Sí, es católico, siempre lo ha dicho. También ha confesado ser partidario de la economía de mercado. Y presume su vocación de demócrata.

Su mayor autocrítica consiste en admitir que es un mal católico—tal como lo hizo el pasado domingo en su cartón del diario Reforma—.

¿Por qué se ve a sí mismo como un mal católico? Porque, confiesa, apenas cumple con seis de los diez mandamientos y, además, solo acredita dos de las virtudes teologales y ninguna de las cardinales.

Recordemos que las virtudes teologales son tres: fe, esperanza y caridad.

Sin duda, es la caridad la virtud teologal que no posee el monero de la derecha; sí, don Paco Calderón, cuyos trabajos difunden Reforma, de la Ciudad de México; El Norte, de Monterrey, y Mural, de Guadalajara.

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Caridad, para el catolicismo, significa amar a Dios por sobre todas las cosas, y a través de este vínculo, amar al prójimo como a nosotros mismos.

El Diccionario de la lengua española, entre las distintas acepciones de la palabra caridad incluye la anterior, pero no en primer lugar.

Para el diccionario de la RAE la definición más importante de caridad es: “actitud solidaria con el sufrimiento ajeno”.

Reconozco su honestidad y la aplaudo. El monero Calderón no practica la virtud de la caridad.

Lo demostró este martes en su cartón de Reforma: se burla de una indígena pordiosera al ubicarla pidiendo limosna abajo de la escultura de la mujer olmeca que sustituirá a la estatua de Colón.

Se puede estar de acuerdo, o no, con la decisión tomada por la jefa de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, pero ¿manifestar inconformidad burlándose de las indígenas mexicanas en situación de pobreza?

Personalmente, yo habría dejado a Cristóbal Colón donde estaba y a la mujer Olmeca le habría dado otro lugar de privilegio en el Paseo de la Reforma. Pero a mí nadie me eligió para gobernar la capital del país.

Lo triste es que el monero Calderón se burló de las indígenas pobres. Ni duda cabe, él está muy lejos de ser un buen católico. Calderón es, más bien, racista y clasista.

¿No pudo hacer otro tipo de broma para cuestionar a la jefa de gobierno? ¿Por qué el chiste que lastima a las personas pobres?

¿Era necesario ser tan miserable, señor Calderón?

Por cierto, Calderón tiene discípulos; uno de los más notables, Rictus, monero de El Financiero, quien también recurrió a la ofensa contra las indígenas pobres para expresar su desacuerdo con la nueva escultura.

A los dos, a Rictus y a Calderón, les festejó en Twitter sus puntadas racistas otro periodista racista, Pascal Beltrán del Río, director editorial de Excélsior: