Fotografía
Detrás del portarretrato estilizado de cartón (característico de las fiestas mexicanas de clase media) está manuscrito: Aventurera. Sáb. 10 octubre 98′. Gabriel Careaga, Enrique Creel y Héctor Palacio. Salón Los Ángeles, Ciudad de México.
En la fotografía se ve a tres individuos sentados detrás de una mesa-tablón con mantel blanco y centro verde, sonriendo a la cámara. Frente a ellos, botella de wiski, hielera, aguas minerales y cocacola. Al fondo se observa público ocupando mesas regulares. Era el diseño del Salón para la puesta en escena de Aventurera; adaptación teatral de la película mexicana de 1950. Las mesas-tablón miraban directamente a la pista de baile, lugar de la acción, sitio de privilegio para invitados especiales; políticos, intelectuales, artistas, estrellas en general. En nuestro caso, el profesor y sociólogo Gabriel Careaga es el invitado especial, nada menos que de la productora del “show”, Carmen Salinas (“Carmelita”, bromea el escritor); Creel y yo, invitados del invitado especial.
Gabriel había visto la obra en varias ocasiones desde su exitoso estreno el 28 de octubre de 1997. Gran espectador de cine, danza, música, teatro (dos libros dedicados al tema, Estrellas de cine. Los mitos del siglo XX y Sociedad y Teatro Moderno en México), le entusiasmaba no quedarse en casa, siempre salir; muchas veces solo, otras con amistades afines. Gustaba de conocer a “estrellas” del espectáculo en México (iba a Nueva York dos veces al año para ver comedia musical, danza contemporánea, cine y teatro); tenía relaciones con varias de ellas. Trataba a Carmelita por esos días.
Esa afición por la escena es temprana -desde la década de los 50′s, que él siempre consideró la mejor-, después de un fallido intento por convertirse en actor. Su maestra Pilar Souza -gran actriz interprete de Ana Romana en la adaptación cinematográfica de la extraordinaria obra Los signos del zodiaco, de Sergio Magaña- le dijo algún día, “Gabriel, dedíquese a otra cosa, no sirve para el teatro, es usted muy tenso, nervioso”; y le hizo caso (lo contaba con humor), mantuvo amistad con la actriz, preservó el gusto por la escena y se convirtió en espectador y crítico del arte y la cultura, a la par que sociólogo, profesor y escritor.
Esa noche de la foto, Enrique Creel también celebraba –miembro de la élite de ese apellido, consanguíneo de los Terrazas del norte y tío del político panista, Santiago, de quien Gabriel hacía mofa e ironías constantes-, había presentado a principios de año una agradable crónica autobiográfica, El color del cristal (Diana; 1998). Elena Urrutia (1932-2015), periodista, académica y precursora del feminismo amiga de ambos, escribió una nota crítica. Creel escribía haber “nacido en una clase cuyas preocupaciones básicas consistían en mantener la privilegiada posición social que habían conservado a través de los años e imponer en su descendencia un código de conducta rigorista y autoritario, fundado en su interpretación de la moral cristiana y en un muy estrecho concepto de la vida”. Urrutia sentenciaba: “Pronto el adolescente, reactivado por su inmersión en la educación lasallista, es consciente de cómo se había moldeado en su persona y sin su consentimiento un proyecto humano que estaba muy lejos de satisfacerle; cómo se había trabajado para dotarlo de una conciencia de clase burguesa que marcara su comportamiento vital. Y esta experiencia detonará su distanciamiento crítico, por igual de los representantes de una flamante plutocracia enriquecida con la Revolución, que de sus antepasados nuevos ricos que emergieron durante el juarismo y el porfiriato” (“La ciudad y sus personajes”; La Jornada, 08-05-98).
Distanciamiento crítico que acaso explicara, parcialmente al menos, su presencia en el evento de la fotografía. El libro establece la raíz genealógica del autor y sus privilegios, y recorre el siglo XX mexicano; aún una grata lectura. La dedicatoria de mi ejemplar: Para Héctor Palacio, a quien la vida me ha permitido conocer y hacer amigo. Enrique Creel; jueves 23 de abril de 1998.
Empieza el show; impresos
Apenas tomábamos asiento cuando, sin solicitarlo, los meseros nos colocaron bebidas “cortesía de la señora Salinas”. Con sed, Enrique y yo servimos pronto, Gabriel fue parsimonioso.
