No voy a incluir a Peniley Ramírez, de los diarios del Grupo Reforma, entre los y las columnistas que se sienten irresistiblemente atraídos por Genaro García Luna. ¿Periodistas hechizados por el colaborador de Felipe Calderón que trabajó para el cártel de Sinaloa? Por distintos motivos, Carlos Marín, de Milenio, y Jorge Fernández Menéndez, de Excélsior. Hay más, pero estos son los principales.

A tales periodistas no los critico: quizá, tantos años después, Carlos y Jorge insisten en defender a García Luna porque piensan que hizo correctamente su trabajo. Pero, la verdad sea dicha, resulta muy difícil entender por qué lo siguen considerando inocente.

Increíble que dos profesionales experimentados del periodismo como Marín y Fernández Menéndez, no abran los ojos a pesar de tanta evidencia, en especial frente al dato durísimo de que a García Luna se le ha condenado en Estados Unidos por complicidad con el narco.

Carlos Marín y Jorge Fernández Menéndez, hombres inteligentes —mucho más el segundo que el primero— siguen pensando que tuvo una estrategia sensata la fallida guerra de Calderón contra el narco, cuando cualquier análisis demuestra que el esposo de Margarita Zavala se lanzó a tontas y a locas a combatir a las mafias del crimen organizado —en efecto, a tontas y a locas, es decir, con prisa, sin un plan, con irracional premeditación—.

Ocurrió así porque el jefe de García Luna tenía una urgencia. No era la de acabar con el tráfico ilegal de drogas, negocio Calderón que hizo crecer al entregar el diseño de las operaciones bélicas a un empleado de los narcos, García Luna. A Calderón lo que le urgía era un gran golpe propagandístico para que la gente se olvidara del fraude electoral que lo llevó al poder.

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A Peniley no la tiene encantada García Luna, pero sí lo que hizo Calderón. Desgraciadamente entre quienes sienten fascinación por la guerra contra el narco de Calderón sí parece estar la mencionada colaboradora de los diarios Reforma, de la Ciudad de México; El Norte, de Monterrey, y Mural, de Guadalajara.

No puedo interpretar de otra manera el artículo de hoy sábado de Peniley Ramírez, en el que asegura erróneamente que hay “similitudes alarmantes” entre la estrategias de seguridad de Felipe Calderón y Claudia Sheinbaum.

Eso es falso, en primer lugar porque, como ha sido demostrado, Calderón declaró la guerra al narco sin contar con una estrategia ni siquiera medianamente pensada, estructurada, con objetivos alcanzables y con procedimientos realistas. Calderón improvisó porque necesitaba propaganda, solo propaganda. No podía con su imagen de delincuente electoral y recurrió —ni hablar, muy a lo pendejo— a la táctica de la cola del perro de Alcibíades Clinias Escambónidas. Este griego tenía un gran perro, al que le cortó la cola para que la gente se entretuviera criticando lo que le había hecho al animal y así se dejara de hablar de sus corrupciones.

Más responsable que Calderón, Alcibíades distrajo a sus sociedad si no con una frivolidad —desde luego, no lo era para el perro—, sí con una acción irrelevante para la marcha del Estado. El esposo de Margarita buscó desviar la atención con algo espantoso, que seguimos sufriendo en México: una guerra desde el inicio perdida que ha costado mucho trabajo superar.

La presidenta Sheinbaum no ha improvisado. Ya tuvo una experiencia de gobierno, en la Ciudad de México, particularmente exitosa en el tema de la inseguridad. Claro está, no desde el principio funcionó lo que ella hizo para combatir la violencia. Tuvo que despedir a su primer secretario de Seguridad, Jesús Orta, porque no cumplió con las expectativas. Entregó entonces la responsabilidad a Omar García Harfuch, quien se dio el tiempo necesario para diseñar un plan viable, en el que tuvo una participación fundamental la entonces fiscal capitalina Ernestina Godoy. Cuando terminó de estructurarse, la estrategia se llevó a la práctica y dio resultados.

Obviamente distintos aspectos de la planeación en la CDMX se tuvieron que ir ajustando en función de los problemas específicos que se presentaban. Al mismo tiempo, dos titulares de la Secretaría de Seguridad federal —Alfonso Durazo y Rosa Icela Rodríguez— se entregaron a la tarea más relevante que les encargó el presidente Andrés Manuel López Obrador: acabar con la corrupta Policía Federal de Calderón y García Luna y construir, y consolidar, un nuevo cuerpo policiaco, la Guardia Nacional, lo que fue complicadísimo porque enfrentó toda clase de obstáculos, hasta legales que finalmente llevaron a la reforma del poder judicial.

Claudia Sheinbaum ha llegado al poder con una estrategia no solo pensada, sino ensayada —con resultados objetivamente muy positivos—. Por eso el optimismo acerca del trabajo que ya desarrolla García Harfuch, quien coordina a las fuerzas armadas y a la Fiscalía General de la República.

Felipe Calderón, quien llegó a la presidencia por un terrible fraude electoral, nos metió en el problema de inseguridad que tanto sufrimos. Dieciocho años después Claudia Sheinbaum, la persona más votada en la historia de México, tiene todo para pacificar en definitiva a la nación, y lo hará.

Esperemos que no estorben las grillas en Morena, que es —y no es— como el viejo PRI. Se parece al viejo partido en que tiene todo el poder. Pero el morenismo se diferencia del priismo en la cultura de la disciplina. Los y las priistas fueron invencibles mientras respetaban las estructuras formales e informales del sistema político. Los y las morenistas a veces parecen tener vocación solo para brincarse las trancas. Ojalá se corrijan porque, como dijo un articulista del Financial Timeslo mencioné ayer— donde hay un solo partido, las guerras son guerras civiles, y estas son las peores.