El presidente Donald Trump ha enviado al mundo un mensaje inequívoco: no parece estar dispuesto a dar continuidad al compromiso de Estados Unidos con la defensa del continente europeo.

Por lo contrario, a la luz del reciente voto en Naciones Unidas, de la suspensión del apoyo a Ucrania y las múltiples declaraciones de funcionarios del gobierno estadounidense, Washington ha traicionado más de setenta años de la doctrina adoptada en los primeros años tras el fin de la Segunda Guerra Mundial.

La fundación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte en 1949 derivó de la exigencia de los países europeos y de sus aliados norteamericanos de dotarse de un paraguas de protección que contuviese un ataque militar proveniente de cualquier Estado ajeno a la propia alianza; y muy en particular, la Unión Soviética.

En este contexto de los albores de la Guerra Fría resultaba especialmente alarmante la delicada inestabilidad política en Berlín y una probable intervención de la República Democrática Alemana y la URSS contra los intereses occidentales.

Como resultado de la existencia de la OTAN y de su progresiva expansión hacia el Este, un pavoroso intercambio nuclear entre la URSS y las potencias de Occidente devino en un escenario menos probable.

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La década de los noventa y la primera del siglo XXI presentaron nuevas realidades. El derrumbe de la URSS, la independencia de los otrora miembros de ella y la emancipación de los Estados satélites conllevaron una ampliación de la OTAN y la integración de países como Polonia, Letonia, Lituania y Estonia, entre otros, tanto a la alianza atlántica como a la Unión Europea.

La Guerra Fría había terminado, o al menos, así se percibía en Washington, Paris y Londres. Sin embargo, el ascenso de Vladimir Putin y el auge del neoimperialismo ruso hizo revivir, principalmente desde 2014 con la ocupación ilegal del territorio ucraniano de Crimea, la idea de la necesidad de revitalizar a la OTAN.

Hoy los consensos han sido puestos en entredicho. En medio de la invasión rusa de Ucrania, y con el respaldo tácito anunciado por Trump a las acciones de Moscú, los aliados occidentales se enfrentan a una nueva realidad: el imperativo de proteger el continente europeo sin el amparo estadounidense.

A lo largo de los últimos días los líderes europeos han sostenido charlas y reuniones multilaterales con el propósito de establecer una hoja de ruta con miras a definir la estrategia de defensa del continente. Emmanuel Macron, Keir Starmer, Friedrich Merz y Giorgia Meloni, en coordinación con la Comisión Europea y el resto de los gobiernos, han iniciado conversaciones dirigidas a definir acciones en torno al futuro incremento del presupuesto en defensa.

A juicio de los europeos, Rusia representa una amenaza existencial; no solamente por su eventual anexión definitiva de los territorios ucranianos bajo su ocupación, sino por la reiterada intervención de agencias rusas en ciberataques contra intereses occidentales; amén de cualquier nuevo objetivo militar planteado por Vladimir Putin.

En suma, si bien Estados Unidos no ha anunciado su retirada de la OTAN, en opinión de los europeos el cumplimiento de las exigencias del tratado por parte de Washington no está asegurado. En otras palabras, se ha planteado en Europa la posibilidad de que el presidente Trump decidiese incumplir con sus obligaciones ante una futura agresión del dictador ruso contra cualquier miembro de la alianza atlántica.

Europa se encuentra hoy frente a una nueva realidad. Atrás han quedado los tiempos de las alianzas y la cooperación en materia de defensa con Estados Unidos, o al menos, con miras a los próximos cuatro años o hasta que la sensatez y el decoro hayan vuelto a la Casa Blanca.