Por primera vez se reunirán, presencialmente, los presidentes López Obrador de México, Joseph Biden de Estados Unidos y el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau. La IX Cumbre de Líderes de América del Norte se llevará a cabo el 18 de noviembre en Washington.
El secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard Casaubón, dijo que el objetivo es fortalecer la cooperación y los lazos entre las tres naciones. Se abordarán principalmente los temas de competitividad, recuperación e integración económica, salud y seguridad sanitaria, migración, desarrollo para una región segura, y cambio climático.
Los líderes de los tres países quieren construir, de manera conjunta, una América del Norte más próspera, igualitaria y segura. Además, AMLO sostendrá encuentros bilaterales separados con cada uno de los jefes de gobierno de Canadá y Estados Unidos.
Se abordará el tema económico: recuperación, crecimiento y fortalecimiento de las cadenas de suministro en la región. ¡Ya fueron muchas las dificultades que hemos enfrentado durante la pandemia! Se habla de desarrollo, equidad, crecimiento, diversidad. Habrá que ver cómo se traduce ese discurso en políticas públicas concretas.
No se puede quedar atrás, en esta cumbre, el interés que tiene Estados Unidos en encontrar oportunidades de colaboración para proyectos que incentiven la inversión y el crecimiento económico en Centroamérica y generen mejores oportunidades económicas en dicha región. El objetivo es promover una migración regular, segura y ordenada.
Todo está muy bien. Veremos la próxima semana los resultados de la cumbre y las tareas que se asignen a los equipos de gobierno. Mientras tanto, pensemos también en lo impensable.
Hace unos días leí en la página de internet de Geopolitical Futures un análisis de George Friedman sobre Canadá, México y la realidad de Estados Unidos.
Friedman es un pronosticador geopolítico y estratega en asuntos internacionales. Su libro más reciente, The Storm Before the Calm: America’s Discord, the Coming Crisis of the 2020s, and the Triumph Beyond, describe cómo “Estados Unidos alcanza periódicamente un punto de crisis en el que parece estar en guerra consigo mismo, pero después de un largo período se reinventa, en una forma a la vez fiel a su fundación y radicalmente diferente de lo que había sido “. Ha escrito otros libros muy relevantes: The Next 100 Years: A Forecast for the 21st Century; Flashpoints: The Emerging Crisis in Europe; The Next Decade; America’s Secret War; The Future of War y The Intelligence Edge.
Friedman describe cómo Estados Unidos vive en una realidad geopolítica especial: es la única potencia que no enfrenta el riesgo de una guerra terrestre, por lo que no necesita una fuerza masiva para defender su territorio. En cambio, puede concentrarse en mantener el control de los océanos Atlántico y Pacífico. Si retiene el control de los mares, la única amenaza para Estados Unidos serían los ataques aéreos y con misiles.
Estados Unidos no tiene que preocuparse por una invasión por tierra o mar, nos dice Friedman. No ha enfrentado una presencia extranjera en su territorio desde el siglo XIX. Las armas nucleares son contrarrestadas por una estrategia de destrucción mutua asegurada, que ha protegido al territorio de los Estados Unidos durante más de medio siglo. Esta es la base del poder estadounidense.
Durante la Segunda Guerra Mundial, donde gran parte de Europa y Asia quedó dividida, el territorio estadounidense permaneció intacto. Este es un hecho tan obvio que tiende a descuidarse. Las razones geopolíticas detrás de la seguridad estadounidense tienen que ver con México y Canadá. Es el primer círculo de la seguridad estadounidense.
¿Un asalto terrestre desde Canadá o México? Eso es cosa del pasado. Ninguno de los dos países atacaría hoy a Estados Unidos. ¿Podrían alinearse Canadá o México con potencias hostiles a Estados Unidos? Nadie puede asegurarlo.
Friedman tiene razón. En cualquier discusión sobre la estrategia estadounidense y sus prioridades estratégicas, el tema más importante es el mantenimiento de sólidas y estables relaciones con Canadá y México.
Friedman desarrolla, en su artículo, un argumento que parecería absurdo, a simple vista: “es cierto que en este momento cada país tiene un interés primordial en mantener su relación, por razones que van desde el comercio hasta los vínculos sociales. También es cierto que Estados Unidos podría imponer su voluntad militarmente a cualquiera de los dos países (México y Canadá). Sin embargo, hacer la guerra a los vecinos es peligroso y agotador. Estados Unidos es una potencia global que persigue intereses globales, y su estabilidad doméstica sería la primera víctima de un asalto terrestre contra Canadá o México”.
Pero debemos detenernos un minuto y ponerle atención. Hay muchos que creen, tanto en Estados Unidos, Canadá y México que las relaciones en América del Norte no requieren atención especial. Algunos creen que América del Norte podría navegar en piloto automático. Nada más lejos de la realidad. Se requiere “una gran idea” para que América del Norte pueda competir con el resto del mundo.
Friedman nos hace una advertencia: “una de las observaciones más obvias de la historia es la velocidad a la que lo aparentemente obvio se disuelve y una nueva normalidad toma su lugar. Dada la abrumadora importancia para Estados Unidos de que ninguno de los vecinos cambie su estrategia nacional, la cómoda suposición de continuidad es quizás el elemento más imprudente de la política estadounidense. Ciertamente, no hay peligro actual de cambio, ni peligro en el horizonte. Pero éste es precisamente el momento en que un poder prudente dedica una atención significativa a un tema. Revertir un cambio de política es mucho más difícil que prevenirlo”.
Friedman hace un recuento de las fuerzas que están alejando a Estados Unidos de sus vecinos. En el futuro, cuando se agreguen otros problemas y se muestren nuevas relaciones tentadoras, podría cambiar la ecuación.
Por ejemplo, cita el caso de la forma en que Estados Unidos canceló el oleoducto Keystone XL, un proyecto que era importante para Canadá. Estados Unidos mostró una profunda indiferencia hacia los intereses de Canadá. “Hubo pocas consultas, ninguna oferta de compensación ni intento de crear un proyecto alternativo. Por sí solo, esto no es suficiente para provocar una ruptura con Estados Unidos, pero ciertamente le recuerda a Canadá que Washington lo ve como subordinado a sus intereses más que como el objeto de sus intereses”.
Y luego Friedman aborda el caso de México: “Estados Unidos está obsesionado con la inmigración, un tema que no es esencial para los intereses mexicanos. Ha habido un aumento de migrantes en esa frontera, la mayoría de camino a los Estados Unidos, pero todos crean problemas importantes en su camino hacia el norte. Estados Unidos ve a México como una fuente de inmigración ilegal. México considera que el problema de la inmigración tiene su origen en la frontera sur de México con Guatemala. Por tanto, México ha solicitado la ayuda de Estados Unidos para cerrar su frontera sur, que ha sido denegada. En cambio, se demoniza a México por la inmigración que Estados Unidos no ayudará a detener”. No es claro quién tenga la responsabilidad o la culpa. El hecho es que ésa es la percepción.
Canadá y México son esenciales para Estados Unidos. La seguridad nacional y el comercio internacional de Estados Unidos depende de sus vecinos. El territorio de Estados Unidos es seguro porque Canadá y México lo hacen seguro. Pero ambos países podrían tener otras alternativas. Nadie cree que las pudieran ejercer. Pero nunca hay que descartar opciones ni dejar de pensar lo impensable. El poder ciega y aleja la realidad a la vista de los líderes gubernamentales. Se debe invertir tiempo, dinero y esfuerzo en mantener, consolidar y fortalecer la alianza de América del Norte.
Javier Treviño en Twitter: @javier_trevino