Hasta hace muy poco, la violencia cultural era un concepto alejado del debate público. Casi imperceptible, nuestros opresores fueron reconocidos y glorificados. Sin duda, como una cicatriz que nos reivindica y recuerda la resistencia, los rostros de los que nos hicieron llegar hasta ahora son relevantes. Cambiar la lógica de los espacios para reivindicar a quienes importan puede parecer una nimiedad, pero constituye una de las apuestas más brillantes de la Jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum.
Es brillante porque coloca a los olvidados en el lugar protagónico que deberían tener.
Pero es además un lujo de acción: provoca a los ansiosos opositores que se revelan y se descubren en su desprecio más generalizado a la mexicanidad. Esos que, en su obsesión por ser petulantes y arrogantes, olvidaron cómo vive y cómo se mira el México real.
Los grupos opositores que no logran unificarse en torno a un discurso, una agenda y mucho menos a un liderazgo, están bastante ocupados siendo reaccionarios. Tan poca habilidad política tienen aprendiendo a ser oposición que después de tres años de Gobierno, siguen enfrascándose en peleas vacías que los revelan de cuerpo entero. Aquella superficialidad es tan predecible que le lloraron más a la estatua de Colón que a la desigualdad. Le lloraron más a las paredes rayadas que a las mujeres indígenas violadas, acusadas, encarceladas e indebidamente acusadas.
Galtung definió la violencia estructural para entender formas menos evidentes de violencia como el machismo, la injusticia social, la desigualdad y la exclusión; con la idea de acercarse al entendimiento de la paz como ausencia de violencia. Una visión parecida a la que Andrés Manuel López Obrador ha tratado de implementar desde programas sociales y reconocimientos simbólicos en el cambio de narrativas. Aunque los “abrazos no balazos” se han traducido en militarización y de ambas posturas, hay reacciones combativas por igual, al menos habrá un legado de justicia cultural que ha llegado para quedarse. Esa justicia cultural será la base del nuevo pacto social para la reconciliación que tarde o temprano, tendrá que llegar. Aunque sea después de la 4T...
Dice el diccionario de comunicación de masas que la violencia cultural está en el lenguaje y la comunicación con los que se justifican situaciones violentas, reforzadas como instancias difusoras de valores, normas y estilos de vida que legitiman la violencia directa o la estructural cuando, a través de los contenidos, provocan el rechazo, la discriminación o la agresión hacia ciertos colectivos, individuos, naciones, sexos, etcétera.
Esa violencia y desprecio provocado contra indígenas que siguen siendo excluidos y estigmatizados; el doble obstáculo de ser mujer y haber nacido con la sangre más pura de las raíces nacionales; aquellos que sueñan con sentirse euro-originarios, norteamericanos o con cualquier blanqueo en el historial identitario que les permita sentirse vencedores... parece que al final, son los que serán vencidos y por la vía pacífica.
Qué gran momento para ser mexica y qué desgracia para aquellos que nacieron panistas, racistas y elitistas.