 2º. grado, con la maestra Sandra.
La escuela nos quedaba a unos 60 metros de distancia de la entrada “C” del edificio Durango, atrás del edificio Chihuahua. Había compañeros que no caminaban más de treinta metros para entrar a la escuela, que se llama “Nicolás Rangel”.
Ese día la jornada escolar, por la mañana, se desarrolló con tranquilidad. Ahí hice toda la primaria. Mi hermano Pancho sólo hizo ahí de 2o. a 6o.
Ese día, por la tarde-noche, llovió.
Ese día había nerviosismo y tensión en la gente.
Las niñas y los niños de Tlatelolco estuvimos ahí, ese día. A algunos no nos dejaron ir a la plaza, pero otros sí estuvieron en la plaza por diferentes razones o circunstancias.
Nuestros padres y madres sabían que la situación estaba difícil en las calles debido a los actos de provocación y represión gubernamental directa. Sabían que la represión del gobierno hacia los estudiantes y profesores iba en aumento.
La violencia de las fuerzas públicas contra los participantes del movimiento se vivía un día sí y el otro también.
Ese día no sabíamos dónde estaban nuestros amigos vecinos y compañeros de la escuela primaria.
¿Se quedarían en sus departamentos o estarían en la Plaza de las Tres Culturas? Nos preguntábamos.
Ese día mi mamá fue al pan, al expendio que estaba en la esquina y planta baja del edificio Chihuahua. Ahí estuvo a la misma hora en que inició el mitin estudiantil y, de regreso al departamento, la tomó por sorpresa el inicio de la balacera.
Yo no recordaba que ese día se suspendió la energía eléctrica con toda intención en la unidad habitacional, hasta que me refrescó la memoria la película “Rojo amanecer”. Ahí se cuenta que las autoridades locales cortaron la luz por consigna. Era una manera de generar incomunicación en los departamentos de Tlatelolco.
Ese día escuchamos el helicóptero que sobrevolaba encima de la plaza a la hora del mitin de protesta. Desde entonces, el escuchar un helicóptero me genera ansiedad.
Aunque nosotros, como niños, no vimos las luces de bengala los vecinos que estuvieron presentes en la plaza nos contaron sobre esas luces: Una roja y otra verde (¿O dos verdes?). Algunos decían que fueron lanzadas por el helicóptero, otros que se aventaron desde la torre de la Secretaría de Relaciones Exteriores.
Ese día la balacera se desató de manera inesperada. Nadie imaginó el tamaño de la masacre, ni la magnitud del genocidio.
Las multitudes corrían por todos los pasillos entre los edificios. Parecían grandes serpientes en movimiento. Lo vimos porque nos asomamos por la ventana de la sala del departamento, que estaba en el cuarto piso del Durango. Nuestras ventanas daban hacia el Chihuahua, por la parte de atrás de la Plaza.
Los simbolismos de los emblemas patrios se expresaron ese día una y otra vez en Tlatelolco. El antiguo barrio de Cuauhtémoc fue el águila que cae, pero que no se dobla.
Ese día se escuchaba agua en fuga. Los mayores decían que se habían roto muchas tuberías de agua de los edificios debido a los impactos de las balas.
¿Dónde estarían las amigas y los amigos de la infancia: Carlos, el otro Carlos, Jorge, el otro Jorge, Fernando, Lalo, Connie, Elvis, Manuel, el güero; Berenice, Lorena, Rafa; Arturo, el canario, y sus hermanos Laura y Memo? ¿Dónde estarían Beto, Chava (QEPD) y Lulú? ¿Y Rubén, Mario y Celia? La mayoría de ellas y ellos habitaban con sus familias en los edificios Durango, Querétaro, Guanajuato, Chiapas o estado de Hidalgo.
Por fortuna, nuestros amigos y vecinos fueron y fuimos sobrevivientes de ese día trágico. El único herido conocido fue Pedro, vecino que vivía en nuestra propia entrada y que estudiaba en la secundaria.
Ese día, las sirenas de las ambulancias sonaban y sonaban durante el primer alto al fuego que se dio como a las 20:00 hrs. Después, como a las nueve de la noche siguió la segunda parte de la balacera.
Mis padres decidieron quedarse y no moverse del departamento.
Para esa hora ya había entrado una bala en nuestro departamento, que atravesó uno de los muros de la recámara de mis padres, para luego impactarse en la ventanita del baño hasta atravesarla y florear la puerta del baño, por dentro.
Ese día no lo olvidamos ni lo olvidaremos.
Ese día fue 2 de octubre de 1968.
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