Diariamente escucho, al menos, a una persona despotricar en adjetivos contra un gobierno, un político, una noticia o un asunto público. Las variaciones entre los calificativos suelen ser pequeñas: “el puñado de incompetentes”, “traidores”, “incapaces”, etc.
Hace tiempo, la pista de los analistas serios que utilizan datos más que emociones, se fue perdiendo. Hasta los más rigurosos comenzaron a levantar el tono de la voz y a oír para contestar sin escuchar para argumentar. Pareciera que en el debate público, gana el que dice las cosas con más estruendo y con los adjetivos más rimbombantes. Para aquellos, todo se traduce a lo mismo.
Sin justificar a nadie, me da la impresión que la dinámica nos ha cansado tanto, que el hartazgo y el silencio son la nueva ansiedad: esa incertidumbre que no nos permite estar en el presente, convirtiendo los momentos a episodios histriónicos del reclamo que no han hecho pero que vendrá.
En un video, durante un recorrido en las calles supongo en alguna campaña de agradecimiento, Gerardo Fernández Noroña estalló en contra de un comerciante que trataba de exponer sus problemas. Un ciudadano común y corriente que no está politizado hasta el tuétano.
La escena escalo rápidamente a gritos y un lenguaje corporal violento. El asunto es que así como estaba Gerardo Fernández Noroña, así reacciona la mitad de los más activos en Twitter.
Espero que Noroña vuelva pronto a su carácter templado, pedagógico de la historia y que haya de por medio disculpas antes que arrogancia. Espero el doble que los polarizados que diariamente se combaten, comiencen a escuchar para entender y dejen de oír para responder.
Pareciera que se han acostumbrado tanto a las respuestas ideologizadas y acusaciones superfluas de ambos lados, que ni los cuatroteístas tienen la capacidad de reconocer errores, ni los opositores tienen la capacidad de reconocer aciertos.
Puedo entender la actitud de los simpatizantes con el gobierno en turno porque, aunque con menos argumentos, siempre han existido defensores oficialistas que alimentan el debate ciego. A los que no puedo justificar es a quienes se quejan de la polarización gritando, combatiendo, violentando con ademanes, imponiendo una visión a gritos, recurriendo al volumen como un sustituto de los datos y a la exageración como estrategia persuasiva.
Fuera de este pequeño círculo no representativo de las masas en el país, están los que en serio necesitan ser escuchados más allá del “SI” y “NO”.
Ese trabajo político de escucha activa no está en Twitter ni en el estruendo.