La felicidad

Me alegra y al mismo tiempo me deprime la aprehensión de Jaime “el Bronco” Rodríguez.

Es una gran noticia porque ya era hora de que, en México, quien la hace la pague.

Al parecer el exgobernador de Nuevo León cayo en algunas —y muy serias— conductas delictivas; es entonces justo que se le castigue.

Lo anterior representa un motivo de alegría porque la gente de mi tierra había perdido la esperanza de que llegara el momento en que, verdaderamente, se combatiera la corrupción.

Buen trabajo del actual gobernador Samuel García, quien merece todo el apoyo de las nuevoleonesas y los nuevoleoneses.

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Ojalá el arresto de “el Bronco” Rodríguez sirva para que el pueblo de Nuevo León recupere la esperanza y empiece a pensar que otro tipo de gobierno —más decente, basado en las leyes y la ética— es posible.

La tristeza

La detención de “el Bronco” es también deprimente por la decepción.

Jaime Rodríguez llegó al cargo de gobernador con un enorme apoyo popular sobre todo porque, durante su campaña electoral, convenció a la ciudadanía de que él sí iba a castigar a los corruptos de otras administraciones y que en la suya todo iba a ser distinto.

Pero Jaime Rodríguez no sancionó a nadie —no a ningún delincuente mayor— y ahora sabemos que en su periodo de gobernador la corrupción fue enorme.

Samuel García ha dado un gran paso para consolidarse como un gobernador distinto a muchos de sus antecesores, pero no debe detenerse a celebrar el arresto de “el Bronco”.

El exgobernador Rodríguez tiene cómplices y Samuel debe ir por ellos.

La actual administración nuevoleonesa también debe actuar contra otros exgobernadores que arruinaron al estado, como José Natividad González Parás y Rodrigo Medina.

Con habilidad jurídica será posible encontrar delitos de Medina y Nati que no hayan prescrito; lo que hicieron no debe quedar sin castigo.

Lo más importante para el gobernador García será vigilar a su propio equipo de trabajo, de tal modo de evitar que sus integrantes se corrompan.

Samuel no es ingenuo y no puede pecar de exceso de confianza: sabe, y no debe olvidarlo, que sin controles cualquier persona que maneje recursos públicos cae con facilidad en las raterías.

Nuevo León ya merece un gobernador que actúe con firmeza en el trato con sus secretarios, secretarias, titulares de dependencias, etcétera; amarrarles las manos a tiempo es la única forma de garantizar que nunca más existirá otro Bronco, otro Nati, otro Medina.