Nuestro país vive una etapa clave para refrendar la política de transformación que encabeza el presidente López Obrador. Conscientes de ello, la inmensa mayoría de la población, como hace más de veinte años, hemos decidido cerrar filas con el mandatario federal. Lo hicimos en los momentos más críticos donde la derecha mezquina arreció el grado de hostilidad. De hecho, fueron tiempos complicados no solo por el desconcierto que se vivía, sino por las formas o los mecanismos que utilizó la derecha para llegar a difamar con rigor y menoscabo.

Por más que se victimice la derecha, la mayoría de mexicanos sabemos los alcances que tienen para difamar. Sabedores de que Morena ganará la elección presidencial, están intentando generar una estrategia de persecución con la sociedad civil, tratando de convencerlos de que son una alternativa real. El problema de ello es que, en este preciso momento, con lo único que cuenta el Frente Amplio por México, son los mecanismos o maniobras de golpeteo, pero carentes de una plataforma o plan de gobierno prometedor.

La derecha no tiene un proyecto. Su tarea es, ni más ni menos, intentar polarizar a la población civil. Aún y cuando tratan de inflar perfiles para la competencia presidencial, la derecha está condenada a la derrota. Los datos -en relación con ese panorama- son muy claros y, hoy por hoy, Morena ganaría con cualquier actor que está llevando a cabo las audiencias de información a lo largo y ancho del país. Si hacemos un cálculo de los porcentajes que se han dado a conocer, el partido guinda cuenta con más del 50% de la intención del voto.

En cambio, sumida en la degradación, la derecha -ya con una abanderada definida en la imagen de Xóchitl Gálvez- tiene una intención del voto de 24 a 26%. Su talón de Aquiles sigue siendo la animadversión que sienten millones de mexicanos por los partidos tradicionales que están encumbrados en las siglas del PAN, PRI y PRD, que, ante las circunstancias, están obligados a sumarse para la supervivencia política.

Pero más allá de eso, el respaldo con el que cuenta el presidente es gracias a su labor. Él ha contribuido a que las políticas en nuestro país sean la palanca de la transformación. Además de ello, no fue una tarea sencilla ir desterrando el lastre de la corrupción que, durante décadas, se enraizó en las dependencias del gobierno federal. Incluso, valiéndose de los servicios que ofrece el Estado, cientos de exfuncionarios se enriquecieron de forma ilícita. Eso, en este periodo de AMLO, simplemente se acabó .

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López Obrador ha cumplido en cinco años de gobierno. Hay transparencia y rendición de cuentas; se acabó el derroche y el dispendio que fue, no hay duda de ello, otro de los lastres que nacieron en los gobiernos de la derecha. Eso, a la postre, engendró muchos males que tradicionalmente se hicieron una costumbre en tiempos del PRI y PAN. Por esa razón, dudo mucho que la plataforma del Frente Amplio por México prospere, pues cualquier candidato o candidata cargará el estigma del antiguo gobierno conservador.

Morena ganará la elección presidencial, lo mismo que nueve de siete gubernaturas y, para seguir profundizando las políticas públicas de la 4T, será mayoría en ambas cámaras legislativas. La mejor fortaleza es la unidad y el apoyo incondicional del pueblo de México a la imagen del ahora presidente López Obrador. De hecho, no hace falta que nos convenzamos de ese apoyo, porque convencidos estamos la inmensa mayoría de la población civil que -el futuro próspero de la transformación- está en manos de la izquierda en México.

Y, como hace más de 20 años, mi apoyo total es para el presidente López Obrador. O sea, cierro filas con él.