Despierto cada día con el pesar de tu ausencia; trato de conciliar el sueño, pero esta angustia infinita de no saber en dónde estás no me lo permite. ¡Pesadilla infernal! ¡¿Cómo detener el tiempo!? Hijita, ¿por qué no me así de tu bracito cuando sonriente ibas a cruzar el umbral de la puerta? Todavía percibo tu aroma, el perfume que despedía tu hermosa cabellera…

Aquella noche te esperé despierta como siempre. Tú tan puntual. Dejé pasar eternos minutos antes de llamarte. Te marqué, hijita, y así de golpe sin sonar una sola vez tu teléfono, esa voz aguda y macabra me decía: “el número que marcó se encuentra apagado o fuera de servicio”. Volví a marcar una y otra vez... una y otra vez. La misma voz, el mismo mensaje. El terror se apoderó de mí, hija. Todo se volvió oscuro…

El temblor de mis manos impedía que buscara los números de tus amigas. Mi corazón latía sin intervalo alguno; pulsaba incesante en mis sienes. Todas me dijeron que habías salido sola de la fiesta y que te habías subido a un carro que habías solicitado. “Lo pidió a DiDi”, dijeron... Y era negro, negro…

Te llamé de nuevo, la misma voz. Tu padre y yo salimos a buscarte. Nada…

Tus amigas hablaron con todos los conocidos. Todos decían lo mismo: “se subió a un carro negro”.

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Hicimos la denuncia de tu desaparición. Nos dijo el Ministerio Público que se iba a emitir una ficha para tu búsqueda. “Así son las jóvenes. Se van por ahí y luego vuelven... eso pasa casi siempre”. “¿Cuántos años tiene su hija?, ¿dieciséis? Demasiado tarde para que una niña de su edad ande a estas horas en la calle, ¿no creen?” “¿Cómo iba vestida? Falda corta, blusa rosa sin mangas, zapatos de tacón”. “¿Con brillos? ¿Minifalda? Cabello largo y lacio. Estatura, ¿1.59? Delgada. Tez blanca”. “¿Tiene novio?”

Apenas podíamos contestar a esas preguntas; el llanto se tragaba cada palabra. La desesperación y el terror nos hacían olvidar hasta lo básico.

“Bien, ya está. Les llamaremos en cuanto sepamos algo. Es todo”. Tu papá y yo salimos y bajamos como pudimos las escaleras del Ministerio Público. Apenas podía sostenerme. Las piernas me temblaban, mi llanto histérico no me dejaba ver nada… solo la negrura de la noche.

Oscuridad… así hemos vivido tu papá y yo. Nuestra vida es un infierno, nada sabemos de ti, hijita mía. ¿Dónde estás? Mi corazón late muerto, se ha vuelto mecánico. Solo funciona para sentir el dolor de tu ausencia, para sufrir lo indecible por no saber de ti. La culpa por haber cedido a tus ruegos que te dejáramos ir al festejo.

Salgo todos los días junto con otras madres a buscarte… Excavamos y excavamos. Manos fuertes entierran la pala en la tierra seca y a veces húmedas. Unas lloran en silencio mientras otras como yo sollozamos al encontrar restos y más restos…

Ninguno ha sido tuyo…

Hijita mía, ¿qué ha sido de ti? No dejaré de buscarte. Las autoridades siempre dicen lo mismo: “¿Para qué la dejó salir sola?” “Seguimos con la investigación”. “¿Y su carpeta?”, les preguntaba. “No se la podemos dar. No se la podemos entregar…”. Después supe que la habían extraviado. Para ellos no existes hija, ni tú ni todas las demás. A pocos les dueles, nosotras sus madres vivimos solo para encontrarlas, si no te encuentro a ti, hijita, habré de hallar a la hija de otra mamá muerta en vida como yo.

¡Lo que daría por retroceder el tiempo! Me aferro a la fe intensa que a veces siento o me obligo a sentir que he de encontrarte con vida.

Mis manos ahora solo empuñan la pala… ya no pueden acariciarte; mis brazos ahora fuertes solo sirven para apalear la tierra, porque de ellos te fuiste aquella noche.

Todas las noches me acuesto en tu cama intacta; abrazo tu almohada para sentirte. Mis lágrimas infinitas la empapan… Tu sonrisa quedó grabada, hija querida, está tatuada en mi mente, y el olor de tu perfume, el que inhalo como mi oxígeno para seguir viviendo, para siempre buscarte… Cierro los ojos para recordar tu imagen y tu sonrisa, esa que jamás imaginé fuese la última…

¡Te buscaré hasta mi último respiro, hija!

Los feminicidios y las desapariciones de mujeres, de adolescentes y niñas continúan… Vidas truncadas por engendros que se saben protegidos por la impunidad, la ineficacia de las autoridades y en muchos casos, hasta de complicidad.

Carpetas, miles de carpetas diseminadas y abandonadas por las fiscalías y ministerios en toda la república. Desapariciones de mujeres inocentes, vidas esfumadas, llantos interminables de las madres que suplican que no cesen de buscarlas. Nada, al parecer ese dolor no mueve ni sensibiliza ninguna de sus fibras…

Su indiferencia da el carpetazo, para esperar a la siguiente…

Paola Andrea Bañuelos se sumó a las más de 115 mil 709 personas desaparecidas en México.

Por desgracia, el nombre de Paola Andrea está ahora en la infinita lista de feminicidios. Fue hallada muerta cerca de un tren en los alrededores de las Islas Agrarias B, ubicada al oriente de Mexicali, Baja California.

No olvidemos…

Son tantas las mujeres que han desaparecido… algunas han sido encontradas sin vida y en su mayoría los asesinos andan sueltos, por esa vil indiferencia de las autoridades, que elaboran mal los expedientes o que ni siquiera existe siquiera escrita la primera letra de sus nombre.

En la mayoría de los casos no hay avances, quedan estancados y olvidados.

Alcemos la voz, gritemos esos miles de nombres junto a sus madres... no las dejemos solas… Que renazca en nosotros la empatía.

Gritemos y exijamos todos y todas: ¡Justicia!