“Por cada dosis que por acción judicial por esta sentencia de amparo se desviara hacia un niño o niña, cuyo riesgo en menor, se le está quitando la oportunidad a una persona que tiene un riesgo mayor”
Hugo López-Gatell
El 24 de junio pasado, México anunciaba con bombo y platillo el envío de 480 mil 800 vacunas con destino al Triángulo Norte conformado por Guatemala, Honduras y El Salvador. Diez días antes, el Gobierno de México, a través de la Secretaría de Relaciones Exteriores, anunciaba que estaría donando a Belice, Bolivia y Paraguay 400 mil dosis de vacunas contra la COVID-19. El 3 de agosto, Guatemala recibía una segunda donación de 150 mil dosis de vacunas AstraZeneca enviadas por nuestro país. Jamaica recibió 65 mil vacunas y entre tantos ejemplos de solidaridad, parece que el ser “farolillo en la calle, oscuridad en la casa” es la política de quien tiene en sus manos la Estrategia Nacional de Vacunación.
Nunca le dijo Hugo López-Gatell a Marcelo Ebrard que las más de 695 mil pruebas de COVID19 donadas a otros países eran 695 mil vidas que se dejaban de salvar entre la población vulnerable, ni siquiera los descuenta de la sub estimada cifra de decesos que es la más alta en América Latina. Pero para con la niñez, sí puede ser mezquino. Sea por una lógica electoral de que las y los niños no votan o sea por una lógica neoliberal de que la niñez, al no ser productiva ni trabajar, no tiene méritos económicos que justifiquen aquella vacuna.
El mismo día en que el Subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, hizo cuentas para minimizar la necesidad de vacunas para la niñez ante el regreso a clases, en Estados Unidos se aprobó vacunar con Pfizer desde los 5 años de edad en adelante. Horas antes, México donaba más vacunas para Latinoamérica, pero al parecer, en la lógica meritocrática del funcionario, ellos las merecen más.
El repudio por ese criterio materialista le costó la molestia acumulada del presidente. Aunque Hugo López-Gatell se manifieste seguro de su cargo, ni en Palacio Nacional ni en el círculo cercano del Presidente se le ve con buenos ojos. Ni el mismísimo canciller se ha atrevido a realizar declaraciones de tal magnitud.
Si es que la presión social logró la raquítica cantidad de un millón de vacunas para niñas y niños con factores de riesgo entre 12 y 17 años, lo mínimo constitucionalmente exigible es que el subsecretario y el Gobierno de México se responsabilicen de aquellas muertes por la omisión de contemplar a los menores en el Plan Nacional de Vacunación, pues si fuese del todo cierto lo alegado por el epidemiólogo, los niños no estarían falleciendo por COVID19.
La lógica del privilegio será la que termine por imponerse: los padres que puedan comprar una vacuna para sus hijos o llevarlos a Estados Unidos, terminarán vacunándolos mientras toman clases semi presenciales en alguna escuela privada del país mientras que en los hogares con menos privilegios, habrá que elegir entre dejar trabajando a los niños, encerrarlos en casa conectados si es posible o sin internet en muchos casos o enviarlos con riesgo de muerte, en un volado del que nadie asegura formar parte de la amplia estadística de sobrevivientes.
En el mejor de los casos, serán los menores quienes porten el virus y probablemente sus padres los que se contagien. Hasta hace unas semanas, ningún funcionario podía saber lo complejo de esta pandemia. Cada uno ha hecho lo que ha podido con las herramientas que ha tenido. En algunos, ha reinado la prudencia y en otros tantos, la ignorancia. Todos tienen algo de perdón merecido pues, ciertamente, el control de una pandemia es parte del aprendizaje que tomamos como humanidad, para el que no hay prescripciones exactas ni recetas perfectas. Pero la mezquindad dolosa, esa es imperdonable. Explicaba Hannah Arendt que el mal puede ser creado por la ideología dominante sin cuestionarse ni preguntarse nada por quienes no están dispuestos a pensar, aquellos que de inmediato justificaron despojar a las y los niños de su derecho a ser vacunados, esos que ahora se llenan la boca para comunicar que siempre sí se les va a vacunar. A ellos es a los que no se les puede perdonar.
Si es que Hugo López-Gatell no ha salido del cargo, es porque su salida implicaría aceptar el mal manejo que se ha señalado a lo largo de la pandemia y ello es más costoso políticamente para López Obrador que mantenerlo con todo lo que ya ha perdido: la humanidad, la credibilidad y la altura moral.
En unos años, la historia del subsecretario será digna de un manual sobre cómo perder el prestigio de toda una vida en unos cuantos años.
Y bien, opositores, alégrense... habrá algunas vacunas para las infancias pero ¿a qué costo?