Con los años he aprendido que más vale decir lo que una piensa, sobre todas las cosas. ¿Las denuncias falsas de abuso sexual existen? Claro que pueden existir, por supuesto.
La presunción de que existen denuncias falsas ha sido históricamente utilizada contra las mujeres: que si es promiscua, que si la vieron con tal persona, que si tuvo muchos novios... podríamos decir que a las mujeres hasta la fecha es a quienes más les inventan cosas. Seguramente tuvimos una compañera en la escuela de la que se decían mil cosas que nunca hizo o mil hombres con los que nunca estuvo, hoy también pasa, mucho más si eres una mujer pública, a todas nos han inventado algo. Sin embargo, esto no niega que las mujeres, como humanas, tengan capacidad para mentir.
Como integrantes de la misma especie, compartimos idénticas potencialidades conductuales: la capacidad de engañar, agredir o dañar a otros puede manifestarse en cualquier individuo, sin distinción de género, clase social o ideología. En el confuso panorama contemporáneo, esta realidad fundamental a menudo se diluye en discursos que malinterpretan la defensa de los derechos de mujeres y diversidades como un esencialismo que las presenta como figuras “castas y puras”, eternamente víctimas y nunca perpetradoras.
Esta desviación contradice el objetivo fundamental: no buscamos privilegios sino equidad y justicia. Aspiramos a ser realmente iguales ante la ley, para lo cual resulta imprescindible reconocer las desigualdades de origen y los puntos de partida desnivelados.
Hace tiempo que no comulgo con la idea de denunciar en redes desde perfiles nuevos, falsos con la posibilidad de decir cualquier cosa, sin darle seguimiento legal; de hecho, los temas sobre los que me he pronunciado son aquellos que o bien he presenciado directamente, o tras escuchar a varias víctimas, he llegado a comprender en profundidad. Las denuncias pueden ser falsas, especialmente en internet, y curiosamente suelen afectar a hombres progresistas o aliados del feminismo. Pero ¿cuántos hombres de derecha han sido denunciados y no permitieron que los “cancelaran” porque no les interesa lo que piensen las mujeres?
Durante siglos, la violencia contra las mujeres permaneció innombrada e invisible, sin marcos legales ni apoyo emocional que permitieran su reconocimiento y sanación. Simultáneamente, enfrentamos hoy un proyecto ideológico que pretende desmantelar avances feministas para restaurar jerarquías opresivas, ejemplificando la alianza entre fuerzas económicas y conservadoras que buscan acallar voces disidentes.
La fabricación de casos siempre ha sido utilizada como herramienta para perseguir a personajes públicos. Sin embargo, suele ser evidente de dónde provienen estas acusaciones fabricadas y, lo que es fundamental entender, es que el poder contra el que se lucha es mucho más grande y sistemático. Esa es la clave: cuando analizamos quién tiene realmente el poder para silenciar, para manipular narrativas y para protegerse de las consecuencias, encontramos quién es la víctima. Las estructuras de poder establecidas tienen mecanismos mucho más sofisticados para defenderse y contraatacar que quienes denuncian desde posiciones vulnerables. Pero en el caso de representantes populares, la respuesta que se ofrece desde la protección del sujeto y no desde la explicación del caso —especialmente con figuras que acumulan denuncias diversas durante años— transmite un mensaje político que obstaculiza el objetivo de erradicar la violencia contra las mujeres.
La solución debe ser transformadora, no punitiva. Necesitamos construir un sistema que eduque, prevenga y acompañe, equilibrando la seriedad ante cada denuncia con la presunción de inocencia para avanzar hacia una justicia universal y una equidad de género real.