Llenas las copas y dado el primer trago, llegó un vendedor. Ofrecía el programa impreso del show, su historial; también una semblanza biográfica de Salinas. Gabriel sacó la cartera y compró dos de cada producto, para Enrique y para mí; él ya los tenía. Percibí incomodidad, algo ya vivido.
Botella de wiski
Como se mira en la imagen, cuando mi vaso ha rebasado la mitad, el de Gabriel está casi intacto; el de Enrique no se ve. Poco después del flash fotográfico, la sed de octubre llevó a los invitados del invitado especial a avanzar la segunda copa. Con urgencia, el profesor dijo “no tan rápido, compadritos, que me frie…”; no concluyó la acción verbal pues apareció, de no sé dónde en modo coreográfico, el amable mesero, “la botella es suya; se les cargará descontando las tres copas cortesía de la señora Salinas”. Los invitados del invitado no hicimos más que terminar de llenar los vasos.
Discos y fotos
Ambiente creciente en Salón Los Ángeles. La música en los altisonantes, fuerte y popular, invitando a la fiesta, al aturdimiento de los sentidos. Segunda llamada y aparece otro vendedor. Ofrece discos con la música de la obra y otros de “la señora Salinas”; asimismo fotografías ampliadas del espectáculo, de Carmelita y sus estrellas. Mientras Enrique reía como el niño grande, travieso que se observa en la foto, Gabriel me mira con gesto significativo, “ya ves, los sacrificios que debo hacer por estar en primera fila, por ser invitado especial” o tal vez en un lenguaje poco usual en él, “ya me jodieron otra vez”. El profesor no adquirió las fotografías, pero sí los discos inútiles y mal grabados; como sintiendo la obligación de comprar a consecuencia de las entradas libres.
Aventurera
Tercera llamada. Inicia la función. La escena comienza en la ciudad de Chihuahua. La estructura y acción de la adaptación teatral es prácticamente la misma que en la película Aventurera (1949/50).
Dirigida por Alberto Gout con argumento del español Álvaro Custodio, Aventurera es más que una película de rumberas, como usualmente se le clasifica (lo que lleva a divertidísimas pero absurdas películas como las de Juan Orol), es un verdadero drama con cuestionamientos morales. Elena Tejero (Ninón Sevilla), chica de clase acomodada de Chihuahua, inocente, virginal, educada dentro de las “buenas costumbres”, es arrojada por la tragedia familiar (infidelidad de la madre con el mejor amigo del padre y suicidio de este) a manos del crimen de la trata de blancas. En Ciudad Juárez es engañada por Lucio (Tito Junco) y Rosaura (legendaria Andrea Palma), jefa y proxeneta de un burdel donde es narcotizada, vendida, se prostituye y termina como bailarina. Logra escapar a Ciudad de México; se convierte en vedette. Así la conoce Mario Cervera (Rubén Rojo) y se enamora de ella, le propone matrimonio e irse a vivir a Guadalajara, donde pertenece a una de las “mejores” familias. Acosada por el crimen, acepta. Para sorpresa de todos, la madre de Mario es nada menos que Rosaura, aunque en Guadalajara sea la respetable Viuda de Cervera. La trama lleva a confrontaciones entre ambas mujeres y los deseos de venganza de Elena, que incluyen coqueteos con el hermano de Mario y un vergonzoso espectáculo el día de la boda, cuando la novia es despreciada por la buena sociedad jalisciense que abandona el evento.
Escena agraviante de Elena Tejero el día de su boda:
El conflicto escala y Rosaura decide regresar a Ciudad Juárez (su vida ha transcurrido así, 6 meses dama decente en Guadalajara y 6 de explotadora sexual en la frontera del país). Ahí se precipita el drama. Elena devela a Mario la terrible dualidad de Rosaura/Cervera, y cuando Lucio exige seguirle, ella suplica, en nombre del daño padecido, escapar con el marido. El padrote acepta, mas cuando ella voltea apunta para matarla. En ese momento, “El Rengo” (Miguel Inclán), que además es mudo, mas no sordo, y ducho en el puñal, matón a sueldo de Rosaura pero que por compasión fue salvado alguna vez por Elena, de quien se ilusionado, asesina a Lucio liberando a la desdichada rumbera que se reúne con Mario.
