Este 6 de julio es un día para recuperar la memoria colectiva.

Para quienes fuimos estudiantes, en 1983, de la Facultad de Estudios Superiores, Iztacala, (antes Escuela Nacional de Estudios Profesionales, ENEP), de la UNAM, la de hoy es una fecha en que conmemoramos 40 años del inicio del primer movimiento estudiantil que estalló y se desarrolló, con saldo blanco, en ese plantel universitario.

Esos hechos históricos no sólo tienen un significado especial para quienes participamos en el paro de labores en ese tiempo y espacio (que por cierto tuvo una duración de 20 días), sino que también podría ser de interés para las y los estudiantes que hoy cursan alguna carrera de licenciatura o programa de posgrado en esa importante institución de educación superior.

Podría asegurar que la mayoría o quizá ninguno de los estudiantes que están matriculados en ese plantel universitario, hoy, había nacido cuando sucedieron esos acontecimientos. Por ello considero importante reivindicar y retomar la necesaria memoria colectiva.

En parte, es cierto, se trata de revivir nostalgias del verano estudiantil que nos transportan por un período de 40 años, pero también es una ocasión para reflexionar en torno a esa parte de la historia de esta singular dependencia de la universidad nacional, que se encuentra, desde 1974-1975, en la zona o comunidad de los Reyes Iztacala, en el municipio de Tlanepantla, Estado de México.

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Retomo a continuación algunos fragmentos del texto que escribí en 2018 sobre esos hechos:

El 6 de julio de 1983, por la tarde, estudiantes de las carreras de Psicología, Biología, principalmente, y algunos compañeros de Odontología y Medicina, decidimos levantar la voz y hacer un alto frente a las actitudes cerradas de las autoridades universitarias, encabezadas por el director del campus en ese entonces, el finado doctor Sergio Jara del Río.

Aunque el motivo inicial de la protesta estaba relacionado con aspectos económicos y asistenciales (contra el aumento del precio de las fotocopias al interior del plantel, por ejemplo), el conflicto se extendió a otros ámbitos, debido al carácter de las demandas estudiantiles, como la reivindicación de derechos universitarios, específicamente por la falta de atención, diálogo y audiencia por parte de las autoridades universitarias en relación con nuestras peticiones.

Conviene recordar que la FES (antes ENEP) Iztacala, en ese tiempo, tenía una fama (o mala fama) como el plantel más “controlado” de la comunidad universitaria y, específicamente, como el menos “socialmente agitado” de entre los planteles multidisciplinarios, que se ubicaron en distintos puntos de la zona metropolitana de la CDMX y del Estado de México, durante la segunda mitad de los años 70 (recordemos que en esos años se crearon, además de Iztacala, los planteles de Acatlán, Cuautitlán, Aragón y Zaragoza).

No hay que pasar por alto que, por aquella época (primeros años de la década de los 80´s), la mayoría de las escuelas y facultades de la Universidad Nacional se encontraban en una etapa difícil, en términos de la movilización estudiantil y social, después de los acontecimientos de 1968 y 1971 que, como sabemos, estuvieron marcados por la represión hacia estudiantes y profesores universitarios, normalistas y politécnicos, entre otras comunidades de nivel medio superior y superior.

La ENEP Iztacala había iniciado labores en 1975, durante el período en que la UNAM era dirigida por el rector Guillermo Soberón Acevedo. En ese entonces, el primer director, fundador, de la ENEP fue el doctor Héctor el Güero Fernández Varela, médico pediatra, a quien se le atribuía el trofeo de haberse comportado como un “director firme” (por no decir autoritario) ante los conflictos universitarios.

Algo aprendió de esas lecciones de “mano dura”, el segundo director en la historia de la ENEP, el doctor Sergio Jara del Río, quien se desempeñó, antes, como secretario académico de Fernández Varela.

Sigo con la narración publicada hace cinco años:

Ese 6 de julio, luego de que solicitamos, mediante escrito (que conservo), a las autoridades universitarias que nos concedieran derecho de audiencia con la intención de entablar un diálogo, en el aula magna, para abordar los problemas más sentidos de la comunidad estudiantil, a cambio recibimos la notificación verbal de que ese espacio estaría cerrado y que ningún representante de las autoridades universitarias se presentaría al diálogo.

