En Hamlet de Shakespeare sucede algo inquietante: una obra de teatro dentro de otra. Una representación para denunciar el asesinato. Suceden entonces dos cosas maravillosas: una obra dentro de otra y una de ellas funge como denuncia social directa. El príncipe, atormentado por el fantasma de su padre, busca justicia y al final encuentra locura y venganza. La compañía teatral ignora que está siendo usada para llevar un mensaje judicial.
Maquiavelo, en aquella lisonjera dedicatoria a Lorenzo de Médici en su texto El Príncipe, justifica brevemente su autoridad moral para educar a los príncipes: “(…) me atrevo a examinar y a dar consejos a los gobiernos de los príncipes; porque, así como el artista se coloca en los llanos para pintar con mas facilidad los montes y colinas, y, por el contrario, sube a las colinas para obtener mejor vista de los llanos y praderas, del mismo modo, para conocer bien la naturaleza de los pueblos, es preciso ser príncipe, y, para comprender la de los príncipes, es necesario ser hijo del pueblo”. Resulta ilógica su analogía pero sirve para demostrar que existe un poder más grande, el del pueblo que todo lo ve y a cuyos ojos nada escapa, sobre todo los excesos del poder.
En la celebre cinta Ciudadano Kane, un magnate mediático comienza a usar su influencia para conseguir poder político y presencia social; finalmente no consigue su objetivo. Ni todo el dinero, fama y extensas redes en los medios de comunicación le son suficientes para alcanzar sus ambiciones. La película concluye con un mensaje de nostalgia de aquella infancia que nunca volverá. El mismo director, Orson Welles, considerado un enfant terrible, explica visualmente los intersticios de la memoria y como, incluso en la edad más avanzada, se recuerdan elementos simples de nuestra niñez.
Frente a estas tres estampas, algunas reflexiones para hilarlas con el título:
1. Periodistas que critican a unos gobiernos y defienden a otros, es decir, que banalizan su función, corren el riesgo de ser ignorados por irrelevantes, claramente subjetivos y apabullantemente vendidos/as a intereses económicos, que rara vez son los intereses del pueblo.
2. Periodistas que se empecinan a servir a reyes-empresarios-oligarcas y no al pueblo, seguramente obtendrán beneficios económicos pero, ¿de qué se va a alimentar su espíritu? ¿De dónde nutren a su audiencia si su origen es el interés en lo inmediato? ¿No existe ya un resquicio de vergüenza o de mínima cuota de pudor?
3. El dinero no cambia la historia. Es posible que la encubra, que la posponga pero finalmente la verdad y la historia salen a flote. Incluso para aquellos historiadores que quieren preocupar a la gente que todavía les sigue, asustando a los siervos, como aquellos señores feudales que alertaban sobre los peligros de salir del feudo. No hay dragones; hay historiadores/as, periodistas, académicos/as y comunicadores/as sometidos/as al yugo del dinero, el egoísmo y el interés oligárquico.
Esta semana no habrá recomendación de libros pero sí de una tesis sobre el tema:
Stories that bloom: el desarrollo del nuevo periodismo como género literario, Natalia Equihua, 2012.