Por cierto, interesado constante en el tema, Careaga escribió por entonces sobre Aventurera y el cine de rumberas, que incluye actrices bailarinas como Ninón Sevilla, Meche Barba, Rosa Carmina, María Antonieta Pons, Amalia Aguilar, entre otras (agrego las cualidades mostradas también en este campo por Lilia Prado). En desacuerdo con él, fue criticado y prácticamente confrontado por Alberto Domingo, colega colaborador suyo en la revista Siempre!, dirigida por la hoy terrible y feroz a punto de atar pero por entonces muy suavecita, Beatriz Pagés. Al hacerle la observación, me dijo sonriendo casi hilarante, “pues ya ves cómo me atacan, querido”.
La adaptación teatral sigue la trama de la película modificando algunos personajes y números musicales. Y para lucimiento de Carmelita (Rosaura/Cervera), se agregan “monólogos” maledicentes, albur, doble sentido, chistes toscos, vulgaridad hasta la náusea, interacción con el público y chisme político del momento. Salinas modifica su sketch conforme a gobiernos, partidos y políticos en el poder. Con todos es aparentemente crítica y hace burla a costilla pareja excepto con los del PRI, a menos que ya estén en desgracia; este, fue sin duda un modus operandi en la exitosa condición de actriz y productora de la célebre “Corcholata”. La noche de octubre de 1998, además de Salinas, el elenco lo encabeza Edith González (Elena).
En cuanto al motivo musical de la obra, “Aventurera”, la versión de Agustín Lara, su autor, está aún insuperada.
Baile; Edith González vs Carmen Salinas
En un intermedio del espectáculo, se invita a la audiencia de Los Ángeles a bailar con el elenco. Extras, actores secundarios y principales. Como soy invitado del invitado, aunque deseara bailar con la enardecida, entregada, erótica casi salvaje hermosa González (la mejor Elena a lo largo de los años de representación de la obra que incluyó a Itatí Cantoral, Niurka, Maribel Guardia, Susana González…; quién diría por entonces que terminaría “sentimentalmente” involucrada con el sobrino de Enrique, ese otro Creel tan antipático, engolado, acartonado títere, antítesis de la atracción y la ética, burda y vulgar antípoda de Elena Tejero), me quedo con otro wiski y bromeando con Enrique. Carmelita se acerca a nuestra mesa, sonríe y “saca a bailar” a Gabriel. En su condición de invitado especial, habría yo esperado que bailara con la chica bella, pero no, por fuerza tenía que ser con la productora –explicó después-, verdadera estrella del show; y ahí lo tenemos, platicando y sufriendo con la redonda/cuadrada Carmelita al compás de no recuerdo qué pieza. Concluye la bailada; aplausos; continúa la obra.
Fotografía
Antes de la tercera llamada al último acto, coreográfico aparece el fotógrafo con varias tomas enmarcadas de las fotos que nos había tomado al inicio de la noche.
Y una de esas fotografías la encontré al cabo de 20 años, en diciembre de 2021. Sin recordarlo, la había enviado en cajas a casa de mis padres en Tabasco, cuando me fui a vivir a Nueva York en verano del 2001. Ahora que las abrí durante una estancia de casi un mes en Villahermosa, la vi y decidí escribir un recuerdo en memoria de Gabriel Careaga, pues el 12 de enero es la fecha de su prematuro fallecimiento en 2004 (Edith González murió en 2019, Carmen Salinas apenas en diciembre de 2021; de Enrique no sé nada).
Por supuesto, después de la amable venta de folletos, discos y botella era ya tiempo de comprender aquel otro modus operandi de la productora del show. Esa foto de 1998 la tomó un fotógrafo de Carmelita y claro que también nos la vendió. Natural, Gabriel me miró de plano como víctima de la situación. Me solidarizo y compro tres, una para cada quien (“gracias, querido, qué bueno que las compraste porque ves, estos me han arruinado”). Enrique, el adinerado Creel, ni siquiera está enterado de que trae bolsillos y cartera. Poco le ayuda ese “distanciamiento crítico” de su clase del que habla en su libro; bromeamos. Ni duda cabe, mejor habría sido pagar las tres entradas que le fueron obsequiadas a Gabriel como “invitado especial” y los tres alegres jaiboles de “cortesía”. Cuando salimos emocionados del Salón Los Ángeles esa noche de octubre, lloviznaba fresco sobre la ciudad.
Apéndice. Edith González (1964-2019) en tres números bailables de Elena Tejero en Aventurera:
1. Mambo en Sax:
2. Baile percusión frenética
3. Mambo Lupita:
Héctor Palacio en Twitter: @NietzscheAristo