No leí el domingo pasado el artículo de Eduardo Caccia publicado en “el diario que más representa a la clase empresarial”, Reforma.
Eso de que es el diario de la familia Junco es el favorito de los empresarios lo ha dicho Salvador Camarena, en El Financiero, otro periódico orientado a los negocios y sin duda con una mayoría de colaboradores de ideología neoliberal, si alguna tuvieran.
El hecho es que Camarena presenta el reciente texto de Caccia difundido en Reforma como un buen ejemplo de no sólo de “la desconexión de las élites con los ciudadanos comunes sino”, sobre todo, como una demostración de que “en estos tres años la clase empresarial ha sido incapaz de entender que México no aspira a un modelo de convivencia donde los patrones traten a los trabajadores como seres incapaces de un dominio normal del castellano”.
En La Jornada, Julio Astillero Hernández también critica el escrito titulado “¡Vas, carnal!” del señor Caccia, quien por lo visto es un pendejo porque nos dio a todos los mexicanos “la oportunidad de palpar a plenitud la textura política e ideológica de la derecha mexicana”; lo hizo con su artículo “revelador de la distancia absoluta que hay entre las élites socioeconómicas y la realidad de un México al que creen que pueden acercarse mediante la imitación discriminatoria y clasista de lo que entienden como ‘habla popular’…”.
Caccia es el hombre del momento porque hasta una columnista tan destacada como Elisa Alanís lo menciona en Milenio: “Señores empresarios, no usen las palabras ‘chamba’, ‘cabrón’, ‘lana’, ‘derecha la flecha’, ‘jodida’, ‘carnal’ nada más por convivir discriminadoramente. Qué balconeada se dieron Gustavo de Hoyos y Eduardo Caccia con el texto ‘¡Vas, carnal!’ y su limitada, clasista, ignorante, prejuiciosa, estereotipada visión de las y los trabajadores. Si esa también es la opinión de sus amigos empresarios, no entienden que no entienden”.
Lo que Camarena, Astillero y Elisa han dicho me llevó a leer a Eduardo Caccia y ni hablar, es lamentable. No falla Camarena en su diagnóstico: la columna de Caccia “es un repertorio de frases tipo slang de algún trasnochado programa cómico de la peor televisión mexicana”.
Aún más pendejo que Caccia es Gustavo de Hoyos, exdirigente patronal ahora metido a político de oposición, quien recomendó el lenguaje “ñero” del colaborador de Reforma para que los empresarios convenzan a sus trabajadores de votar a favor de la alianza PRI-PAN-PRD.
Bueno, no mencionó De Hoyos a esa alianza, pero evidentemente su intención era esa al enviar el siguiente mensaje en redes sociales: “”Muchos empresarios me han preguntado cómo hablarles a sus colaboradores acerca de la importancia de su voto en las próximas elecciones. Un buen ejemplo para codificar el mensaje nos lo da @eduardo_caccia. Ustedes saben cuál es el mejor conducto”.
Camarena, en El Financiero, fue amable con De Hoyos y le ayudó con un par de tildes; Astillero, en La Jornada, lo exhibió como un tipo peleado con la ortografía. Da igual, con o sin la rayita oblicua que se coloca sobre ciertas letras, lo cierto es que la derecha mexicana anda perdida.
Según Camarena, debido a tales actitudes el presidente AMLO derrotará por paliza a las opciones políticas que defienden Caccia y De Hoyos, y no sólo en junio 6″.
Es verdad, pero si Andrés Manuel, antes del medio tiempo, va ganando el juego por goleada se debe a algo más que a la pendejez de un editorialista de Reforma y de un exlíder de la Coparmex: López Obrador lleva ventaja porque ha demostrado ser honesto; de ahí que no le afecte demasiado lo que se publique, por ejemplo, en Reforma; en El Universal, sobre todo por Carlos Loret de Mola, a quien le pasa datos el priista Roberto Madrazo; en el diario en el que participa Salvador Camarena, El Financiero, ni tampoco en la organización de derecha y aun de ultraderecha cuyas investigaciones este periodista dirigió, Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad.
Claro está, las virtudes de AMLO las tienen pocos de los personajes clave de Morena, así que, tristemente, solo queda concluir que México se encuentra lejos de estar en el mejor de los mundos posibles.