Ya hemos escuchado y leído varías veces el llamado Estado fallido, pero, ¿qué es el Estado fallido?: Es aquel que no puede garantizar su propio funcionamiento o brindar los servicios básicos a la población. Es entonces cuando, quizá, podemos sentirnos identificados con el término.
Pero hay otro Estado en este país: El de odio. Ese, del que casi no se habla, pero también se percibe y se siente en cada rincón del país, y no se diga dentro de redes sociales.
Los fanatismos de los que ya he escrito con anterioridad están exacerbados. La gente no se detiene a leer, a investigar, a analizar ni columnas ni muchísimo menos algún tuit en la plataforma X.
El ejemplo de una fotografía que ha circulado en redes donde Claudia Sheinbaum porta un crucifijo. Me parece un exceso el odio que le han proferido por ello.
Empezando por el pésimo mensaje de Vicente Fox, en el que la señala como “judía y extranjera a la vez”.
A mí me pareció un exceso de ira y de violencia ese tuit contra Claudia.
Pero el fanatismo es tal, que también los que pedían que parara ese discurso de odio y que en redes son identificados como de “la oposición” entonces los llamaron “vendidos, traidores a la oposición, morenistas de clóset”.
No se va a poder vivir en un Estado realmente de paz, si se vive este ambiente cargado de odio y de violencia verbal y escrita. Ya no se diga la violencia que traspasa pantallas y que la vemos en las calles, la gente peleándose a golpes, gente estallando en cólera por cualquier cosa.
Se nos olvida que estamos vivos de puro milagro porque el Covid no ha terminado con nuestras vidas.
Se nos olvida que en redes sociales aquel al que agredimos por su forma de pensar, o por alguna opinión que tenga diferente a la nuestra ni siquiera sabemos de su vida ni las caras les hemos visto, no sabemos qué piensan o qué los lleva a elegir entre una y otra cosa como para agredirlo.
Es lógico que permeé esté ambiente álgido y lleno de enojo si desde la mañanera el presidente nos infunde su amargura y resentimiento, su coraje y su frustración.
Es lógico que exista esta división fanática por los discursos de los de arriba que se empeñan en que odiemos, y nos dividamos.
Porque saben que divididos somos más fáciles de manejar.
¿A qué nos va a llevar sentir todo este odio? Realmente no sé si a algo bueno.
Los odiadores morenistas aun cuando gane Claudia Sheinbaum la presidencia, seguirán odiando todo lo que no tenga que ver con ella.
Los odiadores de la mal llamada “oposición” seguirán odiando todo lo que tenga que ver con Morena.
Y en resumidas cuentas todos nos volveremos como aquello que tanto criticamos.
Ante mis ojos estoy viendo un escenario dantesco: unos contra otros, utilizando apodos y ofensas, ensangrentando de alguna manera la necesaria unidad que debe de haber entre todos.
Qué tristeza da que además de todo, insisto, no nos detengamos a entender, a leer, a repensar lo que le vamos a decir al otro, y ese otro es tan mexicano como el que agrede, que necesita de otros para sobrevivir en este país. Odiando a quien ni le vemos la cara.
¿El odio servirá de algo? No. Quizá algunas cosas cambien por no permitirlas pero al final siempre terminaremos siendo los más dolidos, pisoteados y necesitados, porque mientras unos contra otros nos despedazamos por opinar o pensar diferente, los de arriba, a los qué hay que exigirles que nos rindan cuentas nos miran con disimulo, muriéndose de la risa.
Mucho odio sí. Incluso mucho más bullying dentro de las escuelas, entre los papás de alumnos... Eso es lo que estamos viviendo.
No quiero ser parte, no quiero ser testigo. Sé que he caído en el hartazgo pero creo que nunca en la agresión.
Y quizá algún día caiga. Y me arrepentiré.
Pero hago un llamado a todos y a todas a reconciliarnos como sociedad, como país, como mexicanos, entre nosotros y con los que llegan de otros países.
Diría una parte de la canción del grupo Molotov llamada Gimme Tha Power: " El pueblo unido jamás será vencido”
Y sí…
Paz para todos.
Es cuanto.