Esa cerrazón prendió la mecha: De inmediato, las y los estudiantes organizamos una asamblea en la planta baja del edificio de gobierno (popularmente conocido como “el búnker”), sede de la dirección y de algunas áreas administrativas del plantel, que en ese tiempo sólo tenía dos pisos o niveles. Al no recibir respuesta en ese lugar, una vez más, decidimos iniciar un paro de labores como medida de presión, con la consecuente toma de instalaciones, para que las autoridades atendieran las demandas estudiantiles.

La represión y la intimidación institucionales vinieron de pronto: A los dos o tres días de iniciado el paro, el H. Tribunal Universitario de la UNAM notificó a un grupo de compañeros estudiantes y, de manera absurda, también a algunos docentes que pasaban por el lugar a la hora de la protesta, mediante consignaciones o demandas, para que asistieran a declarar ante dicho Tribunal, pues habían sido señalados por las autoridades universitarias locales como presuntos responsables del conflicto.

Más allá de desmoralizar o desmotivar a las y los estudiantes, ese hecho provocó mayor descontento, y generó más unidad, apoyo y solidaridad entre los miembros de la comunidad: Estudiantes, docentes y personal administrativo sindicalizado (STUNAM), se unieron para dar lugar a la más grande participación de protesta universitaria antes nunca vista en la corta vida de la escuela.

Fue sin duda una respuesta firme, ejemplar y fraterna de la comunidad. Algo que jamás se habían imaginado que fuera a ocurrir, el director y su equipo de trabajo, y para ser sinceros, ni nosotros como estudiantes.

La solidaridad de los vecinos a la escuela, de la comunidad de Iztacala, de inmediato se hizo sentir. Hubo apoyo en forma de cazuelas de arroz, frijoles, nopales, agua simple en garrafones, tortillas, salsas, pan, café de olla, etcétera, todo ello para sostener de manera desinteresada al movimiento de protesta.

En breve, se integró la asamblea de docentes y académicos en solidaridad con el paro estudiantil. Los representantes sindicales del STUNAM en Iztacala, así como las y los agremiados, por su parte, mostraron su apoyo incondicional a las y los estudiantes en paro.

El movimiento rindió frutos después de dos semanas de paro: Poco antes del levantamiento de la toma pacífica de instalaciones, autoridades y estudiantes, con algunos docentes como testigos, llevamos a cabo rondas de diálogo y firma de acuerdos en las instalaciones de la clínica universitaria de prácticas profesionales, contigua a la ENEP Acatlán.

Recuerdo que, durante el movimiento, los dirigentes tuvimos la oportunidad de contactar y conversar con algunos líderes estudiantiles de otras escuelas y facultades de la UNAM, esto con la intención de solicitar su solidaridad y apoyo para continuar con la protesta.

Es de especial importancia subrayar que, en la ENEP Iztacala, nuestra justa protesta estudiantil de 1983 resultó con “saldo blanco”, porque antes y después de esa fecha, los desenlaces de los movimientos populares, estudiantiles, antiautoritarios y de oposición, generalmente terminaban en actos de represión en su contra, con víctimas o con saldo rojo o negro.

En este caso no hubo, por fortuna, ninguna baja. El movimiento estudiantil de ese año en Iztacala (1983) logró el cumplimiento de sus principales demandas, e inclusive aportó importantes señalamientos a una serie de situaciones educativas y pedagógicas como el hecho de que las y los estudiantes tuviéramos voz y voto en los diagnósticos y los cambios curriculares en marcha, sobre todo en la carrera de Psicología. Sin embargo, quedaron pendientes algunos temas como la autorización de becas y apoyos a estudiantes para transporte escolar.

Por otra parte, como resultado de la participación de una cantidad numerosa de compañeras y compañeros, algunos de ellas y ellos, posteriormente al paro, se integraron a la vida institucional formal, orgánica, en el Consejo Técnico de la escuela.

La protesta cívica y pacífica, memorable, de 1983, nos enseñó que el autoritarismo y la sinrazón se sostienen en nuestras instituciones educativas, y de cualquier otro ámbito social, hasta que la sociedad se moviliza, organiza, exige, se solidariza y participa.

Sin duda, los aprendizajes y enseñanzas que deja esta historia se extienden hacia nuestros días, porque nos dieron la certeza de que los derechos humanos y universitarios, así como las demandas sociales, deben ser respetados y atendidos en cualquier tiempo y en todos los lugares donde habitamos como comunidad, dentro y fuera de las instituciones de educación superior.

(Retomé algunos fragmentos de mi texto: “UNAM Iztacala: 6 de Julio, 1983″, SDP Noticias, 6 de julio, 2018).

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