Existe un nuevo despertar social sobre lo espiritual, más allá de lo religioso (incluso a veces de manera paralela y otras veces de manera contrapuesta), en donde las personas responden a las preguntas fundamentales desde una perspectiva trascendente, ya sea desde lo inmanente o desde lo abstracto; puede encontrarse lo espiritual en algo tan mundano como el bien común o desde una concepción de una interconexión entre seres vivientes. En la intimidad y en lo colectivo, la humanidad se sigue orientando a prácticas rituales que le permiten entenderse y entender el mundo que les rodea: estas espiritualidades o su vivencia derivan en prácticas éticas de autocuidado, protección de la naturaleza y cuidado desde una otredad afectiva. A la par, como si la luz no pudiera surgir sin sombra, hay un resurgimiento de valores completamente opuestos inspirados en la peor versión del capitalismo y de la forma de organizarnos, es decir, el renacimiento del mismo fascismo que nos ha sumergido más de una vez en el pantano del miedo.
El fascismo tiene muchos rostros, es camaleónico: Puede presentarse ahora como un discurso “libertario” (si acaso la libertad de mercado tiene algo de libre) y conservador, pero en realidad es miedo a lo distinto, a lo nuevo y a lo potencialmente sublime. Lo trágico del escenario político es la alianza entre corporaciones y gobiernos, en donde no se logra distinguir dónde comienza el ejercicio del poder y del dinero y dónde queda la voz de los sectores marginados y desprotegidos. En la lucha de intereses colosales, de pugnas comerciales, el pueblo es pisoteado y violentado con nuevas formas de explotación y de opresión. Simultáneamente se nos obliga a consumir, para seguir manteniendo el nivel de vida de quienes se enriquecen con el sufrimiento y la injusticia. Nos intentan arrebatar todo: la salud mental y física, los recursos naturales y las posibilidades de construir un futuro en dignidad y paz. Sin embargo, este malestar (por no llamarle Mal), no puede quitarnos la esperanza. Esta frase es lugar común y muchas veces se le relaciona con una expresión de ingenuidad, pero nada tiene de débil ni de pasiva, la esperanza es fe en movimiento y mientras esa fe nos impulse a buscar la dignidad de la humanidad y nos permita avanzar, consideraré su aspecto revolucionario y subversivo.
La maquinaria del mercado todo lo devora excepto nuestra capacidad para enfrentarlo. El nuevo orden del mundo nos exige mayor coraje y nada mejor para obtener ese coraje que lo más íntimo y sagrado, aquello que las manos de la clase político-empresarial no pueden tocar: lo espiritual. Desde esa espiritualidad que clama por la justicia y el bien común encontramos la fuerza para no cooperar con el mal, para no volvernos partícipes, cómplices o silenciosas gargantas que se resignan frente al destino de quienes son observados como productos desechables.
En la espiritualidad nos refugiamos y nos organizamos para luchar contra una sociedad injusta que impide la migración, aunque la provoca; que le molesta la pobreza, aunque se beneficia de la desigualdad y deshumaniza para que nuestra indiferencia y cabeza agachada permita que el salvajismo gobierne y quienes lo operan, se beneficien de ello. No puede existir progreso sin manos obreras, no puede haber alimento sin manos campesinas, en la espiritualidad hay un intersticio para que los distintos grupos sociales nos unamos frente al verdadero adversario y dejemos de servirle en sumisión.
Llegó la hora de la espiritualidad social.