“El silencio es una forma de resistencia ante la injuria”
“Sobre mi cara y mi cuerpo en milésimas de segundo se interpone el rostro de mi cónyuge. Tercero, de modo inmediato paso a ser él.”
Beatriz Gutiérrez Müller
Nacer mujer implica cargar un montón de expectativas desde antes de apenas poder tomar conciencia de ellas. Todo lo que se espera, con el tiempo se reafirma o se diluye entre el rebelde acto de la mujer que consiste en construirse autónoma, reflexiva, pensando, eligiendo, rechazando las tradiciones dotadas de estereotipos para que la autenticidad logre sobreponerse a lo que se espera de una.
Si es que todas las mujeres lo vivimos, la mujer que ha caminado a un lado del presidente más querido de la historia, Andrés Manuel López Obrador, habrá cargado con cientos de expectativas más.
Desde aquellos que esperaban una primera dama activista hasta aquellos que condenaban una esposa de presidente demasiado involucrada en los asuntos oficiales.
Beatriz Gutiérrez Müller tuvo en frente un reto gigantesco que podemos reconocer como alcanzado: ser ella misma, entre la autenticidad y la autonomía, que en un espacio de su talla pareciera ser un acto de rebeldía. El silencio, como lo es el feminismo, ha sido esbozado como una forma de resistir en prudencia a las exigencias y expectativas impuestas a la mujer que es par del presidente y de todas.
Recordemos que al inicio del sexenio, cuando la Dra. Beatriz se negó a ser nombrada como “primera dama” porque en nuestro país no hay mujeres de primera ni de segunda, a nuestras memorias llegó María Esther Zuno, la compañera de Echeverría, que se negó a tal nombramiento también.
Se especulaba que la escritora, historiadora y mujer feminista podría emular la personalidad de la compañera María Esther, en su nacionalismo e intenso trabajo de asistencia social. La crítica y el odio encaminado al obradorismo fue tan injusto que a Beatriz Gutiérrez Müller se le arrinconó atacando a su familia, profesión, lectura, pasión por los libros y si es que este no fuera el siglo que vivimos, podríamos decir que la oposición colocó a Gutiérrez Müller en una posición parecida a la de Sor Juana Inés de la Cruz, perseguida y adornada de prejuicios sobre su supuesta maldad.
Durante la presentación de su libro Feminismo silencioso. Reflexiones desde el yo, el nosotros, el aquí y el ahora, acompañada por López Obrador, en primera fila, no pude dejar de pensar en que Juana de Asbaje eligió el confinamiento religioso no por sumisión sino por encontrar un lugar seguro para que sus sensibles textos, poemas, liras y canciones pudieran aflorar sin el estigma de la época.
A la distancia en tiempos, circunstancias y espacios, el feminismo silencioso de Beatriz Gutiérrez Müller es prudencia pero también es una guarida que la protege de las redes sociales inquisitoriales, alimentadas por el odio de la ignorancia y la misoginia, que en el amor por el conocimiento, el pueblo, los libros y la historia no la pudieron alcanzar.
Es el espacio de resistencia en que Beatriz nos regala algunas de las tantas conclusiones de experiencias que tal vez algún día podremos conocer, pues así como el periodista no puede protagonizar la noticia, no debe ser fácil contarlo como la historiadora que ha tenido la oportunidad de presenciar, vivir y aportar a la transformación para contarla.
Atreverse también a elegir ser ella misma cuando su esposo es tan querido tiene algo de osadía, pues la mirada encandilada por la luz de aquel liderazgo histórico, a menudo, la intentó desdibujar colocándola simple y sencillamente como “la esposa de”, no como Beatriz Gutiérrez Müller. Pero tampoco hay una ruptura en ser nombrada como ello y como Beatriz, apreciada como la persona que tomó un lugar en la historia viva que hoy podremos conocer en su libro.
Feminismo silencioso es el ensayo más íntimo de la mujer que ha vivido en primera persona los cambios más profundos del país y que se ha resistido a ocupar otros papeles o identidades y personajes. La compañera de un compañero de masas que ha visto crecer y cambiar a su propio amado.
Su mayor rebeldía, además de la autonomía, es la de seguir siendo ella misma, a pesar de que eso pueda impactar en la realidad de todo el entorno que coloca expectativas o exigencias, pero que en clave de feminismo, enseña a las mujeres a vivir la historia propia, tomar el tiempo necesario para procesar el entorno y los cambios, elegirse y elegir el lugar que coincide con los ideales personales aún en pareja, creyendo siempre en la oportunidad de crear aquellos lugares para la coincidencia, mostrando que una mujer puede vivir grandes momentos de la historia sin perderse a una misma y protagonizando la experiencia propia.
Así, con un presidente espectador acostumbrado a ser el orador principal, inicia la transición al tiempo de mujeres en que mirar y escuchar se convertirá en parte de la cosecha de frutos que la izquierda pudo sembrar.
También es posible leer este libro como un momento crucial para el feminismo, en el que podemos reconocer que elegir el silencio no es callar y que hay mil maneras más de hacer ruido. Un ruido intelectual y profundo, al que podemos abrazar y del que mucho tenemos que aprender. Un mensaje de feminismo de paz que contrasta con el del estruendo, uno que es tan demoledor como una pancarta en la marea de las marchas.
Deseo pronto volver a este espacio con una reseña detallada del libro tan esperado, del que por cierto, las columnas y notas hablaran más sobre cualquier detalle superficial antes que sobre la esencia y materia del mismo.
El episodio que podrá entenderse como la cereza del pastel, un corolario para explicar el silencio como arma ante la injuria o el ejemplo sobre lo que sucede al lanzar perlas a los cerdos.
Para nuestra trascendencia, tal como se despide Beatriz Gutiérrez Müller: “la autonomía es la más hermosa forma de rebeldía”.