Cuentan que nuestro universal Carlos Fuentes, presumía como una de sus mayores libertades, el poder decidir con quién compartir mesa y departir los alimentos. Posiblemente, nunca se cuestionó si la elección de leer y qué leer, fuera también una preciada libertad; pero de haber visto amenazada o cuestionada esta, seguramente habría usado su pluma y arrestos para su defensa.
Tal vez habría requerido del realismo mágico de García Márquez para comprender que un erudito de los tamaños de Marx Arriaga (doctor en filología hispánica, maestro en teoría literaria y licenciado en letras hispánicas) expresara que “leer por goce es consumo capitalista”.
Tan ilustre académico y hoy “promotor” de la educación en México, en una alocución de más de dos horas para justificar sus cuestionables resultados en la edición de los libros de texto gratuitos, bordó semejante ocurrencia-incongruencia-absurdo e incluso agravio, en un país cuyo promedio la lectura anual no alcanza los ¡4 libros!, récord 2020 producto de la pandemia y el encierro.
¿Será que él posee otros datos?, ¿qué como funcionario público en el rubro de la educación no entiende acerca de que el ejercicio de la lectura es la mayor herramienta para vencer la incultura, la pobreza, el sometimiento y el conformismo de nuestro pueblo?
El pretender condenar el gozo de la lectura y sólo palomear la que es obligada a ciertos textos, es un intento de asesinato a la libertad de expresión, al aprendizaje y sí, también a la alegría. Es retroceder a los peores momentos de la historia, donde los libros ardían en las fogatas para que las personas no los pudieran leer, ni abrevar los conocimientos de sus páginas.
Que sepa el señor Arriaga que la lectura es por placer y goce, por aprendizaje y trabajo, para entretenernos, evadirnos, reír y llorar. Para conocer mundos ignotos, evocar pasados ya idos y soñar mejores futuros. Para conectarnos con un autor, entender su realidad y visión, para desentrañar la nuestra y expandir nuestras oportunidades de ser y hacer.
Leer por el placer de viajar y conocer lugares donde se espera viajar algún día, o dónde sabemos que nunca iremos. Conocer de héroes, inventores, santos y malditos que nos precedieron; entender el abanico de la vida, compuesto de desafíos, triunfos y derrotas. Leer porque todos en algún momento habremos sido el Quijote derrotado, pero jamás vencido.
Leer porque el bagaje cultural no estorba y permite escapar de realidades de desabasto y odios fatuos. Leer, aunque uno se olvide de autores, pero no de historias, de las sensaciones y huellas que nos provocan, porque un libro entre las manos es tener un amigo, aunque nos encontremos solos.
Sea esto un mínimo derecho de réplica de quienes leemos por mil razones y sin razón, de quienes lo gozamos, porque aprendemos y desaprendemos, porque leer no nos obliga a dar explicaciones. En un mundo, nuestro mundo dónde el acto de la lectura no se encuadra en capitalismo ni en socialismo.
Pero también un grito y demanda de los que no conocen la libertad que un libro provee, la memoria de los hombres que conlleva, ni la esperanza del mañana que nadie tiene derecho a negarles.
Segura estoy que el maestro Fuentes hoy más que nunca, habría sido libre y selectivo en a quién no invitar a su mesa…