La búsqueda de justicia por parte de las víctimas en términos políticos es un tema complejo y multifacético que involucra aspectos sociales, culturales, legales y éticos. En el centro de esta discusión se encuentra la noción de la “víctima perfecta” y cómo esta idea puede distorsionar el proceso de búsqueda de justicia y verdad. Hay una premisa fundamental: no juzgar a las víctimas, cada persona que sufre un impacto como desapariciones, feminicidio u homicidio en contextos de violencia e incertidumbre tiene maneras diversas de actuar y ninguna de aquellas maneras está sujeta al juicio popular.
La tragedia que se vive por la desaparición forzada en nuestro país, en gran medida, es adjudicable a la Fiscalía General de la República así como a las decisiones de gobierno que determinaron restringir y recortar el presupuesto de la Comisión Nacional de Búsqueda, haciendo estéril y prácticamente imposible que las familias de víctimas directas pudieran recibir apoyo gubernamental en la búsqueda e identificación de sus familiares desaparecidos. Aquel vacío de poder fue llenado por familias que utilizaron sus recursos y se hicieron de conocimiento sobre la marcha para investigar el destino de sus seres queridos. Primer punto por el que el gobierno obradorista llegó en desventaja sobre este tema.
Prácticamente, López Obrador limitó sus esfuerzos sobre desaparición forzada al Caso Ayotzinapa, como si los 43 fuesen los únicos buscados de los más de 100 mil desaparecidos. Ni siquiera en ese asunto se lograron conclusiones de justicia restaurativa, hasta el momento. Ese abandono brindó condiciones para la exposición de madres y activistas que se enfrentan al ímpetu del crimen que intenta silenciarlas. Su legitimidad no está en duda. Es por ello que, ante la fosa clandestina descubierta por Ceci Flores, la ruptura que otras madres buscadoras tuvieron con ella y las acusaciones sobre sus aspiraciones políticas de la mano con Xóchitl Gálvez, hay bastantes cosas que decir.
Por un lado, a las mujeres históricamente se les ha designado como espacio natural el de la calidad de víctima. Si analizamos la historia, las mujeres que se han defendido únicamente han logrado trascender como villanas. Como ejemplo, Medusa, que fue violada por Poseidón en un templo de Atenea y castigada por esta diosa con serpientes en lugar de cabello y la maldición de convertir en piedra a quien mirase o la propia Malitzin, que fue violada por Hernán Cortes antes de los 13 años y tuvo que aceptar estar con todos los que él enviaba y hacer labores de traducción solo para sobrevivir. Haber sobrevivido le costó tanto a Medusa como a Malinche la condena a lo largo de la humanidad pues ser víctima es uno de los lugares exigidos del patriarcado a las mujeres: pasivas y víctimas, buenas víctimas.
La falacia de la “víctima perfecta” es un concepto que señala la tendencia de la sociedad a idealizar a ciertos tipos de víctimas, generalmente aquellas que se ajustan a ciertos estándares preestablecidos de moralidad, inocencia o virtud. Esta idealización puede llevar a que se desestimen o minimicen las experiencias de otras víctimas que no cumplen con estos criterios, lo que a su vez perpetúa la injusticia y la impunidad. Como menciona Rita Segato, la víctima no necesita ser perfecta para ser reconocida como tal, solo necesita ser considerada como una persona digna de comprensión y empatía. Este enfoque político implica reconocer la diversidad de experiencias de victimización y evitar juzgar a las víctimas en función de estereotipos o prejuicios.
Sin embargo, es una realidad que existen fuerzas y personajes políticos que miran a las víctimas como herramienta de marketing. Creen que a través del sufrimiento de aquellas y la compasión o compromiso de ellos podrán obtener simpatías electorales. Al día de hoy, ni Xóchitl Gálvez ni su equipo han presentado un plan o proyecto que pueda dejarnos conocer cómo van a combatir la desaparición forzada o de qué manera se ayudará a las víctimas. Lo miserable es que muchas de ellas, en la extrema desesperación por tener algo de ayuda o información, aceptan tratos de este tipo de personajes que lejos de interesarse en una causa, únicamente lucran con el sufrimiento ajeno.
Cuando una causa se politiza y se utiliza para golpear a un gobierno, se corre el riesgo de desviar la atención del verdadero objetivo de buscar justicia y verdad. Ahí es en donde la cobertura mediática y las voces de otras víctimas deben ser tomadas en cuenta. Si es que a Ceci Flores le han ofrecido algo, supongo que es válido que sea su manera de procesar la búsqueda que continúa viviendo. Pero ¿dónde están las fotos o evidencia de los huesos que encontraron en la Ciudad de México? ¿Dónde está el dictamen gubernamental sobre la forma de aquellos huesos que justifica sean de un perro o animal diverso a humanos? ¿Por qué en aquella búsqueda no fueron contempladas las buscadoras que llevan años tratando de encontrar a sus familiares desaparecidos en Ciudad de México?
Creo que fue un error estratégico haber partidizado la causa de la búsqueda de personas desaparecidas. Aunque esto no tiene por qué ser cargado como culpa exclusiva de la activista Ceci Flores, definitivamente sus actos hicieron que el foco de la política pública quedara en segundo lugar y se convirtiera en una bandera de golpe electoral por parte de su aliada Xóchitl Gálvez. Así como en el caso de esta supuesta fosa, en la que no hay certeza si hubo montaje o no, la peor ofensa es para quienes no están sentadas en el cuarto de guerra de una campaña presidencial y siguen teniendo que buscar como pueden, para quienes han perdido a alguien y este tipo de noticias les puede brindar un atisbo de esperanza en el que ahora, ya no pueden confiar.
No es casualidad la manipulación victimista de simpatizantes de Xóchitl, quienes desde sus espacios de privilegio durante años, despreciaron las agendas de mujeres, infancias, víctimas, desapariciones y todo tipo de experiencias precarizadas. Lo suyo eran los negocios. En lugar de centrarse en las necesidades y demandas de las víctimas, la atención se desplaza hacia agendas políticas partidistas, lo que puede llevar a la instrumentalización de las experiencias de victimización con fines de poder o manipulación. Además, la politización de una causa puede generar polarización y división en la sociedad, obstaculizando la posibilidad de encontrar soluciones efectivas y duraderas para prevenir la repetición de injusticias. En lugar de promover el diálogo y la colaboración, la politización puede alimentar el enfrentamiento y la confrontación, dificultando la construcción de consensos y la implementación de políticas públicas efectivas. por eso, es fundamental reconocer la diversidad de experiencias de victimización y evitar la idealización de la “víctima perfecta”. Escuchar a las otras víctimas y construir conciencia crítica: además de subir en un templete, ¿donde están, insisto, los planes de Xóchitl Gálvez enfocados a las madres buscadoras y a la desaparición forzada? ¿Dónde están las propuestas para salvaguardar a los hijos huérfanos de la desaparición? Asimismo, es necesario despolitizar el proceso de búsqueda de justicia y verdad, priorizando el respeto a los derechos de las víctimas y promoviendo un enfoque inclusivo y colaborativo que busque prevenir la repetición de injusticias en el futuro.
X: @ifridaita